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En la mirada de Andrés Goerlich se puede ver pasar su infancia. La que vivió en el bulevar de la Gran Vía Marqués del Turia, jugando bajo la escultura homenaje al llaurador valencià, junto al kiosco donde vendían 'mirindas' y con las vistas magníficas que contemplaba desde su casa, al principio de la Gran Vía, una avenida con muchísima historia. La que se proyectó a principios de siglo para cerrar el cinturón que se había abierto tras el derribo de las murallas, por donde paseaban ociosas las familias de la sociedad valenciana que se instalaron en el primer ensanche de la ciudad, las que proyectaron edificios que encargaban a grandes arquitectos -ahí se demostraba el estatus económico- y que con los años ha ido evolucionando como lo ha hecho tanto la sociedad como la arquitectura del siglo XX.
Pero, sobre todo, la Gran Vía Marqués del Turia sigue siendo una avenida de barrio, con mucho tráfico, eso sí -acumula intensidades de más de 60.000 vehículos diarios, similar a avenidas de acceso a la ciudad como la del Cid o Cataluña-, donde las viviendas conviven con oficinas y donde aguantan estoicos comerciantes de barrio. «Es una de las vías de Valencia que más me gusta, por su configuración, orden, originalidad y una personalidad típicamente valenciana», explica Andrés. En las casas de la Gran Vía entra la luz y la vegetación que salpica el bulevar central, en el que una tarde de jueves hay jubilados sentados en los bancos y niños jugando con sus madres después del colegio. La vida en esta calle se ha hecho más diversa, además, con los despachos y bufetes que jalonan los edificios, con los bajos comerciales ocupados por clínicas o por vecinos enamorados del sol cuando se cuela entre los árboles.
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Por ejemplo, el próximo mes de junio hará veinte años que Víctor Martínez y Paula Silla, socios del Grupo Naser Fesien, se instalaron en unas oficinas en el número 59 de la Gran Vía, justo al lado de Aquarium. «Los inquilinos anteriores habían bajado techos, la marquetería había desaparecido, también el suelo adoquinado». El paso del tiempo ha puesto en valor los interiores que todavía se conservan, y donde la riqueza del modernismo en las fachadas tenía su réplica en el interiorismo. Carmen Torres es vecina de uno de los edificios más emblemáticos de la Gran Vía, un pequeño inmueble de cuatro plantas construido en 1900 y que ha conservado su rica ornamentación y sus miradores. Esta filóloga, académica de la Real Academia de Cultura Valenciana, ha mantenido la vivienda tal y como estaba cuando la compró, hace ya varias décadas, y la ha ido llenando de libros, algunos ediciones únicas, y obras de arte, como Pinazo, Lahuerta, Michavila o Rosario Baro. «Cuando han venido profesores italianos a mi casa la han llamado 'piccolo palazzo', explica Carmen Torres, que ya no podría vivir sin las vistas que contempla desde su balcón.
Alberto Marina decidió instalar su clínica estética en la Gran Vía Marqués del Turia después de ocupar una consulta en el hospital 9 d'Octubre, así que buscaba un lugar bien comunicado y con visibilidad. Ubicado en un bajo y una primera planta junto a los grandes ficus que rodean la estatua del poeta Teodoro Llorente, para Marina esta ubicación ha sido un gran descubrimiento. «Yo soy de Huesca y aunque ya llevo años viviendo en Valencia nunca hubiera imaginado que había tanta vida de barrio en una zona tan céntrica». Tanto que está pensando en trasladarse a vivir por allí.
Quien vive desde pequeña en la Gran Vía Marqués del Turia es Cuchita Lluch, mas concretamente en la Torre de Valencia, el edificio que remata la avenida frente al puente de Aragón, con unas vistas espectaculares hacia el cauce del río Turia. Este edificio fue encargado por los Gómez-Trenor en los años 50 a un arquitecto madrileño, Gutiérrrez Soto, y que también diseñó en la ciudad el ABC Park o el edificio Bacharach, en la esquina de Isabel la Católica con Cirilo Amorós. «Es prácticamente el único edificio con ladrillo caravista de la Gran Vía», explica Andrés Goerlich.
