Mi hermano era como yo, de ordeno y mando...», recuerda la fundadora del colegio Iale, Marisa Marín, mientras intenta mantener ese porte que la ha caracterizado siempre, sentada en el restaurante del colegio de abogados junto a un ventanal en el que se aprecian las ... impresionantes vistas del viejo cauce del Turia, el que se desvió para que Valencia no sufriera nunca más los efectos de una inundación como la del 57. O como los de la DANA, que acabó con la vida de su hermano, José Luis Marín, propietario de los colegios Mas Camarena, que además estuvo dos semanas desaparecido después de haber comido con otros tres empresarios, Miguel Burdeos, Vicente Tarancón y Antonio Noblejas. Marisa Marín ha llorado mucho y ha dormido poco, pensando dónde estaría, recordando momentos compartidos, sobre todo en la época en que su padre les empujó a tener sus propias academias, el germen de lo que ambos lograrían, ya por separado.
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-Primero murió mi hijo Luis, después de mi marido, luego mi hijo Nacho, ahora mi hermano, en estas circunstancias... Dios mío, cuánto me has quitado… ¿Sabes cómo me consuelo? Escribiendo.
-¿Qué escribe?
-He escrito mis viajes, porque Ignacio y yo nos prometimos que una vez al año nos iríamos y ahora, al escribirlos, me lo he pasado muy bien, porque ha sido como volver a viajar. He escrito también mi vida, que no la he acabado porque es muy larga… (ríe). Y estoy a la espera de editar un libro que se llama 'El poder de la piruleta y el lápiz'. Siempre que voy al colegio los niños me rodean; antes les daba una piruleta, hasta que Carmen me dijo: «tía Marisa, hay muchas alergias». Y desde entonces doy lápices y, oye, les hace la misma ilusión.
Marisa Marín confesaba hace unos años en una entrevista en LAS PROVINCIAS que ella era pesimista por naturaleza, que quien aportaba el humor y las ganas de vivir era Ignacio, al que reconoce que echa terriblemente de menos. Sin embargo, pese a que ya ha cumplido 88 años, pese a todos los golpes que ha recibido, doña Marisa, como la llaman todavía en el colegio, se desmiente a sí misma cada día, y sigue con una energía vitalista a prueba de trágicos sucesos. Apenas toca los platos que le van situando delante -«preferiría una pastillita para alimentarme»- pero disfruta con la compañía y, sobre todo, con quien la haga reír como hacía su marido. Siempre impecable, con las gafas de sol puestas, las uñas rojo Chanel y su característico mechón de pelo blanco, se saca un pintalabios para retocarse, y sin mirarse al espejo, luce perfecta para la sesión de fotos.
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María José Carchano
-¿Ha llorado mucho?
-He llorado poco, porque no quiero que me vean llorar. Quiero que me vean reír.
-Decía usted que nunca había que contar las penas y que de casa había que salir llorada.
-La Orden del Querer Saber -la fundó con un grupo de amigas después de la muerte de su marido- me ha dado las gracias por esa frase: «cuánta razón tienes, saldremos de casa lloradas», me decían. También mucha gente del colegio me lo ha agradecido.
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En casa, reconoce, sí ha llorado mucho. Lo hizo sin parar cuando murió, hace ya más de cuarenta años, su hijo Luis. «Estuve dos años de cara a la pared», hasta que su marido le preguntó si era así como quería que sus hijos -tuvo cuatro- se enfrentaran al dolor. Y Alcossebre hizo el resto. En medio de la sierra de Irta, en un paraje abrumador por su belleza. También se hundió al morir su marido, y el día en que, en plena pandemia, no pudo despedirse de su hijo Nacho, con quien vivía. «Me hacía mucha compañía, y ahora estoy sola», decía unos meses después. Pero siempre ha salido adelante, poniendo mucho empeño personal para levantarse cada día y lucir como siempre. Amante de la moda, hoy lleva un chaquetón de Amado, y habla además de su último descubrimiento, un diseñador de L'Eliana que se llama Ancor, y que ganó una de las ediciones del programa Maestros de la Costura. «Es maravilloso», asegura.
-¿Cómo está de salud?
-Me caí cinco veces, una de ellas en El Corte Inglés, cuando lo estaban reformando. Sólo les pedí que les dieran un extra a los guardias de seguridad y a la chica que me atendió. En Alcossebre me caí de la tumbona y de la cama, y también en casa, preparando el cocido para mi nieta, que le encanta. Unos minutos antes de que mi espalda crujiera estaba bailando el vals del concierto de Año Nuevo, que nunca me lo pierdo. Y la última en casa de una amiga, que tuve que comprarme hasta una silla de ruedas. Ahora tengo un entrenador personal que me ayuda muchísimo. Y estoy recuperada.
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Apenas se ha perdido nada en esa vida social que tanto le gusta, abonada del Palau de la Música, de les Arts, activa con la orden que fundó, los premios que cada año entrega... «Ahora me voy al Ateneo que vamos a entregar a Cristóbal Aguado, presidente de AVA, la recaudación que hemos conseguido para la recuperación del campo», anuncia, y enumera algunos de los eventos a los que va a asistir estos días.
-¿Qué ha recordado con más cariño repasando su vida?
-Me acuerdo cuando todavía éramos novios e Ignacio vino a casa y se comió el arroz con leche que yo le había preparado, que aquello no había ni manera ni forma... Nunca he sido muy buena cocinera... Al tiempo me recordó aquel emplasto que se tuvo que comer cuando le dije que yo no iba a beberme un chocolate. Era tan simpático, tan vitalista... qué hombre.
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-¿Lo echa mucho de menos?
-Muchísimo, cada día, y como mi hijo Jandro es un clon del padre, todavía lo echo más de menos. Bromista como él. Yo le digo a Jandro, igual que le repetía a Ignacio: «Qué buen presidente harías», porque su frase era: «Mañana lo tienes, y el mañana no llegaba nunca» (ríe).
Siempre discreta, ha sabido rodearse de personas que le han aportado, intelectualmente hablando, y las charlas que organiza en la Orden del Querer Saber tienen que ver con cultura, arte, literatura y cualquier saber, y siempre manteniendo fuera de la ecuación las opiniones sobre sexo, política o religión. Además, ha querido dejar un legado en forma de libros con todo lo que aprendió sobre cómo educar a los niños.
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-¿Cómo le gustaría que la recordaran?
-Como fui y como soy. En el 50 aniversario del Iale hicimos un encuentro con antiguos alumnos, y no sabes cómo me querían. Me decían: «gracias a usted, he llegado adonde estoy», y a mí eso me ha hecho mucha ilusión. Además, me gustaría que me recordaran como una mujer que lo que más he querido en su vida ha sido mi marido, no ha habido ninguno igual. Me trataba como una reina.
-¿Qué le queda por hacer?
-Volver a Machu Pichu. Es un lugar muy especial, y allí siento que me encontré con Ignacio.
-¿Piensa que cuando muera se reunirá con él?
-No sé si me voy a reunir con él después de morir, pero sé que aquí en la tierra me he encontrado muchas veces con él, y eso para mí es suficiente. Es verdad que me gustaría volver a estar con mi hijo Luis, con mi hijo Nacho, con Ignacio, con mi hermano…
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