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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Valencia
Miércoles, 29 de noviembre 2017, 18:54
Nunca quisieron volver a pisar el histórico edificio del castillo de Alaquàs desde su expropiación. «Un día estuve delante pero al final me fui», confiesa Fernando Aliño. No olvidan cómo tuvieron que salir de él «con la policía delante», ni dudan de que aquello le costó la vida a Luis Lassala, fallecido ocho días después «del disgusto».
Esta es una historia de mujeres fuertes, valientes, adelantadas a su tiempo. La de Isabel Alfaro, pero también la de su abuela, otra Isabel, casada con un Lassala, apellido de una de las familias burguesas que engrandecieron la Valencia de la segunda mitad del siglo XIX. Un matriarcado heredado ahora por dos varones, Nacho y Fernando Aliño, al que se acaba de incorporar su hermana, otra Isabel, y que gestionan aquella empresa de cátering y eventos que creó su madre y que ha pasado por momentos muy difíciles.
Por eso en esta historia también hay tesón; es lo que tiene crecer en una familia de posibles pero sin ser el ‘hereu’, práctica donde las propiedades pasaban al hijo mayor, por supuesto varón. Nos sentamos en un salón de la masía que compraron hace años y con la que tienen una vinculación familiar importante. No en vano perteneció a Vicente Lassala, aquel antepasado tan ilustre al que le concedieron el honor de escribir en la portada del primer número de LAS PROVINCIAS, el 31 de enero de 1866; fundador además del Casino de Agricultura y presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País.
-Isabel, supongo que no resultaba fácil en los años setenta, cuando usted empezó, ser una mujer empresaria.
Isabel: -Empecé con una tienda de decoración que tuve que cerrar precisamente por una crisis, la de los setenta, y luego ya no supe quedarme en casa. Tenía una amiga, Carmen Topete, que cerró a su vez un comercio de ropa de niños, donde incluso yo ayudé a coser vestidos cuando había mucho trabajo, y con ella empecé a organizar bodas, banquetes, casi por casualidad.
Isabel hija: -Las dos se metían en la cocina y guisaban para amigos, ya fueran treinta o cuarenta.
FAMILIA ALIÑO ALFARO
Isabel: -O cien. Muchas veces te pedían que les hicieras un favor. Recuerdo que fue al organizar la boda de una cuñada como empezamos. Y nos salió bien, pese a que mirado ahora fuimos un poco inconscientes porque entonces no había lugares donde alquilar mesas, sillas, vajillas… Todo lo transportabas tú mismo en coches particulares y aquello era una locura.
Fernando: -Las dos han sido muy visionarias.
Isabel hija: -Y muy trabajadoras.
Nacho: -Mi madre siempre ha tenido además mucha intuición, porque nadie la enseñó, ni fue a ninguna escuela. Todo lo aprendió sola.
-Pero es que, insisto, había que tener mucha libertad y las ideas muy claras para ser mujer empresaria en aquella época y más en el sector de la restauración, con horarios tan complicados.
Isabel: -Mi marido siempre me dejó hacer, y eso que en aquella época las mujeres de sus amigos apenas podían salir a la puerta sin permiso.
Isabel hija: -Tú has podido hacer lo que te ha dado la gana.
Nacho: -Yo creo que la mayoría de los hombres eran entonces machistas de verdad, de los que consideraban inferiores a las mujeres.
FERNANDO ALIÑO
Isabel: -Y eso que en mi caso fui la mayor de toda la familia Lassala, y mi marido el pequeño de once hermanos, con lo que mi suegra era de la edad de mi abuela. Así y todo, él se amoldó muchísimo a que yo hiciera cosas que ni sus amigos ni nadie podían imaginar. A mí me criticaban: «Menuda es la menuda» (ríen todos).
-¿No le han importado esas críticas?
Isabel: -Nunca. Ignacio fue un hombre muy abierto en ese aspecto. No sabe las peleas que tenía mi socia con su marido por llegar tarde. A mí jamás me dijo nada y eso que muchas veces llegaba de madrugada. Mientras, él tenía un horario que le permitía estar en casa todas las tardes.
Nacho: -Es cierto que había que tener cierta personalidad para ser mujer emprendedora en aquella época porque era mucho más difícil, desde luego.
Isabel hija: -Con lo sufrido que era mi padre...
-Supongo que eso les ha hecho educarse en un ambiente totalmente contrario al machismo.
Nacho: -Yo descubrí el machismo cuando acabé el colegio. Estudiamos en lo que ahora es el Liceo Francés, que además era un centro al que iban los hijos de gente moderna, viajada, con conciencia... Recuerdo ir a casa de amigos míos y ver cómo hacían diferencias a la hora de ver quién se levantaba de la mesa. En casa jamás hemos vivido eso.
-Tampoco renunció a tener una familia.
Isabel: -Cuando nos casamos él quería niños enseguida pero yo nunca he sido muy maternal. Es cierto que en aquel momento mi hermano pequeño tenía siete años. De mis primos, el menor era un recién nacido y vivíamos en el mismo edificio, unos arriba, otros abajo, en Calatrava, desde que yo tenía trece años, que fue cuando mi padre, que era madrileño, aviador, murió en un accidente. Hasta aquel momento crecí en Madrid.
isabel alfaro
Se refiere al Palacio de los Lassala, ubicado en la calle Calatrava, cuya fachada principal recae a la plaza del Negrito, edificio señorial que la familia pudo recuperar tras la guerra civil por un espíritu emprendedor que les hizo valorar el patrimonio histórico y cultural. Y aquí entra en escena la abuela de la matriarca de los Aliño, Isabel González, «una mujer con mucho carácter».
