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Alguien vaticinaba que la pandemia iba a acabar con el negocio de las influencers, que aquello se trataba de una burbuja que el día menos pensado iba a explotar. «Ha sido al revés -explica David Huélamo, director de operaciones de la compañía valenciana de marketing ... de influencers Brandmanic-. El sector se ha profesionalizado».
Esta misma semana, la revista Forbes publicaba una lista con los que consideran los 75 mejores influencers de España distribuidos por temáticas, y donde se han colado ocho valencianos. Desde Marta Lozano o Violeta Mangriñán, que dio el salto a la fama en programas como 'Supervivientes' o 'Mujeres y Hombres y viceversa', pero también personajes como Lola Moreno, una joven de veinte años nacida en Elche y que acumula en Tik Tok la friolera cifra de 9,6 millones de seguidores. Precisamente esta semana la ilicitana ha estado desfilando con L'Oreal en la Paris Fashion Week.
Las marcas las buscan y pagan cantidades desconocidas para que luzcan sus prendas, sus joyas, para que se pongan una crema u otra, para influir en sus comunidades de seguidores. «Además, ya no se paga en especie». Pero, como David Huélamo recalca, sí ha ido cambiando el mundo influencer en un detalle: «no se busca a un personaje determinado por el número de seguidores que acumula, sino por su contenido, por la interacción, por el tipo de público que les sigue». Es decir, las marcas apuntan a alguien que consiga 'engagement' (compromiso) con su comunidad, aunque tengan menos seguidores.
En el mundo influencer se habla de coherencia como un denominador muy importante en la ecuación. Y los influencers lo saben. «No puedes, por ejemplo, recomendar una marca de cremas y mañana otra», explican. O que una influencer con un discurso ecologista promocione una empresa contaminante. «Los usuarios lo castigan».
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Las influencers, además, han ido diversificando sus negocios más allá de las redes sociales. Por ejemplo, Lola Moreno (@lolalolita) ha sacado al mercado su propia marca de joyas, además de publicar cuatro libros, mientras que Marta Lozano creó junto a su marido, Lorenzo Remohí, y Marta Lluch una marca de cosmética, The Glowfilter. Tienen además participación en otros negocios, como Kook's, una empresa de catering de autor. Su amiga, Teresa Andrés Gonzalvo, es enfermera y tiene una clínica de estética en Alicante llamada Enea. Verónica Sánchez (@ohmamiblue) no tenía entre sus objetivos convertirse en influencer, pero su discurso en redes contra la homofobia y a favor de las familias diversas le dio una notoriedad a la que ha seguido una comunidad muy fiel. Tiene una marca de ropa, Yosoloveoamor, de la que acaban de sacar una nueva colección y ha escrito varios libros.
Verónica Costa (@vikikacosta) es un referente en el mundo del fitness y tiene una página web con planes de entrenamiento virtual y alimentación saludable. Macarena Gea, por su parte, convirtió su faceta de influencer en una tabla de salvación en una época en la que no podía sobrevivir como arquitecta, y ahora no lo quiere abandonar. Algo similar le ha ocurrido a la abogada María Blasco (@rojovalentino) que combina un trabajo que no tiene que ver con las redes con la creación de contenido.
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