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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Domingo, 26 de febrero 2017, 19:58
Está con las maletas preparadas, a punto de tomar un avión para plantarse en Nueva York y participar en la Semana de la Moda. Parece nervioso ante un examen decisivo que podría abrirle la puerta grande de las pasarelas internacionales. Reconoce sin embargo que lo lleva bien estudiado. Por el camino queda, en su taller, un rastro del maratón de trabajo de los últimos días, desorden en el que asegura sentirse cómodo este diseñador que un día confesó a su familia que quería ser sombrerero.
-Te vas a conquistar el mercado de Nueva York. ¿Inquieto?
-Palomo Spain me ha encargado los sombreros para su colección y el jueves la presentamos. No me impone, la verdad, y no he estado nervioso hasta esta semana, pero la situación me ha ido superando los últimos días, en los que me iba no antes de las dos de la madrugada. Me caían lagrimones del estrés Este proceso creativo me ha dejado como vacío por dentro, y estoy muy sensible.
-¿Te sientes muy seguro con tu trabajo?
-Absolutamente. Lo maduro tanto Soy perfeccionista y neurótico. Si algo no me gusta me voy a las seis de la mañana.
-¿Se podría decir que vuelas con la imaginación?
-Puedo estar en una discoteca, apoyarme en una pared y empezar a flipar porque me ha venido una idea. Soy muy fantasioso. Siempre estoy pensando en esto y a veces me supera.
-Los inicios no fueron fáciles, hasta que alguien se cruzó en tu camino
-Me fui a Londres con 400 euros. No me sabía ni los números en inglés, pero era el lugar donde podía aprender este oficio. Allí vendía en una manta en la calle cosas de punto que yo hacía. Lo pasé mal no, lo siguiente. Sin un duro, con hambre y frío, viviendo con siete personas en una casa terrorífica, hasta que un día me perdí en una calle y preguntando a una mujer, madrileña, Maite Escario, se convirtió en mi ángel de la guarda. Me dijo que su mejor amiga, Miriam Benítez, era la manager de uno de los mejores estudios de sombrerería. Y me invitó a cenar sus croquetas para que nos conociéramos.
-¿Y qué decía tu familia?
-Mi familia ha creído mucho en mí, aunque no quiere decir que internamente no se acojonaran cuando les dije que quería ser sombrerero. Y ahora estoy muy contento porque he callado muchas bocas y puedo vivir de esto, que era todo un reto.
-Trabajaste para los mejores en Inglaterra, pero te volviste. ¿Por qué?
-Aprendí muchísimo, hacíamos sombreros para Ascot, la boda de los príncipes de Gales, para Pippa Middleton, los duques de Windsor, para toda la aristocracia inglesa. Me dio unas tablas Pero soy un kamikaze y a mí lo de estar enganchado a alguien sin poder tener un criterio propio no me iba.
-¿Alguna vez se ha planteado si no está algo loco?
-Muchas veces he llegado a casa con la idea de no volver a hacer un sombrero en mi vida. Le dije a un amigo: «Si me doy un bacatazo en Nueva York me va a costar salir». Él me contestó: «Te has reinventado en mil ocasiones y lo volverás a hacer las veces que haga falta». Y es verdad. Cuando llegué de Londres hice una mala jugada con unos socios y tuve que volver a coser en una mesita y con un flexo en el trastero de mi casa, con una mano delante y otra detrás. Soy como el corcho que flota.
-¿Qué te queda para la vida privada?
-Nada. Estoy soltero, pero porque tengo un solo objetivo. Empecé con 19 años, y mientras mis amigos iban de Erasmus o hacían botellón yo estaba a menos cinco grados vendiendo bandanas en Brick Lane, en Londres. Así que voy a intentar no joderlo ahora.
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