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MARÍA JOSÉ CARCHANO
Viernes, 5 de mayo 2017, 20:18
Bajo su pelo corto y encendido se esconde un cerebro privilegiado; detrás de su aspecto algo desgarbado, un corazón grande. La mezcla es una mujer franca, sencilla, espontánea y muy inteligente, que un día decidió cambiar la bata blanca por las aulas, donde gracias a su tesón está consiguiendo grandes metas. Es coordinadora de Grado en Medicine del CEU-Universidad Cardenal Herrera y sus investigaciones en el uso de la medicación en niños le han valido ya varios reconocimientos.
-¿De dónde le viene la vocación de médico?
-Mi padre, el doctor López Peña, es pediatra, y siempre ha tenido consulta privada en casa, así que lo he vivido desde niña. A mí nadie me obligó a hacer Medicina. Al revés, siendo pequeña, y durante años, mi ilusión era entrar a su despacho, coger un libro de radiología torácica y pasar las horas muertas mirando radiografías de tórax. Reconozco que no soy muy normal.
-Pero un día decidió que lo suyo era ser docente.
-A mi padre le llamaban todos los años para impartir un máster de atención farmacéutica. Un día no pudo asistir y me pidió que lo hiciera yo. A partir de ahí me matriculé en la tesis doctoral mientras trabajaba en urgencias en el hospital. Yo creo que en mi casa terminaron de aquella época hasta arriba porque no dormía más de tres o cuatro horas. Cuando montaron Medicina en Castellón y empecé a impartir clases, me di cuenta de que me gustaba mucho. Y también que yo me llevaba los problemas a casa, y esa implicación emocional me pesó mucho a la hora de decidir.
-¿Le pesaban mucho los problemas del día a día en el hospital?
-En Pediatría, supongo que como en todas las especialidades, el que es médico y le gusta si tiene un caso grave se lo lleva a casa. Me pasaba factura cuando tenía que dar noticias malas a los padres. Además, últimamente hay mucha presión por el tema de las denuncias. Y eso que siempre me ha gustado ver pacientes y echaba horas.
-Me da la impresión de que a la universidad también le dedica mucho tiempo
-Sí, pero me di cuenta de que me compensa más, no me genera la misma ansiedad y reconozco que no me pone nerviosa dar clase, disfruto con ello. Supongo que también hay algo de genética, porque mi abuela paterna era maestra y la otra tenía un gran empuje y capacidad de organización. Yo es que creo que nacieron fuera de tiempo.
-¿No se disgustó su padre al dejar la práctica de la medicina?
-A él le pareció fenomenal. Me daba un poco de miedo decirle que me gustaba más la enseñanza pero yo creo que fue a raíz de la tesis doctoral cuando se dio cuenta de lo que disfrutaba.
-Tiene pinta de llevarse muy bien con los alumnos.
-Puedo tener mis más y mis menos, y seguro que hay alumnos por ahí que me ponen velas negras, pero lo cierto es que me llevo bien con la mayoría. Sí que es verdad que estoy muy pendiente de ellos y me siento frustrada cuando suspenden, porque creo que es un fracaso para mí, al no haberles sabido transmitir lo bonito de la anatomía, incluso de las prácticas, las temidas disecciones con cadáveres. Pero no puedes aprobar a todos porque van a trabajar con pacientes y hay que ser exigentes.
-La tesis, la medicina, las clases ¿Le ha dado tiempo a construir una familia?
-Tengo un marido que es un sol, es informático y además de estar en un hospital trabaja las mismas horas que yo, así que me entiende. Si no tuviera el apoyo que tengo en casa Nos compenetramos mucho, y aunque de momento no tenemos hijos, no lo descarto.
-A veces la pasión por el trabajo hace que ocupe todas las horas del día, sin poder desconectar.
-Dirijo tres masters online y preparo el material los fines de semana. Como mi marido también trabaja en casa me entiende, aunque es cierto que hemos ido de viaje a cualquier lugar y he acabado visitando las universidades. Me pasó en Boston o en Irlanda.
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