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Confieso con cierto rubor que la otra tarde de jornada festiva y fúnebre, víspera de Todos los Santos antaño y tontada de Halloween hoy, vi ‘La la land’ y... pues que me gustó. No me lo esperaba, pero así fue. Supongo que, en efecto, no está reñido disfrutar con largometrajes que son dinamita pura como ‘El teniente corrupto’ (versión de Abel Ferrara, por favor) y luego gozar con una suerte de fábula sobre nuestros sueños y el peaje que debemos desembolsar para que estos cristalicen, que es, entre otras cosas, sobre lo que versa ‘La la land’. Y atando cabos, repasando la información que poseo sobre la actriz valenciana Paloma de Pablo, observo que en su biografía existe un toque ‘La la land’ muy curioso y, en cualquier caso, eterno, pues luchar para conseguir nuestras aspiraciones del lado artístico de la vida nunca resulta tarea baladí. El camino es ingrato pero merece la pena intentarlo por el premio.
Paloma de Pablo nace en Valencia pero con siete años migra a la cercana Rocafort porque allí se instala la familia. Estudios primarios y secundarios en esa linda localidad de veraneo tradicional y luego se matricula en Godella, en la Escuela de Magisterio de la Universidad Católica, donde se licencia. Pero todo esto no era sino la fachada real que nos atrapa y nos encorseta para que nuestros sueños yazcan en estado de hibernación o para que se disipen definitivamente. A Paloma de Pablo lo que en realidad la motivaba, desde siempre, era la interpretación. De ahí que, en paralelo a sus estudios digamos ortodoxos, sintiese la llamada de la selva y por eso, recién veinteañera, tan blonda y tan de inmensos ojos azules como luce, se largase a Madrid para aspirar a entrar en la RESAD, la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid. Superó varias pruebas pese a su bisoñez y, al final del camino, se quedó en la frontera por unos milímetros. Acusó el golpe pero ni renunció a su objetivo ni se precipitó hacia el abismo. Ese sueño suyo no se difuminaría porque su determinación era feroz y porque sabe que ha nacido para pisar las tablas o para enfrentarse a la cámara. Se matriculó, pues, en la escuela privada de interpretación ‘La cuarta pared’ y se especializó en el sector teatral de arte dramático.
Regresó a Valencia y ahí demarró una época suya que podríamos bautizar como de fuego amigo. La mayoría de sus amistades o había logrado un remunerado puesto laboral o preparaba oposiciones. La familia, es lógico, le recomendaba centrarse sobre el edificio de la vida normal. «¿Una vida normal, eso que es, barbacoas y partidos de béisbol?», le suelta Robert de Niro a Al Pacino en ‘Heat’. Paloma sospecho que padeció algo de empanada mental a tituplén. Ya saben, presiones desde todos lados, cavilaciones merodeando sin pausa... ¿El sueño o la vida sosa? Grrrr... Imagino que su testa echaba humo. Como esta actriz dispone de una sesera aguda, preparó oposiciones y las ganó, pero siguió con lo suyo porque cuando el anhelo supone una anaconda mordisqueando las entrañas resulta imposible apartarse del destino. De alguna manera compaginó sus clases de docente con lo de recibir lecciones de logopedia. Sabía que debía cultivar su voz para estar a la altura. Así pues aprovechó la ocasión robando horas de aquí y de allí. Continuó con su preparación aprendiendo técnica Lecoq, teatro gestual y más logopedia. Segura de sí misma, decidió cerrar su etapa de docente y de nuevo partió a Madrid para reintentar su ingreso en la RESAD. Y esta vez, amigos, lo logró y por la puerta grande.
Primero roles en obras de teatro y, un buen día, Ernesto Calderón, el director del Centro Dramático Nacional, nada menos, llamó a su puerta para ofrecerle un papel en ‘El laberinto mágico» de nuestro paisano exiliado Max Aub. Ahora sí, ahora por fin ya jugaba en primera división y anda estos días de gira con la obra por Barcelona, tras pasar por Alicante y Valencia. Y próximamente estrenarán en Moscú. Mayor exotismo imposible... Para redondear su ascención, en septiembre de 2016 viajó hasta México con una mano delante y otra detrás. Se buscó la vida, tiró de teléfono y, poco a poco, fueron cayendo más trabajos. Dos anuncios televisivos, una aparición en una telenovela, dos cortometrajes, un mediometraje y... una serie para Netflix. No es de extrañar que adore México y que ya tenga allí una segunda familia. Volverá pronto. Por asuntos de trabajo relacionados con varias coproducciones y porque nuestra querida Paloma de Pablo ha posado su mirada sobre la meca del cine, o sea sobre Los Ángeles. Y Los Ángeles, la meta de sus sueños, está más cerca de México que de España. Y yo sé que triunfará allí en el epicentro del celuloide y que no olvidará a sus maestros y mentores Olga Peris y Carlos Silveira, que siempre creyeron en ella. Y no me digan que su historia no es muy de ‘La la Land’. Eso sí, las casualidades no existen, sólo el talento, la tenacidad y la capacidad de trabajo. Paloma de Pablo reúne estos ingredientes. Sin ninguna duda.
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