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Carlos y Javier Gallardo, en su estudio de la calle Sorní. JOSÉ LUIS BORT

Los hermanos arquitectos del lujo a la carta: «Es como tener un hijo y darlo en adopción»

Mamaron en familia desde que eran unos niños la dedicación de dos padres arquitectos, así que la decisión de seguir sus pasos parecía algo natural. Con la sucesión llegó una refundación del estudio y abrir la mirada más allá de Valencia sin olvidar todo lo aprendido en casa

Domingo, 9 de febrero 2025, 01:17

Asomarse a las casas que construyen Javier y Carlos Gallardo es como soñar despierto. Vistas increíbles sobre el mar o la ciudad, piscinas infinitas, estructuras que parecen imposibles y espacios abiertos que podrían ser portada de cualquier revista dedicada al lujo. Suya es, por ejemplo, ... la vivienda más cara que se ha ofertado en la historia de Valencia, un ático de 680 metros cuadrados en la Alameda y un valor de 8,6 millones de euros (al menos fue ese el precio al que salió a la venta).

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Pero hay mucha más tradición de la que parece detrás de un estudio que ellos definen como una sastrería de trajes a medida; también se esconde una mirada hacia el Mediterráneo y una historia familiar llena de anécdotas que se remonta a los años setenta. «Mis padres estudiaban Arquitectura a la vez que nos criaban». Así, el mayor, David, nació en primero de carrera y Javier en tercero. Son cuatro hermanos, de los cuales tres decidieron seguir los pasos familiares. Y los cuatro están involucrados de una forma u otra en Gallardo Llopis. No fue casualidad, claro está. «Les veíamos proyectando y el lápiz siempre nos llamó la atención». Todavía recuerdan los viajes de verano en familia por Europa, visitando edificios de arquitectos de renombre. «Es verdad que nuestro padre se ha dedicado mucho más a la profesión y nuestro madre optó por la docencia para pasar más tiempo con nosotros, pero de alguna manera nos ha gustado la vida que llevaban ellos», cuenta Javier, aunque relatan que no fue un camino lineal, al menos en esa etapa de la adolescencia donde uno intenta salirse del molde, aunque se quede, como les pasó a ellos, en una mera anécdota. «No sabía si estudiar Industriales o Económicas, porque la vena empresarial me tiraba mucho. Y en tercero estuve pensando si seguir. Es verdad que luego me enganchó el día a día», cuenta Javier. Carlos, el pequeño de los cuatro, tampoco habla de una vocación temprana. «Podría no haberme gustado, pero me gustó. Y mucho».

Sentados los dos en una sala de conferencias con vistas a la Valencia más señorial muestran algunas de las maquetas e imágenes en 3D -tras los renders está la mano del hermano que no quiso estudiar Arquitectura- que han visto la luz, o las que lo harán en el futuro, en Valencia, Alicante, Ibiza o Sotogrande, pero también en Madrid, Barcelona, Oporto, Estados Unidos o Dakar. Si algo les enseñó la crisis de 2007, cuando refundaron el estudio, es que tenían que deslocalizar; eso sí, siempre con la luz y el blanco tan nuestro presente en sus diseños, muy evolucionados con respecto a la época en que su padre fue uno de los arquitectos más reconocidos de Valencia.

Todavía recuerda Javier cuando llamaban al fijo de casa para hablar de un proyecto, en aquellas jornadas que sabía cuando empezaban y nunca cuándo acababan, de cómo su padre fue autodidacta cuando apareció el Autocad. Carlos se acuerda de la facilidad que tenía en coger un papel y un lápiz para dibujarle al cliente un boceto. «La forma de trabajar no tiene nada que ver, pero todas sus enseñanzas nos han servido para tener una base buenísima, para nunca perder el control del proceso y siempre con esa mirada puesta en que hacemos casas a la carta». La experiencia les ha enseñado a sortear las dificultades, y su implicación es tal que lo comparan con una paternidad. «Hacemos el paralelismo con tener un hijo y darlo en adopción. Cuesta soltarlo, pero al mismo tiempo nos enseña a ser más desprendidos».

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De su padre se quedan con su libertad creativa y una generosidad que permitió que la sucesión familiar no fuera nada traumática. «Ha querido que fuéramos nosotros quienes brillásemos, ha buscado que tuviéramos las mejores oportunidades, habla maravillas de nosotros y se siente orgulloso», asegura Javier, que recuerda que todavía no había acabado la carrera cuando empezó a mandarlo a la obra, «donde están los problemas, donde hay que tomar decisiones». De su madre aprendieron la responsabilidad, la obligación del deber cumplido, que completaron con una formación germánica en el Colegio Alemán.

-¿Cómo definirían las casas que proyectan?

-Hacemos una arquitectura muy moderna y vanguardista, pero también cálida, que te invita a vivir. De hecho, la mayoría de proyectos me los quedaría para mí. Es importante escuchar al cliente y hacer el traje a medida para él, que sus expectativas se cumplan. No se trata de pintar nuestro cuadro y si no te gusta es lo que hay. No nos han educado así. Eso sí, han conseguido en estos años generar un portfolio de proyectos cuya fama les precede. «El cliente que contacta con nosotros ha visto lo que hacemos, y le gusta. No tienes que estar explicando por qué haces las cosas de una determinada manera, sino que vienen porque confían, y eso significa que nosotros tenemos que dar lo máximo», explica Carlos. Javier añade cómo recuerdan muchas veces las palabras de un arquitecto que les dijo, 'a veces hay clientes a los que hay que dejar ir'. «Trabajamos desde la confianza porque no sabemos hacerlo de otra manera, porque además, hay algo que no podemos comprar, que es el tiempo, y no quiero gastarlo en un proyecto que me va a dar más problemas que alegrías». Decir que no es algo que se pueden permitir ahora que su agenda está llena de proyectos que les apasionan, pero sobre todo de clientes que están dispuestos a dejar en sus manos la casa en la que vivirán. «Siempre hay experiencias negativas que te hacen aprender».

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-¿Su mejor proyecto está por llegar?

-Carlos. (Javier le cede la palabra a su hermano, y se reserva su respuesta para después) Yo creo que el mejor proyecto siempre está por llegar, y ahora que estamos apostando por la internacionalización se plantean nuevos retos ilusionantes y un área de trabajo más amplia.

-Javier. Mi mejor proyecto es mi hija. Hilando con lo que hemos vivido, no cambio mi relación con mi hija por nada del mundo, porque en el tema de la crianza no se trata de momentos de calidad. Eso es una gran mentira. Hay que estar, y me siento especialmente orgulloso de poder estar con ella, de levantarme muy temprano por las mañanas para trabajar y poder ir a recogerla al colegio, aunque luego siga en casa. Y eso es lo que he visto en mi madre.

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-¿Le gustaría que fuera arquitecta de mayor?

-No lo sé, quiero que ella decida, y no va a haber imposición, como no la hubo en nosotros, que nos dejaron decidir con libertad.

-¿Es complicado trabajar en familia?

-Javier. El balance es abrumadoramente positivo, y si hay algún problema, recapacitas, sobre todo por lo que nos queremos, porque estamos muy unidos y somos una familia muy gitana. Lo que hemos hecho ha sido especializarnos, y cada uno tiene un área de trabajo, porque sabemos quién es mejor en qué y las limitaciones propias para no meterse en algo que no dominas. ¿Para qué, por ego? No vale la pena. Así mejoramos el producto.

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-Carlos. Es que no hay tiempo material para ser bueno en todas las áreas. Pero más allá de eso, sabemos que nuestra relación familiar está por encima de cualquier proyecto. Eso lo tenemos muy claro.

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