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Olfo Bosé se llama en realidad Rodolfo Salvatore pero, como ya hizo su hermana Bimba, se quedó con el apellido de esa abuela tan querida ... por todos y llamada Lucía. Lo mismo decidió años antes su tío Miguel, que borró de un plumazo la huella de un padre torero llamado Luis Miguel Dominguín. Olfo no ha tenido, sin embargo, el éxito profesional que ha acompañado a Miguel, a su tía Paola, a la gran Bimba.
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Sí esa aura de pertenecer a una familia archiconocida a la que han perseguido los escándalos, incluso en tiempos de pandemia. Así que Olfo, que hasta hace poco se había dedicado a la pintura, decidió tras el confinamiento comenzar de cero, se planteó recuperar su nombre original, Rodolfo Salvatore, y «volver a mis raíces para dejar atrás tanto ego».
-¿Qué hizo?
-Decidí hace un año dejarlo todo atrás, comenzar de nuevo dando la vuelta al mundo en bicicleta. Empecé por Valencia, el lugar donde siempre empiezo todo desde que vivo aquí. Salí de las redes sociales, desaparecí, con una mano delante y otra detrás. Dije: «voy a ver qué pasa». Primero Madrid, visité el mausoleo de mi abuela, de allí a Segovia, luego a Asturias recorriendo todo el norte hasta llegar a Biarritz. En Francia llegué hasta el norte por la costa y bajé hacia los Alpes.
-¿Cuál era el propósito?
-No iba buscando la vuelta al mundo en ochenta días, ni en dos meses. Sentía que tenía que verlo todo, saborearlo todo, no irme de este mundo sin haber visto que la Tierra es redonda, y no podía ser en coche, ni en avión, porque no es lo mismo.
-¿Cómo se mantuvo económicamente?
-Trabajé en la viña, planté fresas, recogí fruta, patatas... he sido jornalero. En España trabajé también en un par de campings limpiando caravanas. Me busqué la vida, pero mucha gente me ha ayudado, porque cuando te ven en bici, con las alforjas, se acercan a preguntar. He dormido en cuevas, bajo túneles, en lugares insospechados. He vivido lluvias torrenciales enmedio de la noche, he tenido hambre, he tenido sed, y me lo he pasado genial. Hasta que llegué a los Alpes. Tardé quince días en cruzarlos, y he vivido experiencias con lobos, con osos, con linces, también con gente mala, con gente buena…
-Lo cierto es que es todo lo contrario a un confinamiento.
-Mucha gente me criticó por ese motivo, así que dejé las redes sociales, y pensé que ese viaje tenía que ser un viaje de sanación, de cura, de introspección; no puedes ver la vida de los demás ni estar a merced de los comentarios ajenos si te quieres curar. Y yo necesitaba una cura mental. Me contaba historias a mí mismo encima de la bicicleta, y me descojonaba de la risa. He ido deshilachando mi vida, he potenciado a amigos vitamina, he leído mucho, he escrito también.
-¿Qué necesitaba sanar?
-He sufrido bullying de pequeño, pero también de mayor; la gente cree que te puede criticar y no pasa nada. Necesitaba sanar a nivel sentimental, emocional... En el confinamiento, además, lo pasé mal, por perder a mi abuela, pero también porque sufrí mucho por la gente; pensar que había personas encerradas en pisos y sentir su dolor, estando yo en el campo, me sentó muy mal.
Olfo ha sido carne de titular. La familia Dominguín Bosé vende y los líos familiares muy jugosos. El hijo de Lucía Dominguín se ha enfrentado a su tío Miguel, ha ido a programas del corazón y las críticas han sido feroces.
-¿Hasta donde llegó?
-En Italia llegué a la finca en la que había nacido mi abuela entre Milán y Turín. Fue ella la que me dio el impulso después de leer recetas, cartas que se habían enviado mis abuelos, cosas de la familia... No quería quedarme sin escudriñar en mi pasado familiar, y he ido descubriendo cosas muy bonitas, secretos que me habían ocultado. Pero en la Toscana me rompí la rodilla al caerme de la bici y tuve que parar.
