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ELENA MELÉNDEZ
Lunes, 6 de marzo 2017, 20:29
En pleno corazón de Sueca, en una antigua casa de pueblo de 1830, se encuentra el hogar de Carla Ribeiro, portuguesa que se instaló en la Comunitat tras conocer al que hoy es su marido. Junto a ella nos recibe el interiorista José Manuel García quien, junto al arquitecto Luis Baixauli, acometió este laborioso proyecto. Lo primero en llamar la atención son las guías originales que atraviesan el suelo, huella de los carros de caballos que transportaban el grano. «El pavimento, aunque parezca el hidráulico de origen, es nuevo y fabricado a mano en cemento, pieza por pieza, por un artesano de un pueblecito junto a Dénia», explica José Manuel.
Pese a que la zona de entrada, el salón y la cocina están comunicados, dos grandes paneles movibles se deslizan por rieles cubriendo el tercio del espacio que se desea. «Consiguen dotar de intimidad según la necesidad. Depende de cómo los coloques, el salón cambia completamente de aspecto», precisa José Manuel. El gran reto del proyecto era conseguir el efecto ecléctico que hoy se percibe. Lo fundamental fue conservar lo máximo posible pero restaurándolo y en algunos casos actualizándolo, como las grandes puertas traseras de madera que estaban formadas por cristalitos de colores. «Los quitamos, curamos la madera y pusimos cristales transparentes para dar más amplitud visual al espacio. Además, conseguimos que la casa tuviera mucha más luminosidad».
Conservaron la altura original y las vigas, que tuvieron que tratar. También respetaron la mayoría de las puertas y parte de los ventanales. En la planta superior la idea era cerrar el espacio hasta el techo, pero decidieron no llegar arriba con los tabiques y poner cristales. «Crea un efecto muy bonito, especialmente por las noches, cuando encendemos las luces. Ver las tejas originales en contraste con el ambiente de las habitaciones más actuales hace que se mantenga la esencia y carácter de la casa», detalla Carla.
Relata José Manuel una de las operaciones más delicadas de todo el proceso. En un momento dado se encontraron con que la viga principal del salón había que sustituirla entera. «Son casi dos mil kilos de viga. Hubo que meterla por unas ventanas de la fachada y reforzar el suelo con mallazo. Luego rompimos el techo y metimos el gancho de la grúa para levantarla a la altura. Enseguida volvimos a montar el techo. Fue lo más complicado».
Todas las paredes se destaparon, quedando a la vista el ladrillo de origen. Las zonas más feas las enlucieron en blanco y el resto lo limpiaron y lo dejaron al aire. En el patio trasero levantaron todo el suelo adoquín por adoquín, se trató la superficie para resistir a la humedad y se volvió a colocar las piezas. Lo que era la antigua pallisa, donde se secaban los melones y el arroz, es hoy zona de estar y estudio, un acogedor rincón con vistas a toda la propiedad perfecto para refugiarse los días de invierno. En cuanto al mobiliario, Carla sigue la máxima de menos es más. «No nos gusta acumular, quería un espacio que invitara a estar, con pocos muebles y una estantería para colocar los libros».
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