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Decía Jean-Paul Sartre que «el compromiso es un acto, no una palabra» y desde luego que Marita Boluda Villalonga pone en práctica su compromiso por la cultura y tradiciones valencianas. Es una enamorada de su ciudad y una luchadora nata que sin embargo ve con pesimismo «la pérdida de valores de la sociedad», por lo que le gustaría «retroceder en el tiempo a la época en la que un apretón de manos significaba un compromiso». Siempre el compromiso. El que define a las personas de verdad. Con dos apellidos ilustres, fue una mujer de mucho peso en el panorama económico de la ciudad, pero ahora, ya jubilada, donde derrocha carisma es en el Mercado Central. No hay tienda cuyo vendedor no la salude por su nombre al pasar. «¿Que tal Marita, como estás?», le dicen en prácticamente todas las paradas tradicionales, ya sea de frutas, jamón o pescado. Pasear por el emblemático recinto es una de sus grandes pasiones y la practica casi todos los días. Por eso allí todos la conocen bien. «Los mercados son el retrato del espíritu de la ciudad. Este es fallero, colorista. Los conozco a todos, y esa cercanía y amistad hace mucho. Hablamos de todo, de fútbol, de política. Me sirve como distracción, vengo aquí y me relaciono. Cuando me muera deberían poner mi nombre en una de estas columnas», bromea.
Disfruta viendo el fabuloso género de cada tienda. «Aquí la calidad es impresionante y la relación con el precio es muy buena. Hay cosas más baratas en supermercados pero no con la misma calidad», comenta. Pero lamenta que poco a poco los clientes van disminuyendo por las trabas. «Están haciendo que sea complicado venir. Es como si hubieran cegado las arterias que llevan al corazón, que es el mercado. El tránsito no es el mismo. Hay mucha afluencia de turistas, aunque a mí no me molestan. No se puede pretender configurar una ciudad sólo para los jóvenes. Yo no uso el coche en ciudad nada, voy andando y en autobús. ¿El que no pueda ir en bicicleta, ahora qué hace? Hay unas edades que ya no se puede. Las frecuencias de paso de los autobuses son enormes. Vas a coger el 81 y ves 33 minutos en plena tarde. Para desplazarte al centro lo mismo, eso no puede ser. Y eso al Mercado Central le hace mucho daño. Lo noto yo y sobre todo los vendedores. Hay días que esto está como muerto», argumenta.
Fue la primera mujer con voz y voto en la banca valenciana, al formar parte desde 1982 del consejo de Banco de Valencia. Ya jubilada, disfruta ahora del tiempo con sus nietos.
Como defensora de los valores y de la identidad valencianos, Marita siente «mucha tristeza» porque la sociedad «no hiciera nada» en dos situaciones. Con la caída del Banco de Valencia, del que ella era consejera y con la venta del Valencia CF a Peter Lim. «Ahora todo se ha mercantilizado. El factor económico se ha adueñado del fútbol. Creo que es la próxima burbuja que va a estallar. Estamos destinados a ser el parque temático de China. Pero no me resigno, yo sigo yendo a Mestalla. Me dolió en el alma la venta del Valencia. Yo estuve como patrona en la Fundación original que con Juan Martín Queralt pusimos en marcha. Formo parte de la Tertulia Torino. Pero ya no nos queda nada, se va perdiendo todo lo valenciano y nadie mueve un dedo. El poder financiero, deportivo... He peleado en tantos frentes y no he tenido éxito, pero hay que dar batalla hasta el final», expresa.
Su tío le inculcó la pasión por el fútbol y la llevó a Mestalla de pequeña. «Tuve amistad con Puchades, Pasieguito, Piquer, Guillot... me iba a la asociación de veteranos a jugar con ellos al dominó. Pero este Valencia ya no es como aquel. Ahora creo que es difícil que las acciones del club vuelvan a manos de gente de la tierra».
Además, adora la copla y es habitual verla andar por la calle con los cascos puestos escuchando «a la gran Concha Piquer». También le gusta la montaña, hacer senderismo y buscar setas. «Prefiero encontrarlas a comérmelas. Tengo una casita al lado de Roncesvalles, todos esos bosques de Irati son una maravilla». Le encanta viajar por la vieja Europa. «Mi ciudad preferida es París, he estado muchísimas veces, es una gozada patear sus calles». Y otra de sus aficiones es la lectura. «Te da una vida interior extraordinaria y hace que no tengas nunca soledad. Suelo releer 'La comedia humana', de Balzac, un retrato que resulta válido incluso en nuestros días». Pero su gran pasión son sus nietos, «la última alegría que da la vida».
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