Hay mucho de Dora, la protagonista de 'L'Alqueria Blanca', en Lola Moltó, la actriz que asumió el papel desde aquel 23 de septiembre de 2007, cuando se estrenó la serie. ¿Puede que sea porque Dora ha conectado con tantas generaciones de mujeres que han trabajado, han criado, han sostenido? ¿Qué mujer no ha sido un amarre? Para Lola, Dora es un homenaje a todas ellas; «a mi madre, a mi abuela, a mi hermana Mari, a mi tía Leo, y a todas las mujeres que salían a tomar la fresca en verano en Carlet». Y eso que la relación entre Lola y Dora no comenzó con buen pie. «Cuando me vistieron con aquel 'topet' y aquella ropa ancha me puse a llorar», confiesa la actriz. Con el tiempo estrecharon lazos y Lola Moltó quiere mucho a Dora, a pesar de las diferencias, porque de eso se trata, de reconocerse, de entenderse. «Ella es asexual, yo me considero una mujer muy sexy, ¡con todas las curvas!», ríe.
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Sin duda, Dora se escandalizaría con los pantalones color fucsia que se ha puesto Lola el día de la entrevista, se llevaría las manos a la cabeza con sus ideas 'progres' y se persignaría tras escuchar todas las locuras que ha hecho en su vida. Pero, a la vez, padecería de la misma forma que lo hace la actriz ahora que sus hijos han volado de casa e inician una vida lejos. Y lloraría con ella, porque Lola reconoce que es muy emotiva, que estos días anda algo sensible. Con la primera pregunta, aunque sea para hablar de qué es el éxito, ya se le salen las lágrimas.
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-Un personaje como Dora y el éxito de la serie marca la carrera profesional de cualquiera.
-Después de L'Alqueria Blanca comenzamos a tener fama, reconocimiento, y la gente se da cuenta de que hay actores valencianos que salen en la televisión y que los tienen muy cerca. Yo nunca he estado muy parada, porque cuando lo he estado me he movilizado, me monto yo mis monólogos, pero es verdad que después de 'L'alqueria' todo tiene otra dimensión.
-No es fácil triunfar como actor. Que el teléfono no pare de sonar. Las cifras dicen que el 97% de los actores está en paro.
-El éxito lo tiene Meryl Streep, Penélope Cruz o Antonio Banderas. Yo me considero una mujer muy afortunada a todos los niveles, porque me he sentido muy querida (se emociona). No sé qué me pasa hoy, que me emociono enseguida.
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-¿Y cómo se hace para que una serie triunfe?
-No lo sé. Nadie lo sabe. En mi opinión, yo siempre he creído que hay algo más. Que a veces se conecta. Que las personas desde nuestro nacimiento somos de una manera determinada, que a veces hay una energía que traspasa. Yo lo que sé es que he tenido mucha suerte porque trabajo en lo que me gusta y soy muy feliz.
-Pero usted estudió Magisterio.
-Me voy más atrás, porque con catorce años muere mi madre, y mi hermana y yo nos hacemos cargo de la casa. Teníamos una responsabilidad tremenda, y no podía pensar en ser actriz, porque aquello sonaba a bobada. En realidad, ni siquiera sabía que se podía ser actriz. Es que yo viví en otra época, y no me sabe mal decirlo porque estoy maravillosa y estupenda; acabo de cumplir 62 años.
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-Entiendo que no fuera una opción.
-En aquel momento actriz era Sarita Montiel, que le gustaba a mi abuela y nos veíamos todas las películas juntas. Lo que sí tenía claro es que quería irme fuera, a Valencia, donde se iban todas mis amigas, y gracias a mi hermana Mari pude cumplir mi sueño. Después de estudiar Magisterio, mientras preparaba oposiciones, me despisto por el camino, me sale un corto, una obra de teatro y se me despierta la espita.
-A veces es una casualidad.
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-Como en las películas, una amiga me dice que se había apuntado a unas pruebas de una escuela de teatro. Y le dije: «Cógeme número a mí también». Y me eligen a mí y a ella no. Era la Escuela de Arte Dramático. Allí conocí gente maravillosa, en una época en la que no parecía haber preocupaciones, vivíamos con cuatro pesetas... Con Canal 9 comenzó el doblaje, que nos permitió dedicarnos al teatro e incluso invertir en él. Lamentablemente, una clase política a la que no le interesa la cultura mata la televisión.
-¿Cómo está la situación ahora en Valencia?
-Ahora mismo, la única persona que está apostando por tenernos un mes en cartel es Enrique Fayos, del Olympia. El único.
-¿No se quiso ir fuera? Hubiera tenido más oportunidades, quizás.
-No fui capaz. Creo que tenía miedo.
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-¿Hubo alguien que le dijo que sí valía?
