

Secciones
Servicios
Destacamos
Durante la entrevista, María Emilia Adán recuerda a Santa Teresa de Jesús. «Camina, camina, camina». Y precisamente es lo que hace la decana del Colegio ... Nacional de Registradores de la Propiedad, no parar. Con sus formas amables, con un compromiso férreo y un sentido de la responsabilidad que heredó de su padre. «Le agradezco tanto… él me hizo ver que venimos a mejorar el mundo en el que vivimos, que cada uno aportamos nuestro granito de arena».
Nos reencontramos en la sede del colegio de registradores en Valencia, ya no como decana autonómica, que lo fue, antes de dar su salto a Madrid, donde está a punto de presentarse a su segunda legislatura como primera mujer en ocupar el cargo a nivel nacional en los casi cien años de historia de la institución.
Noticia Relacionada
María Emilia es consciente de que no es fácil hacer entender a los ciudadanos la necesidad y la importancia de la entidad, que solamente fue conocida cuando Mariano Rajoy regresó a ella después de pasar por la presidencia del Gobierno. «Son de esas instituciones que solo se ven cuando fallan, pero sin las que ya no podemos vivir», explica la decana, que rechaza honores escudada en su equipo.
-Hace tres años se convirtió en la primera mujer en ocupar el cargo. ¿Ha tenido dificultades añadidas?
-Aquí ya hubo una valenciana, María Jesús Torres, que fue decana de la territorial hace muchos años, y simplemente se podía como el desarrollo natural de las circunstancias que me llevaron a ser elegida decana. Que no importara ser mujer sino los méritos, que mis compañeros confiaran en mí. Pero lo que parecía lógico cuando llego a Madrid me doy cuenta de que no lo era tanto en otros cuerpos profesionales, donde todavía hay muy poca representación de mujeres, y ahí sí me doy cuenta del valor que tiene que se haya roto un techo de cristal. En realidad, a lo largo de mi trayectoria profesional, que es muy larga, ha habido momentos en que el hecho de ser mujer me ha supuesto un esfuerzo extra.
-El problema a veces es que muchas mujeres que están capacitadas deciden no presentarse a este tipo de cargos de representación.
-Es un hándicap muy importante, porque por encima de todo está la familia y el trabajo. En mi caso, he tenido la suerte de que mi marido me ha apoyado siempre y eso me ha permitido no tener que elegir y poder involucrarme en otro tipo de actividades que para mí eran importantes. Porque yo creo firmemente en que no podemos vivir de espaldas a la sociedad pensando solo en nuestras vidas personales.
-¿Ha sido su leiv-motiv?
-A mí me educaron en que debía asumir retos y desafíos, en que tenía que ir saliendo continuamente de las zonas de confort. No nos engañemos, la tendencia a retirarse, a dejar pasar las responsabilidades, también es fuerte pero, si todos lo hiciéramos, ¿qué pasaría?
-Otras mujeres, simplemente, no se atreven a dar el paso por si no están a la altura. ¿Usted dudó?
-Aunque a veces he dudado de mis capacidades, que es una circunstancia que se llama el síndrome del impostor y puede darse en muchas mujeres, tengo la suerte de que había mucha gente que confiaba en mí, que me apoyaba. Pero, sobre todo, he tenido mis dudas cuando, como decana, he capitalizado triunfos que no son míos, que son de todo el equipo. No nos engañemos, la vida es demasiado complicada como para pensar que uno solo puede hacer algo.
-Usted ya formó parte del asociacionismo desde muy joven, en ese convencimiento de no hacer las cosas solo.
-Cuando entré en la facultad creamos una asociación, luchamos contra las borregadas, teníamos un compromiso para que las cosas fueran a mejor y ahí no te jubilas nunca. Estamos hablando de los años ochenta, recién iniciada la democracia, donde todos teníamos algo que aportar, donde creíamos que si no hacíamos nada no estábamos siendo buenos ciudadanos. Esa movilización general sí dio resultados en la transición, y los ha dado en la pandemia, donde nos hemos apoyado unos en otros.
-Quienes han ostentado puestos de responsabilidad en este tiempo de pandemia han tenido que lidiar con muchas situaciones difíciles. ¿Ha sido su caso?
-Con toda seguridad, ha sido el periodo de mi vida en que con más intensidad hemos estado trabajando. No ha habido horas al día, ni fines de semana. Y no solo yo, todas las personas que formamos parte de la junta. También desde el Consell Social de la Universitat de València; quiero dar las gracias a tantos profesionales por facilitar que los universitarios pudieran hacer sus prácticas en pleno confinamiento y que acabar sus grados.
