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Dice Encarna en la sinopsis de 'El cielo sostiene la tierra' que su amiga Lucía Dominguín le ha dado «un toque más de personalidad a una estirpe» que venía sobrada de singularidades, así que cuando la hermana de Miguel Bosé se sentaba en una tertulia ... en su casa de Vilamarxant, «mis historias eran mucho más interesantes que las del resto». Porque Lucía Dominguín, además de tener unos padres famosísimos -el torero Luis Miguel Dominguín y la actriz Lucía Bosé-, cuenta anécdotas de su etapa de niña en Cannes con Pablo Picasso o de cómo pasaban por su casa familiar estrellas de Hollywood de la época, como Ava Gardner. Ahora acaba de escribir un libro, 'El cielo sostiene la tierra', donde cuenta esas historias vividas en primera persona con las aportaciones de sus amigos Marisa Chulilla y Giorgio Orlandin, y en el que los beneficios de las ventas irán íntegramente destinados a la Fundación Isabel Enrique Díaz, que ayuda a costear terapias a niños que lo necesitan y cuyo sueño es crear un centro para este fin. Lucía Dominguín habla en especial de Tano, un niño de tres años con síndrome de Angelman, un raro trastorno genético que causa problemas en el desarrollo.
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-¿Qué es 'El cielo sostiene la tierra'?
-Son anécdotas de mi vida escritas con la ayuda de dos amigos, Marisa y Giorgio, que son mis ángeles en la tierra. Todo está basado en la meditación y la respiración, que es lo que nos salva de muchas cosas; de un berrinche, de una pataleta o de una mala amistad. Pero que quede claro que no tengo ninguna pretensión de escritora; no quiero escribir novelas.
-¿Cuál ha sido la respuesta que le está llegando de este libro?
-Está llegando más profundamente de lo que yo pensaba... No es un autoayuda ni voy de gurú porque no doy ninguna lección pero aunque no tenemos los mismos padres y las mismas situaciones, te identificas con el sentimiento, y más en este momento, en el que estamos haciendo un cambio de humanidad muy fuerte.
Lucía Dominguín conocía al presidente de la Fundación Isabel Enrique Díaz, Luis García, a quien ayudó con otro libro de fotografías, y le mandó el manuscrito. «A la media hora me llamó casi llorando, diciendo que esto lo teníamos que publicar», cuenta Lucía, que con esa sinceridad que la caracteriza le contestó: «¿Quién lo va a pagar? Yo no tengo». Y ahí surgió la idea de que los beneficios por la venta fueran destinados a pagar las terapias de Tano.
-¿En qué momento de su vida está ahora?
-Siento que tengo cuatro o cinco años, que sólo me faltan los pañales, porque voy por la vida que no me entienden lo que digo, ando torpemente, como lo que me da la gana... Estoy en una fase un poco rebelde (ríe), y contenta, porque estoy envuelta en un cambio de vida; lo que más me gusta es aprender, y enfrentarme a todo lo nuevo que me venga.
-Ya no vive en Valencia.
-Soy un culo inquieto y muy nómada; cuando llevo dos o tres años en un sitio me marcho. En Valencia estuve unos seis, primero en la ciudad y luego en el campo, en Vilamarxant, con mi hermana Paola (todavía vive allí). Después sucedió algo que no viene al caso y me fui a vivir con mi hija Palito a Almassora. Después de un año allí ellos decidieron moverse y yo también lo hice, y ahora estoy en Segovia.
-¿Ha encontrado su propósito en la vida?
-Mi propósito es saber quién soy, eso para mí es lo más importante.
-¿Todavía está en la búsqueda?
-Voy a cumplir 67 años en agosto y todavía sigo buscando, pero es que es parte de la evolución, porque yo no soy la misma de ayer, y es eso lo que me mantiene en movimiento, con mi furgoneta y mis almohadas, una manta y una sábana.
-¿Se ha reconciliado con su historia?
-El pasado lo tengo muy presente porque está dentro de mí, en cómo soy yo, pero no tengo nada que echarle en cara a nadie. En el libro se entiende esa parte de mí porque cada capítulo de mi vida ha tenido un para qué, y de esa manera he podido ser lo que soy ahora, y estoy muy contenta con ser lo que soy. Y que voy a mejorar, por supuesto, porque todavía me queda un buen tramo. ¿Qué me queda de vida? ¿40, 50 años más? Qué bien.
En 'El cielo sostiene la tierra' aparece un capítulo donde habla de cómo fue para ella la muerte de Bimba, de cómo la meditación le ayudó a superar un suceso tan doloroso para una madre como es la pérdida de un hijo. Luis García, presidente de la fundación a la que van dirigidos los beneficios, habla de ese capítulo con ternura, de hasta qué punto le impactó el relato de Lucía.
-Sí está reconciliada con la muerte.
-Es que la muerte es parte de la vida, porque en realidad todos vamos a morir, porque imagina qué dolor que todos se fueran y nos quedáramos. Eso sí, ojalá me hubieran dado un libro de instrucciones para vivir, pero se ve que lo divertido de este juego en el que estamos todos es no saber exactamente todo lo que va a pasar. Yo a la muerte la saludo todas las mañanas y todas las noches, y está presente a nuestro alrededor siempre, por ejemplo, en las flores que me pongo en la cabeza.
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María José Carchano
-¿Le molesta que todo el mundo opine de su vida, de su familia, de su historia?
-Es que es imposible que sepan de mi historia. Por ejemplo, la serie es el punto de vista de mi hermano, no es el mío, por eso yo no la veo porque no identifico los personajes. Hay que ser más benevolentes porque, ¿para qué vamos a criticar una vida que solamente se conoce cuando la vive cada uno?
-Ha tenido cuatro hijos, y en un programa de televisión hace unos años dijeron que se sentían muy orgullosos de cómo ha sido como madre.
-(Se da la vuelta y pregunta) Palito, ¿te sientes orgullosa de mí? Dice que mucho. ¡Y que digan lo contrario! (Ríe). Yo me he entregado a mis hijos, y no he hecho todo lo que habéis hecho todos: divertiros, hacer botellón, ir a discotecas... Y mira que no me gustaban los niños, pero se ve que era mi camino y estoy muy orgullosa de haberlo hecho lo mejor que he podido porque nadie me enseñó cómo.
-¿Su madre no fue ejemplo?
-A mi madre te la regalo como madre, ¡un desastre! Ella, que me está oyendo, lo sabe, un desastre, pero a cambio hemos tenido una infancia llena de cultura, de belleza, de estética, de diversión... Mi madre nos enseñó a pintar, a bailar; Miguel lo aprendió de ella. A mí mis hijos me han visto cavar un huerto, arreglar una bicicleta, cocinar para 400, hacer una matanza, leer un libro, escribirlo, pintar, escuchar música clásica… Toda mi infancia fue así. Sí, ha habido pasajes duros, está claro, pero cuando los veo con perspectiva, digo: «qué suerte he tenido».
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