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ELENA MELÉNDEZ
Viernes, 15 de junio 2018, 19:45
Ha vestido a Paris Hilton o a Mónica Naranjo. Le llegan pedidos de Dubai, de México o de Cannes. Alejandro Resta se define como un soñador con suerte al que le gusta rodearse de sencillez. Su atelier se encuentra en un edificio con solera de un soleado chaflán del Ensanche. Hace dos años dio con él tras estar un tiempo trabajando con talleres. «Detecté que era el momento de tener más presencia en Valencia, de instalarme en un espacio en el que poder recibir a la gente y sumergirla de alguna manera en mi universo», explica. Me cuenta que la casa estaba bastante mal, que la pintó, le puso papel y sobre eso empezó a trabajar. «Para mí era como un lienzo en blanco. Fui escogiendo piezas con más o menos sentido, pero todas tenían que atraerme. Aunque el resultado puede gustar o no, es un reflejo de lo que soy».
A Alejandro le encanta rescatar muebles que encuentra en la calle o en anticuarios, restaurarlos, ponerles color y darles una nueva vida. El primero que aterrizó en el estudio es una cómoda isabelina que adquirió en un rastro junto a un espejo. «Compré un bote de pintura amarillo. Si te fijas está llena de imperfecciones. Era mi primera incursión en la restauración, podría estar mucho mejor, pero le tengo un enorme cariño y se ha convertido para mí en la pieza central del atelier», confiesa. Otras veces el flechazo ha surgido con muebles de su madre, como la mesa que tiene en el despacho de madera maciza y que él pulió, pintó y convirtió en mueble clave de su espacio de trabajo. «También tengo mucho cariño a la otra cómoda. Me la encontré en la calle, le faltaba una pieza, conseguí completarla y restaurarla completamente».
Su zona favorita es la habitación que acoge el atelier. Él la llama la 'fábrica de sueños', el lugar donde se relaja, dibuja y atiende a los clientes. Destaca el gran ventanal que le da vida, pues para el diseñador la luz natural es muy importante a la hora de crear, al igual que la música y las flores. «Es algo muy valenciano. Me encanta hablar con la gente y ahí entro en contacto con ella, gestándose todo lo que soy ahora. También es muy importante para mí lo que yo llamo el 'laboratorio', que es la sala de costura donde se materializan los diseños».
El barrio del Ensanche se ha convertido para Alejandro en lugar fetiche. Allí conserva su estudio, sus amigos; allí se crió, fue a la escuela y al instituto. «Desde muy pequeño tenía la mesa del colegio llena de dibujos con bocetos. A los trece años me apuntaron a Barreira y los profesores le dijeron a mi madre: 'Este niño no pinta bodegones, pinta figurines y bodegones'». En su familia siempre se vivió el mundo del arte y, cuando tuvo oportunidad, estudió diseño pero también costura, patronaje y todas las partes del proceso necesarias para ser un creador completo.
Ríe cuando me dice que va de manitas pero no lo es, que ha pintado paredes y ha clavado cuadros aprendiendo sobre la marcha. «Me gusta el color, la mezcla, una silla colonial con un mueble isabelino, una brújula, obras de arte, flores... Aquí hay obras de Antonio de Felipe, de La Mosca, de Jarr, de Anzo. Mi estudio soy yo y quiero que la gente se sienta como en casa». Su próxima colección la presenta el 21 de octubre en el Museo Nacional de Doja y siente que a cada día le faltan horas de trabajo en el taller. «¿Eres ambicioso?», le lanzo. «No creo que ser ambicioso sea malo -responde-. Yo tengo 31 años, dos manitas y una cabeza, creo que valgo y estoy seguro de que lo voy a conseguir. Me gusta la gente que lucha por lo que quiere».
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