-¿Qué papel ha jugado en la familia Isabel González?
Isabel: -Fue la más pionera. Era una mujer muy especial, emprendedora, moderna… Montó en el castillo de Alaquàs, que compró a un maderero que lo quería desguazar, una fábrica de tapices en la que yo llegué a trabajar porque era una mujer que no te quería ver parada. Imagínese que la dejaba el chófer en la parada del tranvía y para ir a Alaquàs hacía transbordo en Mislata con el objetivo de que sus empleados no la vieran llegar en coche.
Nacho: -Plantaba champiñones en las mazmorras del castillo, como entonces se hacía en Francia, e incluso lo alquiló como almacén frigorífico de cebollas. Su objetivo era dedicar a la rehabilitación del edificio todo el dinero que pudiera ganar.
-¿Fue la expropiación del castillo de Alaquàs el peor momento que han tenido que vivir?
Isabel: -Todavía duele recordar cómo de la noche a la mañana nos echaron. Nos tuvimos que llevar deprisa y corriendo los muebles, la ropa, con la policía delante…
NACHO ALIÑO
Fernando: -Lo que nos molestó fue que la familia lo compró cuando se estaba vendiendo a pedazos y se ha dedicado mucho dinero a rehabilitarlo.
Nacho: -Hubo además una campaña de difamación muy clara contra la familia por parte del Ayuntamiento.
Isabel: -Si te lo quieren pagar por lo que vale perfecto, pero aquello fue una faena.
En el mismo salón donde charlamos hay un retrato de Isabel González, quien por suerte no vio la expropiación del castillo, evidentemente había muerto muchos años antes, pero aquella situación no salió gratis para los Lassala. Y no a nivel económico, porque luego el Supremo les dio la razón.
Nacho: -El tema fue tan gordo que ocho días más tarde murió del disgusto mi tío abuelo, Luis Lassala. No lo pudo superar. Tampoco el casero, Ramón, que había entrado a trabajar con mi bisabuela cuando tenía catorce años. Falleció al poco.
Isabel: -Ramón siempre decía: «La señora tendría las mejores fincas de la provincia si no hubiera invertido en el castillo».
Fernando: -Fue aquel mal trago lo que nos motivó a los hijos a meter baza en la empresa para que no nos volviera a pasar. Había planificadas ochenta y dos bodas.
No ha podido volver Isabel Alfaro al castillo de Alaquàs. Tampoco ninguno de sus hijos quieren pisar el histórico edificio, pese a que está abierto al público. «Un día estuve delante pero al final me fui». Es demasiado doloroso para ellos. Tuvieron que mover cielo y tierra para poder seguir con el negocio, y lo cuentan ahora con una mezcla de dolor y también de sonrisas por todos los que les ayudaron. «Aquel año trabajamos lo que no está escrito», dice Isabel. Pero eso les permitió, por una casualidad, volver a la masía que sus antepasados vendieron en los años treinta. «Es donde mi madre pasaba los veranos de pequeña. Contaba que quitaba el cartel de ‘se vende’ porque no quería irse».
-En estos años de crisis han tenido también otro tropezón empresarial importante, con el cierre de los restaurantes Alto de Colón y Mar de Bamboo, en Veles e Vents.
Nacho: -Teníamos que pagar rentas altísimas. Creo que el gestor de turno pretendía que el chiringuito pagara la obra pública que se había hecho allí.
-Se implicaron los hijos en el negocio. ¿Qué le pareció?
Isabel: -Al principio tuve algo de miedo, pensar que todo iba a salir del mismo sitio, y cada uno con su familia.
-¿Su marido no quiso meterse?
Isabel: -Nunca. Siempre me dejó hacer, y me apoyaba. Se hubiera alegrado de la compra de la finca, él lo tenía claro. Murió hace tres años. Todas las isabeles de la familia nos hemos ido quedando viudas.
-¿Se ha retirado?
Isabel: -Sí y no. Querer no he querido.
Fernando: -De vez en cuando va a la oficina y decimos: «Preparaos».
Isabel: -Es que yo soy más recta que ellos (ríen).
-¿No ha querido quedarse en casa y ejercer de abuela?
Isabel hija: -Es que no le gusta. Nunca los ha paseado, ni ha ido a recogerlos al cole. Eso sí, les hace buena comida, pero es que ha sido una mujer empresaria, y también ha preferido irse con sus amigas, que eso sí no lo perdona. Y si alguna vez les hace alguna gracia nos resulta muy raro… (ríen)
Isabel: -Es que eso va con el carácter.
Parece disculparse Isabel Alfaro de no tener esa vena niñera, también de ser muy perfeccionista en su trabajo, pero sobre todo de no quedarse nunca quieta. Lo confiesa: «No he sido de coger un libro». Y los tres hijos mayores -la pequeña ha estudiado Agrónomos- han heredado esa vena empresarial, asumiendo todos los altibajos y la inestabilidad de los negocios.
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