Erika Alabadí recuerda una escena de Sexo en Nueva York, donde comentan las protagonistas que en la ciudad de los rascacielos siempre estás buscando pareja, trabajo o apartamento. «Es verdad», ríe esta joven ingeniera de Alzira, ejecutiva de una constructora española, que mira atrás y ... cree que no se puede quejar. Después de ocho años en Alemania, decidió cambiar de aires y se inscribió en el sorteo de una 'green card', la codiciada tarjeta de residencia para poder vivir y trabajar de forma legal e indefinida en Estados Unidos. «Tenía menos de un 1% de posibilidades de conseguirlo». Salió elegida y llegó la pandemia, volvió a casa de sus padres, pero cuando pudo voló a Nueva York. «Llegué con tres maletas, la 'green card' y sin trabajo». Pero la realidad es que ya la habían contactado, porque les impresionó su curriculum, así que enseguida se puso a trabajar.
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La ingeniera cree que también tuvo suerte a la hora de buscar un lugar donde vivir, porque la pandemia había dejado muchos pisos vacíos en Manhattan. «Cuando acabó todo me subieron el alquiler 900 euros», recuerda. Vive en la 36 con la Quinta Avenida, con vistas al Empire State. «Es como, guau, tengo la vida soñada», cuenta la joven, que en el tiempo que lleva en Nueva York le ha dado tiempo a enamorarse de la ciudad y de crear grupos de amigos a quienes junta en su casa para cocinarles tortilla de patatas o paella. Además, cada viernes organiza la 'Oyster night' (noche de ostras) con siete amigos. «He ido conociendo a gente, muchos por redes sociales, a los que he ido conectando».
Cree que las grandes diferencias con España es que en Estados Unidos te levantas un día por la mañana y todo puede cambiar, para bien o para mal. «Aquí hay que peleárselo día a día». A Erika le encanta Central Park, y recibir amigos que la visitan desde España, aunque ella misma vuelve muy a menudo. «No existe la misma cultura de la presencialidad de España, así que aquí teletrabajo mucho y puedo permitirme viajar y volver a ver a mi familia unas tres veces al año». ¿Volverá? No lo sabe, «los contratos y los sueldos no tienen nada que ver».
Si tiene que nombrar algo o alguien que eche de menos de su tierra, contesta sin dudarlo sus sobrinos, por quien se acopla las vacaciones para coincidir, sobre todo los veranos en Cullera. De la playa guarda sus mejores recuerdos de infancia, y también con su familia. «Voy a menudo por ellos, quiero verles crecer», explica Erika, que como buena mediterránea es feliz al sol.
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