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Belén Arias, presidenta de la Academia de Gastronomía de la Comunitat, vive en Altea todo el año. En 2010 compró una casa en la montaña, en Galera de Palmeras, cerca de Altea Hills, con vistas al mar. La reformó y la convirtió en su ... refugio. «Escogí este lugar por la tranquilidad. Frente al bullicio de otros destinos de verano, Altea es un remanso de paz, está rodeada de naturaleza e incluso tiene un microclima con inviernos suaves y veranos templados por la brisa marina. Queda cerca de todo, pero te puedes aislar. Aquí nadie me conocía y hubo una época de mi vida en que quería estar más tranquila». Así que Arias se dejó seducir por un entorno privilegiado, con un mar de aguas azules y cristalinas, pinos y calas; un lugar donde guarda recuerdos de su adolescencia y juventud.
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La casa necesitaba una reforma integral, pero Belén quiso hacerla con tiempo y con mimo. «Se reformó con mucho cariño, pensando a qué íbamos a dedicar cada zona, cómo íbamos a vivirla. Tenemos un salón enorme con una mesa donde puedo invitar a un buen grupo de amigos a comer o cenar; me encanta prepararles filetes empanados y siempre tengo pan de masa madre y aceite de oliva virgen extra. En invierno me encanta preparar platos de cuchara: fabadas, cocidos maragatos, lentejas y en verano la reina del verano es la barbacoa», explica. «La piscina es otro de mis lugares favoritos de la casa, a mis hijos les encanta darse un baño cuando vienen».
Lo que más le gusta de vivir en Altea -incluso está empadronada aquí- es la sensación de estar en plena naturaleza. «Yo soy muy activa, pero nada urbanita; he vivido en Alicante y paso temporadas en Valencia, pero no puedo vivir en un piso. Me siento encerrada y no me gusta nada esa sensación. Me encanta pasar tiempo al aire libre. Esta casa está en medio de una montaña, los lindes que tengo con mis vecinos son los árboles, así que cuando me enseñaron la casa, no tuve ninguna duda, me enamoró y me la quedé».
A diferencia de otros destinos de playa, el veraneante de Altea no busca vida nocturna, ni tampoco ver y dejarse ver. «Hay mucho extranjero, franceses, rusos y ahora ucranianos, holandeses y belgas flamencos; también vascos, madrileños y alicantinos y valencianos. Es gente que vive todo el año aquí y en agosto se va a su país. Lo cierto es que es un turismo familiar, muy educado, de un nivel socioeconómico alto. No buscan fiesta como en otras zonas de la costa. De hecho, en Altea no hay discotecas ni pubs, el veraneante no quiere socializar como en otros destinos; prefiere desconectar, descansar y encontrar la paz».
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Para Belén, Altea es un refugio. Durante el día le encanta disfrutar de su casa. «Tengo piscina, siempre viene alguno de mis hijos, me gusta tomarme por las tardes un vino con jamoncito, disfrutar de mis ratos de soledad con mis dos pastores alemanes, Blanca y Lucky». Las pocas veces que va al pueblo, es para ir al banco o al Ayuntamiento a hacer algunas gestiones. «Me gusta ir al mercadillo que ponen los martes con productos ecológicos y acercarme a una tienda de ropa que se llama BG; a mi madre -que falleció hace unos meses- le encantaba vestir allí, era muy delgada, tenía mucho estilo y clase».
Las rutas caminando por la sierra de Bérnia son otro de sus planes favoritos. «La vuelta son cinco horas, me gusta coger a mis perros, subir al Toyota y salir a la montaña. En verano me lo pienso un poco por el calor».
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Entre los restaurantes favoritos de la zona, la presidenta de la Academia de Gastronomía recomienda el chiringuito El Cranc, en una de las bahías más bonitas del Mediterráneo. Desde L'Olleta se ven unas vistas maravillosas del faro del Albir, el peñón de Ifach y la isla de Altea. «En el Cranc he visto muchos famosos, pero a diferencia de otras playas aquí nadie molesta buscando una foto, se respeta mucho la intimidad». Cuando sale por la noche, nunca olvida llevar una pashmina. «Al anochecer siempre refresca. L'Olla mantiene un microclima, he salido a 38 grados de Valencia y en Altea teníamos 31». Además de El Cranc y L'Olleta, las recomendaciones gastronómicas de la presidenta de la Academia son Ca Joan -especializado en carne de buey y vaca-; Nilah, situado en el paseo marítimo frente al Club Náutico; Bahía Club, en el Puerto de Campomanes; y la pizzería El Castell. «En Altea son famosas las pizzerías». También le encanta el bar de Porto Senso, un puerto deportivo pequeño y con mucho encanto. «Te tomas algo viendo romper las olas y se te pasan las horas». Altea tiene cuatro puertos: el Náutico de Campomanes, el de Altea, el Portet -donde puedes ver las subastas de pescado- y Porto Senso.
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Belén es muy amiga de la familia Bataller, propietaria de la clínica Sha Wellness, en L'Albir. «Admiro mucho lo que han conseguido, voy de vez en cuando porque sus programas de salud son fantásticos».
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A los veraneantes les gusta dar largos paseos por el camino al faro, en el parque natural de Serra Gelada, subir al casco antiguo y callejear por el pueblo con sus tiendas de artesanía o disfrutar de los atardeceres en uno de los chiringuitos.
A pesar de no ser el destino con más valencianos, Belén comparte veranos con el neurólogo José Miguel Láinez, que tiene casa en Altea Hills; la familia Lladró, el cantante Francisco y su mujer Paca Ribes, Lola Narváez o Elsa Punset.
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