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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Valencia
Domingo, 16 de diciembre 2018, 00:38
No hay que buscar siempre entre médicos, investigadores o abogados de renombre para encontrar a personas que han conseguido alcanzar el llamado «éxito» profesional. A veces sucede en el bajo comercial de la finca donde vivimos, o en la esquina de la tienda del barrio. Juanra Bonillo es peluquero, como hay a decenas en cada municipio. Pero, en su caso, la excelencia le ha llegado a través de un tesón y una energía que no acaba cuando baja la persiana; de hecho, ha sido premiado en varias ocasiones y ha llegado a ser considerado uno de los mejores estilistas de España.
-¿Eres peluquero por vocación?
-Yo creo que siempre quise serlo. El otro día estaba recordando que cuando era un crío jugaba con la muñeca Rosaura de mis vecinas, a la que se le sacaba el pelo. Es cierto, sin embargo, que pasan los años, vas abriendo la mente y surgen más cosas, como la jardinería o el mundo audiovisual, que me gusta muchísimo.
-¿Te han apoyado para seguir este camino?
-Rechazo no he percibido nunca, aunque sí que es verdad que la familia te dice que estudies, que saques una carrera. De hecho, cuando acabé el instituto quise hacer el ciclo medio de peluquería pero por nota no conseguí plaza. Mi padre no quería que estuviera parado y me dijo: «conmigo al hierro». Él trabajaba en un almacén de chatarra y allí estuve seis meses. Cuando me dijeron de renovar les dije que no. No quería seguir allí, y con lo que gané en ese tiempo me pagué los primeros meses de una academia privada. Y ahora lo agradezco un montón, porque solo fueron seis meses, pero pásalos. Así que cuando empecé a estudiar yo siempre decía: «de aquí no me sacan».
-¿Nunca ha tenido dudas?
-Tuve dudas porque comencé muy joven. Te planteas: «¿y si hay otra cosa?». Pero he llegado a la conclusión de que hay tiempo para todo. Pero si me preguntas qué haría si pudiera ir a la universidad sería Trabajo Social, porque colaboro con varias oenegés y es una vocación que he descubierto ahora. Y como mi cabeza va a mil, hace poco organicé una gala benéfica, donde invité a participar a otros peluqueros y maquilladores, y lo que recaudamos lo dedicamos a organizaciones benéficas.
-¿Qué te aporta esa labor altruista?
-Satisfacción personal, es algo que me pide el cuerpo. Me gusta, me siento bien; ahora hemos estado quince días en Tanzania. Recuerdo que cuando era pequeño estaba muy vinculado a la parroquia y cuando me preguntaban qué quería ser yo decía misionero.
-Me da la impresión de que ya eras un niño inquieto que no para tampoco ahora.
-A veces voy con mi marido por la calle, veo a alguien con un pelo que me gusta, y se lo comento, y me pregunta: «¿que tengo que ver? ¿la chaqueta?». Cuando llego a casa muchos días le comento: «¿sabes qué se me ha ocurrido?» Y él me dice: «va, sorpréndeme». De las diez cosas que le digo a lo mejor solo puedo hacer una, pero las otras me las guardo. Algún día las sacaré. Soy así, no puedo evitarlo.
-¿Te absorbe el trabajo?
-No podría vivir solo trabajando y durmiendo. Necesito hacer otras cosas. Siempre he dicho que he elegido lo que más me gusta para ganarme la vida, pero no quiere decir que si tuviera mucho dinero lo haría. Conozco mucha gente que dice que haría su trabajo aunque no le pagaran. Yo no, hay demasiadas cosas que me gusta hacer para estar todo el día aquí encerrado. Pero, así y todo, mola abrir la persiana y ver la agenda llena.
-Pero después de estar trabajando en Barcelona y Madrid, decides volver a tu pueblo. ¿No te daba miedo estancarte?
-Mis amigos me lo decían, que no volviera. Pero yo lo tuve claro. Me gusta tener a las señoras del pueblo que vienen a menudo, y al mismo tiempo a gente joven muy atrevida que cambia constantemente de look y con quienes puedo desarrollar mi parte más creativa. Y ahí te aseguro que incluso me he despertado a medianoche después de haber soñado un estilismo para una clienta. Incluso le pasa a María, mi compañera, a la que se le ocurrió una idea genial mientras se duchaba (ríe).
-¿Te has sentido muchas veces psicólogo?
-Con los años he aprendido a mantener una postura neutral ante lo que te cuentan, pero sí, es un trabajo en el que tienes que escuchar. A veces las clientas vienen a eso.
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