![¿Quién es Victoria Miguel?](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/201811/12/media/cortadas/LF2QZK91-kdpB-U601546062993UbB-624x385@Las%20Provincias.jpg)
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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Domingo, 25 de noviembre 2018, 00:24
Hay mujeres que iniciaron, hace muchos años, un camino largo y duro del que nos hemos beneficiado las que llegamos después. Victoria Miguel es una de las que empezaron a atreverse en un mundo de hombres, y se convirtió en empresaria hace ya varias décadas. Ahora, a punto de llegarle el momento en el que otros están pensando en la jubilación, a esta mujer valiente, que además ostenta la presidencia de la asociación de centros de formación privada, ni se le ha pasado por la cabeza el día en que no vuelva; habla de su centro de formación como si de un hijo se tratara, solo ella sabe el esfuerzo que ha tenido que hacer para sacarlo adelante.
-¿Qué es esto para usted?
-En una sola palabra, mi vida.
-¿Por qué?
-Tuve que dejar de estudiar muy joven porque mi generación empezaba a trabajar mucho antes, con lo que esa pasión por aprender se fue agrandando. Y en esos momentos pensé: «si algún día tengo la posibilidad, trabajaré en un centro de formación para ayudar a las personas que no han tenido la oportunidad de estudiar». Y así comenzó Beta, hace treinta y dos años. Le he dedicado mucho cariño, ilusión y amor a este centro, que comenzó en un piso alquilado de ochenta metros. Ver ahora esto me hace sentir feliz, porque detrás hay además un esfuerzo importante.
-¿Cuánto?
-Muchísimo, porque para las mujeres trabajar ya supone un valor añadido a la mochila que llevamos encima. Yo empecé cuando estaba embarazada de mi hija y mi hijo mayor tenía cinco años. Combinar una jornada que empezaba a las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche que bajamos la persiana, sin cerrar a mediodía, ha supuesto mucha dedicación en detrimento de la familia, a la que dedicaba domingos y vacaciones. Además de hacer lo que más me gusta, que es ponerme delante de un libro o entrar en un aula a escuchar.
-¿Cree que ha renunciado a algo?
-No, creo que ha sido un encaje de bolillos. Soy madre, también hija, y he tenido también tiempo para mi pareja. Lo único, que ha sido más rápido, más estresante… ha pasado todo muy deprisa, ahora que miro atrás.
-¿Tiene la sensación de que le costó más por ser mujer?
-Sí. La mujer del César tiene que parecerlo, además. Así somos las mujeres, porque me ha costado mucho llegar a los órganos de representación de las organizaciones. Quizás en parte sea culpa nuestra, que nos exigimos demasiado; lo cierto es que lo tenemos que demostrar más. Es un mundo masculinizado, y solo después de mucho esfuerzo lo he conseguido, tras treinta años demostrando que valgo.
-¿Cree que debemos hacer ver que nosotras también podemos ser ambiciosas?
-Por supuesto, tenemos que perseguir nuestros sueños sin que el hecho de ser mujer nos lo impida. Lo único que pretendemos es tener la libertad de decidir lo que queremos. Lo dijo Marta Nassau, filósofa, al darle el Príncipe de Asturias.
-¿Ha necesitado justificar lo que hacía?
-Siempre. Es verdad que yo pertenezco a una generación que lo ha tenido más complicado: nací en el 55 y esa igualdad la hemos ido arañando y no ha sido fácil. Creo que las jóvenes ya no tienen esa sensación de tener que demostrarlo a cada momento, aunque aún no hemos llegado a la igualdad real.
-¿Ha intentado educar en esa igualdad?
-Sí, porque hemos compartido el trabajo de la casa; mi marido trabajaba a media jornada, él se encargaba de todo por las tardes, y quien cocina y se encarga de la compra. Mis hijos lo han vivido desde siempre, aunque además del hogar está la sociedad, la escuela, donde hay trabajo por hacer. Es como mujer me he sentido luchando a contracorriente, estoy cansada de ir siempre al revés del mundo. Yo digo que soy como los salmones, que tienen que remontar el río en vez de dejarse llevar.
-¿Se ha sentido rebelde en muchas ocasiones?
-Sí, me he sentido rebelde en el ámbito profesional y también como hija, porque mi madre hubiera querido que yo fuera otro tipo de mujer. Es en el único espacio donde he tenido que rebelarme más fuerte, y con un coste emocional.
-¿Piensa en el día en que cierre la puerta y no vuelva?
-Tan definitivo como tú lo has dicho no me lo planteo. Quiero pasar el testigo y que no me absorba tanto, pero nunca he tenido en mente dejar de venir; yo les digo que me van a tener que tirar. O cerrarme la puerta y cambiar la cerradura (ríe).
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