-¿Qué pasó entonces?
-Estaba en una zona roja, que significa que todo permanecía cerrado. Y, quizás sería mi abuela, quizás mi hermana, puede que mi padre (he perdido tantos ya) quien me ayudó en ese momento, y en la única puerta que me abrieron había gente que se dedicaba al mundo de la 'porchetta', un producto típico de esa zona de Italia y que ahora he traído a España. Me abrieron sus puertas sin conocerme de nada, no como Olfo Bosé, sino como Rodolfo Salvatore. Y he vuelto a Valencia para poner en marcha el negocio y también para operarme de la rodilla, antes de recuperar mi bici, que sigue en Italia, y reiniciar el camino hacia Croacia.
-¿En qué consiste el negocio?
-La 'porchetta' es la madre del cochinillo, y es un producto muy exquisito. Hace sólo quince días que comencé y ha sido un éxito total. Organizamos cenas concertadas en la Casel.la para hacer una degustación de 'porchetta', pero también hemos creado una tienda online para pedir a domicilio, y yo mismo lo llevo a cada casa y explico cómo se prepara. He pasado de ser pinchadiscos a ser pinchacochinos (ríe).
-¿Qué opinó su madre cuando le dijo que se iba a dar la vuelta al mundo?
-Mi madre me dijo: «si eres feliz haz lo que tengas que hacer. Y no vuelvas a esa oscuridad». Soy muy testarudo y cabezón para muchas cosas.
-¿Cómo está ella?
-Mi madre está estupenda. Ha vivido un renacer, ha relucido y ya no se llama Lucía, se llama Lucía al cuadrado. Está en un momento muy dulce de su vida, donde tiene más conexión que nunca con sus hijos, donde disfrutamos del momento familiar cada día como si fuera Navidad, además de encontrarse a un nivel creativo que nunca le había visto, y mira que llevo muchos años viviendo con ella. Estoy fascinado, porque tener al lado una mujer batería que sea una carga de energía a nivel emocional, mental y psicológico es brutal. No sé qué más decir que emocione a las madres de todo el mundo (ríe).
Olfo Bosé vive con su madre y su tía en una zona de campo de Vilamarxant, un lugar que encontró Paola con la ayuda de su querido amigo Francis Montesinos, que no vive lejos de allí. Después de Paola llegó Lucía, que está más unida que nunca a los tres hijos que le quedan tras la muerte de Bimba, Olfo, Palito Dominguín y Jara Tristancho, las dos últimas nacidas de su relación con el actor Carlos Tristancho. Y allí en Vilamarxant también se encuentran con sus primos Nicolás Coronado y Alma Sofía Villalta, hijos de Paola, e incluso con los hijos de Nacho Palau, Ivo y Telmo, que tuvo por gestación subrogada cuando vivía con Miguel Bosé y que ahora viven con su padre en Chelva, donde nació, y a pocos kilómetros de su otra familia.
-¿De qué forma cree que le cuidan quienes ya han muerto?
-Cuando mi abuela vivía, recuerdo que de vez en cuando me daba un toque en la espalda y me decía: «no seas tan inocente». Y ahora, cada vez que me pasa algo, siento como un empujón en el hombro y me da que es ella la que me está llamando la atención y diciéndome: «por ahí no vayas». Mi hermana era una persona muy resuelta, segura de sí misma, y cuando me veía mal me decía: «supéralo». Y ahora, cuando esa palabra me pasa por la cabeza sé que es ella advirtiéndome. Luego está mi padre, que era el cabezón, el tozudo, pero también el atractivo, el social, el que tenía una sonrisa siempre puesta. Y mi abuelo, el cachondo, al que le resbalaba todo. Yo no soy más que una suma de todo, y siento que me van ayudando.
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