-Sí, y también me dijeron que nunca sería una buena actriz. Aquel día me lo pasé llorando, porque tenía mucha inseguridad y cuando la tienes pueden hacerte daño. Estaba todavía en la escuela y quien me lo soltó es alguien que nunca ha podido desarrollar la faceta de actor. Me callo el nombre.
-¿Ayuda a ser mejor luchar para que no se cumplan ese tipo de profecías?
-Ayuda, pero sobre todo me sostiene toda la gente que me ha querido muchísimo, porque cuando hay amor en tu vida te haces fuerte.
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-Pero hay muchas circunstancias ajenas: pocos papeles para mujeres de cierta edad, vivir en Valencia...
-Los actores somos una especie de humanos muy resilientes, que siempre estamos en crisis, y cuando por ejemplo viene una situación como la de 2008 nos convertimos en personas creativas. Sin un duro, eso sí. Siempre en equilibrio, en una profesión que es como una montaña rusa. Estamos un poco desequilibrados, tenemos un punto de locura. (Piensa) Mira, en enero y febrero no paramos de rodar, todo el día, desde las cinco, las seis de la mañana. En marzo tenía bolos y otras cosas. Del 1 al 14 de abril, que entro en el Talía, no tengo nada, así que me he dado de alta en el paro. Si no me sale nada más, que espero que sí, cuando acabe en el teatro volveré a la oficina del paro. No tenemos un contrato todo el año. Ojalá, sería increíble.
-Qué distinta vida sería de haber seguido con aquella oposición a maestra…
-Cuando hice las prácticas de Magisterio yo ya vi que no podía con tanto crío a la vez… (ríe) Prefería la locura del teatro, y eso que yo tuve una época de pánico escénico, que también hay que contarlo. Se me aceleraba el corazón, no podía salir al escenario... Estuve tratándome con homeopatía. Yo siempre he sido muy kamikaze y cuando algo me da miedo voy a buscarlo.
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-¿Cómo se consigue?
-Cuando era niña y tenía miedo de que hubiera un monstruo bajo la cama, yo miraba. Si había algún ruido, me levantaba a ver qué era. Muerta de miedo, me levantaba. Soy muy lanzada y me he tirado al vacío muchas veces. También cuando interpreto soy así, me abro en canal y luego ya se verá. No me da vergüenza mostrar mis sentimientos, sentirme desnuda emocionalmente.
-¿Le gusta verse?
-Sí, pero sufro mucho. Soy muy exigente. Solo sé que la magia surge cuando no piensas en nada, solo escuchas a quien tienes delante.
-Ha estado casada con Diego Braguinsky, un actor muy reconocido también entre el imaginario valenciano.
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-Hace seis años que ya no estoy con él. No quiero hablar de ello a nivel personal; profesionalmente, creo que los dos nos beneficiamos mutuamente de ser actores, porque tener una pareja de la misma profesión es una ventaja. Entendía que estuviera mal en un momento determinado, que tuviera un bajón, que me sintiera rara cuando acababa una serie...
-¿Ha sido una sorpresa que su hija también quisiera ser actriz?
-Sí, porque ella no quería. Es verdad que siempre ha sido una niña muy creativa, yo la llamaba renacentista, porque le ha gustado pintar, cantar, toca la guitarra, bailar, la fotografía… y ser actriz no es sino otra manera de crear. Yo creo que en el campo que hubiera escogido le habría ido muy bien. Está con Burunganga y si todo va bien tiene un proyecto muy bonito. Ella sí se ha ido a Madrid.
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-¿La ha animado?
-Yo siempre les he dicho a mis hijos que luchen por sus sueños. Lo más importante es tener el objetivo y ahí aparece la ilusión. Si, además, cuentas con gente que esté a tu lado, que te ayude, mejor todavía.
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-Pero es tan difícil triunfar, ¿no?
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-Difícil es todo. Ve que yo soy muy feliz actuando y ella también lo es. Yo volvería a nacer y volvería a ser actriz. No quiero ser otra cosa. Y animo a toda la gente que tenga un sueño a que intente hacerlo realidad. Porque, ¿de qué estamos hablando? De vivir. Aunque tengas días malos, cuando escuchas el aplauso del público… Eso no tiene precio.
-¿Y su otro hijo?
-Marc está también en Madrid, tiene diecinueve años y estudia Ingeniería Aeroespacial. Él también está cumpliendo un sueño; recuerdo que ya de pequeño nos íbamos a ver los trenes, los aviones, las grúas… Una vez, tendría unos seis meses, vino a casa una amiga que es maestra y me decía: «Este niño será muy inteligente, no para de mirar». Y lo es. Los dos lo son. Hemos tenido mucha suerte. Lo hemos hecho muy bien.
-¿Es difícil soltarlos?
-Hay que soltarlos, por ellos y también para poder seguir con mi vida. Eso lo he tenido claro, desde que estaban en mi barriga, que ellos serían hijos de la vida. Que no son propiedad de nadie.
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