-¿Cómo lo ha vivido personalmente?
-Aunque no pueda arreglar muchas cosas, sí te sientes responsable, y físicamente ha sido tremendo, con mucha tensión, muchos nervios, noches de no dormir, de intentar ir aportando soluciones a todos los problemas que se planteaban, a sumar un granito de arena a lo que estaba pasando con nuestro trabajo. En mi casa no hubieron vídeos de gimnasia, ni tardes de cocina. Solamente muchas horas delante del ordenador.
-Seguro que no se imaginaba una pandemia siendo decana...
-Desde luego, y lo hemos dado todo. Estamos exhaustos. Ha sido muy duro.
-Vamos hacia atrás. Usted fue premio extraordinario de licenciatura y aprobó la que se considera una de las oposiciones más duras. ¿Qué la ha movido?
-Tuve la suerte de contar con profesores extraordinarios durante la carrera que me hicieron amar el Derecho. A mí me apasiona lo que hago, me encanta la institución para la que trabajo, y que poca gente conoce. Son de esas profesiones que trabajan en silencio, y tan necesarias a la vez. Para mí, estudiar y aprender ha sido apasionante.
-Ha trabajado en Viver, en Gandia, en Manises... ¿Eligió los cambios?
-He ido adaptándome a mi familia, yo soy de Segorbe y estaba en Viver, luego me fui a Gandia porque allí trabajaba mi marido. Años más tarde, cuando mis hijos se vinieron a Valencia estudiar estuve en Manises, y en el momento en que ya no me necesitaban me volví a Gandia. Ahora es la primera vez que mi familia está aquí y yo vivo en Madrid. Pero no te creas, somos muchos valencianos que nos vemos lunes y nos volvemos los viernes. Procuro venir los fines de semana, y si no puedo hacerlo se desplazan ellos.
-¿Para usted ha sido importante tenerlos cerca?
-Para mí la familia es muy importante; cuando los niños eran pequeños lo que quería era atenderlos personalmente, pero no podía dejar de cumplir con mi trabajo y dejarlos a ellos de lado. La solución, mis hijos al lado del trabajo. Para mí la conciliación es ser buen profesional y buena madre, no dejar de lado una de las dos facetas.
En este punto, María Emilia Adán puntualiza que se siente una privilegiada, porque ella tenía un horario, un puesto fijo y mucho apoyo. «Pienso en todas aquellas mujeres que trabajan en un supermercado, abogadas que tienen que preparar un caso, empresarias que tienen que llegar a fin de mes»...
-¿Se siente una más valenciana cuando vive fuera?
-No tengo más que agradecimiento a Madrid de cómo me ha acogido, pero somos diferentes y todos tenemos mucho que aportar. Y eso enriquece mucho.
-¿Es verdad que los valencianos no se comprometen? Desde luego, no es su caso.
-Yo creo que no es cierto, que los valencianos tienen una voluntad de asociacionismo y movimiento civil muy fuerte; solo hay que ver las fallas o las bandas de música. Lo que pasa es que no nos lo creemos, que a los que valen los sacamos fuera. Les hacemos de menos. Los valencianos, a pesar de la imagen que quieran dar de nosotros, somos una comunidad siempre en camino, que sabe levantarse tras las derrotas, y eso es lo más importante.
-¿Qué es lo que más echa de menos?
-A mi familia. Y a mis amigos, que los tengo un poco abandonados, pero espero que sean misericordiosos conmigo y cuando termine esta aventura madrileña me vuelvan a acoger. Tengo claro que lo mío es transitorio y mi futuro, mi vida, es Valencia.
-Pero se vuelve a presentar.
-Sí, y haré lo que mis compañeros quieran, si prefieren que sigan ahí estaré.
-¿Vuelve a casa en vacaciones?
-La semana que viene viajo a Baeza para una mesa redonda, y me gustaría poder tener una semana para disfrutar de la familia. Yo creo que en estas circunstancias todavía es más necesario parar y descansar.
Si hay una palabra que María Emilia Adán rechaza es la autocomplacencia. El pensar que no hay capacidad de mejora, que no hay nada más que hacer. «No quiero nunca perder pie en la tierra, siempre hay algo que ofrecer, a la familia, a la sociedad. Estamos a tiempo de cambiar las cosas».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.