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ELENA MELÉNDEZ
Martes, 29 de noviembre 2016, 20:39
Entre padre e hija se aprecia complicidad, cariño y admiración mutua. Javier Domínguez es uno de los arquitectos con más prestigio de la ciudad. Su dilatada experiencia profesional tiene el punto fuerte en las intervenciones de rehabilitación que le han llevado a firmar proyectos tan emblemáticos como el Edificio Lucini, sede del Grupo Ballester, o el hotel Palau de la Mar. Amparo Domínguez, por su parte, acaba de obtener la licenciatura en Arquitectura. «Con uno de los mejores expedientes de su promoción», informa Javier con tono de padre orgulloso. Pese a su juventud, atesora varios años de experiencia profesional en el estudio paterno, lugar donde ha conocido paso a paso los procesos creativos de la mano de un apasionado de la profesión. «Para definir mi concepto de arquitectura tengo que citar a Le Corbusier y decir que es el juego de los volúmenes bajo la luz, porque creo que la luz es uno de los componentes esenciales del espacio. Si no no seríamos mediterráneos», precisa Javier.
Les pido que, pese al salto generacional, me digan en qué puntos confluyen y Amparo explica que la arquitectura se encuentra ahora mismo en un momentoo muy interesante que ofrece un montón de alternativas. «Por ejemplo, el arquitecto trabaja ahora a pie de calle. Hay mucha interconexión con otras disciplinas. La arquitectura ha dejado de ser algo tan formal como lo era antes».
Javier utiliza una cita de Lluís Clotet en la que afirma que los arquitectos trabajaban para los príncipes y cardenales y explica que cuando él acabó los estudios quería ser el arquitecto de la burguesía. «En cambio ella prefiere serlo del pueblo. Además, tiene una sensibilidad por la sostenibilidad que antes no existía, por el reciclaje, por aprovechar los recursos y por hacer que la arquitectura recupere lo que se intentó con la Bauhaus».
Javier, de espíritu inquieto, estudió además Historia y colabora con LAS PROVINCIAS desde los años ochenta. Para él, además de la formación académica, siempre fue importante que sus tres hijos aprendieran de pequeños a dibujar, a mancharse y a no tener miedo de expresarse artísticamente. «Eso es un valor importante. Además, considero fundamental que vean mundo. Hemos viajado mucho y de una forma ordenada. Primero recorrimos el territorio nacional, luego el mundo clásico, Italia, también China o Estados Unidos», revela, y subraya lo fundamental que es conocer otras culturas, otros mundos, otras sensibilidades y otras formas de entender. «Como ofender con la comunicación es muy fácil, porque incluso el lenguaje gestual tiene sus pautas, alguien que se dedique a la arquitectura debe tener ese conocimiento, ya que su trabajo consiste en buscar respuestas y es importante saber que no son las mismas en todas partes».
Amparo se considera afortunada por tener un padre erudito en historia y confiesa que, pese a que sus hermanos al final no prestaban mucha atención, ella siempre estuvo interesada. «He heredado su capacidad para contar historias. Nuestra infancia fue muy feliz. Yo al ser la pequeña tuve la oportunidad muy pronto de decidir por mí misma, me han dejado muy libre».
El primer recuerdo que Javier tiene de Amparo es el momento de su nacimiento y luego se le quedó grabado el talante alegre y la alta estabilidad emocional. Ella, por su parte, recuerda cuando lo veía dibujar o leer y sentía ganas de hacer lo mismo. «También me gustaba escucharlo mientras hablaba, y no olvido que hacía mucho deporte, nos sacaba en bici y visitábamos el mar». Para Javier, el secreto de la vida es mantener el interés por seguir aprendiendo, cuestión clave para cualquier profesional liberal. «Lo que de verdad me agrada es que mi hija tenga una buena formación. Ella y los de su generación tienen unos desafíos con la sociedad muy diferentes a los que fueron los míos».
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