Presidente de la fundación que lleva su apellido, se ha marcado como objetivo divulgar, conservar y poner en valor el legado de su tío abuelo Javier Goerlich, considerado el arquitecto ideólogo de la Valencia contemporánea, así como del resto de los arquitectos que han configurado esta ciudad que vivimos. Goerlich también dejó en la Gran Vía Marqués del Turia alguna muestra de su genialidad, como el edificio Barona, en el número 70, encargado por Tomás Barona, como tantos otros inmuebles que han llegado a nuestros días conocidos por el apellido de la familia que los promovió. Por ejemplo, los edificios Chapa, que ocupan los números 63, 65 y 67 hasta llegar a la plaza Cánovas, proyectado por tres arquitectos referentes: Antonio Martorell, Emilio Ferrer y Carlos Carbonell, por encargo de la familia Chapa, y que está catalogado como Bien de Relevancia Local. Tanto la casa Barona como el edificio Chapa son dos muestras del modernismo valenciano en los que vale la pena detenerse y levantar la vista para contemplar los miradores, las balaustradas, los remates y cada detalle de una época, principios del siglo XX, que ha dejado un legado único en la arquitectura, configuración y fisonomía de la ciudad. También hay que fijarse en la casa de las golondrinas o en el edificio Ortega, de Manuel Peris. Pero como no sólo hay modernismo en la Gran Vía Marqués del Turia, hay que contemplar la arquitectura racionalista de Borso di Carminatti; incluso detenerse ante las placas donde hay pequeños homenajes, como la dedicada al cirujano Juan José Barcia en el número 62. Curiosidad: en ese mismo número vive Rafael Crespo-Azorín, tercera generación de abogados, que se inició con su abuelo en 1886.
«Los clientes extranjeros se vuelven locos al ver las oficinas», explica Víctor Martínez, refiriéndose a las excelentes calidades que conservan algunos inmuebles, con portero en la puerta y habitaciones para el servicio, algunos con plantas nobles reservados para las familias que los mandaron edificar. En la finca de Carmen Torres todavía se conserva el ascensor de madera.
Goerlich cuenta cómo la riqueza de los empresarios que encargaron estos edificios, que primero se instalaron en la calle La Paz, tenía su origen, en la mayoría de los casos, en las exportaciones de naranja, pero también de materias primas como el yute. «Y en aquel momento la inversión inmobiliaria era prácticamente la única que existía por ser la más segura». También familias como los Noguera invirtieron en edificios en la Gran Vía, los números pares del 10 al 18, así como los Nebot, Rojas Zabala, Saez-Merino, Royo, Bordils o Martinavarro están vinculados de alguna manera a la Gran Vía. O el doctor Murgui, cuyos padres regentaban las bodegas Murgui, también en Marqués del Turia. Goerlich recuerda aquel establecimiento ya desaparecido, o la casa de discos Viuda de Miguel Roca, ubicada en el curioso pasaje que todavía une la Gran Vía con Cirilo Amorós, y donde toda una generación en los años setenta y ochenta compraba los discos de vinilo. El abogado nombra lugares ya desaparecidos, como la cafetería Bimbi, el estudio de Barreira en el edificio Chapa donde los niños del Ensanche iban a pintar los sábados, o el concesionario que había justo debajo de su casa, la Torre Illueca, del arquitecto Luis Albert, donde vendían vehículos de las marcas Simca y Dodge. En este edificio, el número 2 de la avenida, las viviendas todavía conservan unos enormes pilares enmedio del salón que iban a permitir sujetar el peso de más por haber aumentado el número de plantas, con un retranqueo para aligerar el volumen en los pisos más altos.
A la conversación y el paseo por la Gran Vía Marqués del Turia se une Gregorio Lleó, responsable de Patrimonio de la asociación de vecinos Gran Vía-Ensanche, y Malek Murad, arquitecto y vicepresidente del Colegio de Arquitectos de Valencia, quien cree que el diseño de esta avenida estuvo muy bien planteado desde el principio: 50 metros de anchura, un bulevar central con magnífico arbolado, con travesías muy bien ejecutadas para los vehículos, donde hay joyas arquitectónicas que él ha podido también ver desde el interior gracias a las reformas que ha llevado a cabo en esta calle.
Hay dos grandes edificios que los expertos en arquitectura lamentan haber perdido en el patrimonio de la Gran Vía. Uno es el colegio Dominicos -se mantiene el centro escolar pero se perdió la parte recayente a esta avenida, así como los edificios que el gran arquitecto Cortina diseñó en Gran Vía, la Casa Payá y la Casa Aparici, además de los cines Gran Vía -donde ahora está ubicado el Registro Mercantil- o el Acteón. Por ese motivo Andrés Goerlich celebra que sobrevivan establecimientos como Aquarium, y le anima a seguir trabajando en la fundación Goerlich para poner en valor un patrimonio arquitectónico que en muchos casos se perdió por no entender hasta qué punto era importante para Valencia y también para los valencianos. Una última curiosidad. Bajo el subsuelo de la Gran Vía todavía se conservan los refugios antiaéreos que fueron utilizados por los vecinos durante la Guerra Civil en una avenida que recibió el nombre de una personalidad ilustre, Tomás Trénor, el marqués del Turia, quien hizo posible la Exposición Universal de 1909 y puso a Valencia en el mapa de la modernidad.
La familia Martí Alegre, a la que pertenecía por rama materna el cineasta Luis García Berlanga, encargó a Javier Goerlich en el año 34 un edificio ubicado en la plaza Cánovas del Castillo, y donde García Berlanga llegó a vivir. El edificio es conocido como la casa del barco por los ojos de buey que desde la calle todavía se pueden contemplar en la sexta planta.
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