Ángela en un banco de la plaza de Patriax, barrio donde vive. Damián Torres

¿Quién es Ángela Verdugo?

Creadora, bailarina, presidenta de una asociación, empresaria y madre. Ha tenido, sin embargo, que acotar su utopía porque su cuerpo le ha dicho basta cuando se ha exigido demasiado. Lo que sí tiene claro es que sólo trabaja con buenas personas

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Valencia

Domingo, 25 de agosto 2019, 01:29

Anda y se mueve como la bailarina que nació casi desde que empezó a andar. Ángela Verdugo es, sin embargo, mucho más, porque de su cuerpo menudo parece salir una energía desbordante, que ha sabido adaptarse no solo a ser una de las mejores coreógrafas y creadoras, con varias nominaciones como mejor dirección, o mejor espectáculo, también una gran madre a pesar de sus reticencias. Y, como no tenía suficiente, se encarga de luchar, desde la asociación, por los derechos de los profesionales de la danza, en un mundo complicado que bascula entre la administración y el público, entre intereses encontrados y también muchas envidias.

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-¿En qué momento de su vida decidió involucrarse en el mundo del asociacionismo?

-Fui socia durante muchos años, pero empezaron los problemas con las titulaciones que nos supusieron un bloqueo curricular. Me acerqué a la asociación y me engancharon, y cada vez me implicaba un poco más. Con el trabajo asociativo se pueden hacer muchas cosas y, además, es un poco adictivo, ir al político de turno a reivindicar.

«Bailé clásico con heridas brutales y la sonrisa puesta»

-Estos cargos son totalmente altruistas.

-Te comen la vida. Me he dado cuenta de que soy demasiado utópica, y por ello he decidido acotar mi utopía. Es una decisión vital, porque al final el tiempo es dinero, es la sociedad en la que vivimos. Lo que más me ha costado es asumir que hay cosas a las que no puedo llegar.

-Es cierto que a veces uno intenta llegar a demasiadas cosas, que el día tiene solo veinticuatro horas.

-Yo tuve una etapa crítica cuando hice el primer espectáculo, porque una cosa es ser bailarina y otra ser coreógrafa. De pronto, te obligan a crear una empresa, a moverte entre contratos y papeles. Después de aquel primer espectáculo me paré y me dije: «no tienes que dejar que tu sueño se convierta en tu infierno». Me quedé delgadísima, acabé muy mal. Asumí que tenía que bajar las expectativas que tenía sobre mí misma. Porque esto es un maratón, no un esprint.

-Las bailarinas muchas veces tienen que convivir con el dolor. Recuerdo, por ejemplo, a Sol Picó. Ella reconoció situaciones complicadas.

-He ido adecuando mi manera de bailar a mi momento vital. He intentado evolucionar con mi cuerpo, saber que hay cosas que ya no puedo hacer pero hay otras que se adaptan mejor a la madurez. La presencia que tiene una bailarina de más edad no la tiene una persona joven. Eso sí, he hecho verdaderas burradas, porque en mi primera etapa practiqué clásico, y bailé con unas heridas brutales en los pies y la sonrisa puesta. Es sadomasoquista, una especie de sublimación del dolor. Y mi cuerpo me puso un tope. Así que quise saltar a otro sitio.

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-Mantenerse tanto tiempo en la élite debe de ser difícil.

-He tenido parones, como por ejemplo cuando tuve a mi hija, pero una vez has probado lo creativo es adictivo, no puedes parar. Una de las cosas en que me he topado es el ego de los demás, así que he intentado rodearme de un equipo de trabajo que sean buenos en lo que hacen y, además, buenas personas.

Una espina clavada

  • La energía desbordante Tiene tantas espinas clavadas que no las sabe enumerar, todas relacionadas con su profesión, por esa actividad y esa energía que no la deja detenerse. No quiere, sin embargo, «mirar al futuro; prefiero no proyectar», aunque si mira hacia atrás tiene claro que ha hecho muchas cosas, más de las que nunca hubiera imaginado. Aunque le hayan quedado cosas pendientes.

-¿Cree que es importante?

-Para mí es básico, hay gente que es maravillosa en escena pero sé que el proceso va a ser un infierno, y no me compensa. Al final tomas las decisiones en pro de una evolución saludable, eso es salud.

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-¿Ha podido compaginar su vida de bailarina con la de madre?

-Los niños necesitan otro ritmo vital. Mi objetivo es no trasladarle los nervios de los adultos, creo que ellos de mayores ya van a sufrir lo suficiente, e intento apartarla de todo eso. A veces le digo: «la mamá viene muy cansada y con la paciencia muy corta». Tiene cuatro años pero creo que lo va entendiendo.

-Tener hijos es una decisión difícil. Una bailarina sabe que después de un embarazo su cuerpo no va a ser el mismo.

-Yo no quería ser madre, no estaba en mis planes. Fue sorpresa y mi pareja ahora me lo recuerda: «te quedaste una hora en bucle diciendo ahora qué». Y llegué a la conclusión de que ya está hecho. Ahora o nunca.

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-¿Qué le ha aportado?

-Te hace revisar todo, porque tienes que enseñarle desde la base la relación en sociedad. Y sus preguntas me hacen pensar.

-¿Le gustaría que fuera bailarina?

-Ella quiere, y yo le digo: «cariño, si quieres ser bailarina come muchas lentejas y desarrolla una paciencia infinita» (ríe).

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