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El estudio de Alfonso Calza

El estudio de Alfonso Calza

Hoy es cobijo de la fotografía y antes albergó los sueños de un escultor y tatuador cuya pasión por Marruecos aún se refleja en la casa. Es parte del encanto de un especio que ayudó a revitalizar este fragmento del Carmen

ELENA MELÉNDEZ

Lunes, 28 de noviembre 2016, 20:53

Aunque se formó como arquitecto, la fotografía fue siempre su pasión. Durante una estancia de estudios en Alemania se dio cuenta de ello, de que pasaba la mayor parte del día captando imágenes, y eso le llevó a reflexionar: si estaba dedicando todo su tiempo e ilusión a algo, lo mejor que podía hacer era dedicarse a ese algo. El estudio de fotografía de Alfonso Calza, que trabaja para muchos arquitectos pero también haciendo videoclips o vídeos de boda poco convencionales, fue durante un tiempo su vivienda. «Era cuando empezaba todo y en ese momento dedicaba mi tiempo y recursos exclusivamente al trabajo. En el altillo tenía la cama separada tan sólo por un ligero biombo, y a veces sin eso. Este era mi mundo».

El espacio le conquistó por la doble altura, porque es un bajo y por hallarse en un barrio muy amable y casi peatonal. «La idea de ver un coche aparcado en la puerta me producía estrés; en esta calle apenas hay tráfico». Lo transformaron muy poco a poco, haciendo intervenciones de manera gradual. Pusieron el suelo de madera porque el original estaba hecho polvo, restauraron la cocina, colocaron las perfilerías de madera... «Esto siempre ha sido un refugio de artistas -cuenta Alfonso-. Antes lo tuvo un escultor y tatuador enamorado de Marruecos. El suelo era rojo, había una pared azul, otra naranja y un estuco de estilo marroquí muy característico». Como la zona de arriba era muy oscura, puso el techo en blanco para que reflejara la luz de la calle y de la pequeña terraza de suelo acristalado de atrás. El resto del techo es el original. Lo interesante del espacio, para Alfonso, es que conserva la esencia de las personas que lo habitaron antes que él, pues al haberlo reformado poco a poco permanecen las huellas de diferentes épocas, como las grandes puertas macizas traídas de Marruecos que lo dotan de un punto exótico.

Cuando llegaron a él, la calle estaba muy descuidada, repleta de suciedad y contenedores. Se plantearon entonces que podían hacer algo para mejorar el entorno con el fin de hacer sus vistas cotidianas lo más agradables posible. «Ahí surgió hace dos años el primer mural. Escogí una fotografía que hice en Bremen de un paisaje con una pareja paseando y se lo encargué a un artista, que lo pintó en el muro con aerógrafo. Queríamos integrar la imagen arbolada con los árboles que emergían del solar», explica. La intervención les sirvió para integrarse en el barrio, pues tuvo muy buena acogida por parte de los vecinos, que les animaron a continuar y pintar el resto de la calle. Luego otro artista hizo la foto del puente de Venecia y la última intervención corrió a cargo de Luis Lonjedo, quien logró que todo el mundo se interesara por el proyecto. «El primer medio en sacarlo fue LAS PROVINCIAS. Él pintó en la pared una foto que hice en Londres de una pareja anónima besándose. Desde entonces el fenómeno se nos ha ido de las manos. Cada día cientos de personas se fotografían besándose delante de la imagen y suben la imagen a las redes», revela.

De pie junto a los llamativos murales, Alfonso reflexiona sobre el potencial del Carmen, un barrio histórico, situado en pleno centro, abrazado por el río, con las calles estrechas e irregulares pensadas para el peatón, no para el coche. «Muchas veces el urbanismo tiende a racionalizarlo todo y la ciudad pierde personalidad. Durante una época estuvo muy degradado y considerado únicamente como lugar de ocio nocturno. Eso está cambiando y espero que siga haciéndolo a mejor».

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