Poco se habla de la dificultad que reviste alimentar a los niños cinco veces por jornada, los 365 del año y, en especial, cuando uno de tus hijos ha empezado la Secundaria y ya no come en el colegio. Cuando son bebés celebramos con ... alegría la introducción de la alimentación sólida, compramos merluza de lonja y pollo de corral en el mercado y nos esmeramos en que todo sea perfecto porque «somos lo que comemos» y nuestro objetivo es que nuestros pequeños sean de máxima calidad. Pasa el tiempo, tu bebé crece y entonces llega un hermano con el que te aplicas, pero no tanto, porque vas a mil por hora. El primer cumpleaños en el que se ponen ciegos de guarradas te dices que se trata de una ocasión especial. Igual que la primera vez que paráis en el McAuto y cenan 'nuggets' en el coche porque tu fantasía erótica es entrar en casa y que se vayan a dormir.
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El día que llega a mis manos el menú del cole y leo las sugerencias de cena que se proponen para seguir una dieta equilibrada me entra vértigo. Porrusalda, dorada con salsa de lima, huevos rellenos con bechamel, sopa de pescado, canelones de atún…Yo llego a hamburguesas, longanizas o lenguado con patatas fritas o tomatitos. Todo a la plancha, sencillo y para mí accesible. De postre, si no quiero bronca, un yogur. Si tengo energía para pelear, fruta. Cuando alguna madre del cole me cuenta que prepara una cremita de verduras de temporada de primero, de segundo un pescado en salsa y de postre manzana asada con canela afirmo con la cabeza y trago saliva porque temo que me lea la mente y descubra que la noche anterior cenamos Yatekomo en el sofá.
Los niños siguen creciendo y también aumenta la carga de trabajo. Al inicio de cada curso me propongo hacer un menú semanal por escrito que elaboraré con ingredientes que compraré los lunes, pero a mediados de octubre ya estoy entrando en el supermercado a la carrera justo antes de que cierren para improvisar la cena de esa noche. Llega una época en la que congelo todo, me olvido de cuándo lo hice y cuando saco un filete está más tieso que la mojama. También pruebo a cocinar la noche anterior la comida del día siguiente, justo cuando todos están viendo la última serie de Netflix y siento cómo en mi interior se cuece la rabia.
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Cuando llega el viernes respiro porque tengo dos días de tregua durante los cuales mis hijos también comen, pero se admiten 'glovos', paellas de los abuelos y restaurantes. Descubro algunos perfiles en Instagram de mujeres guapas, estilosas y listas que han convertido el tema de la alimentación infantil en el vértice de su existencia. Ellas hacen tartas de chocolate 'fake' que en realidad es algarroba, preparan meriendas donde los higos y la miel son los protagonistas o hacen sus propias galletas de espelta que envuelven en papel mostaza y atan con un lazo para el almuerzo del colegio. Hago análisis mental por comparativa. En mi casa se come carne buena y pescado con forma de pescado, legumbres, verdura de fama compleja como el brócoli y una cantidad aceptable de fruta. También hay hueco para los Doritos, las galletas rellenas de nata y los 'flashes'. El balance es como el título del tema de Merche: 'Cal y arena'.
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Parece que se ha activado un radar en mi cerebro. Cuando recojo a mi hijo del cole me fijo en la merienda que llevan los otros padres y descubro mucha ensaimada, mucho donut y mucho batido de chocolate. Siento el alivio del error colectivo. Algunas, pocas, llevan frutas en una fiambrera que sus hijos reciben con poco entusiasmo. Mi hijo, con ese sentido de la oportunidad que solo tienen los niños, me pregunta en un tono audible a tres metros a la redonda, «¿qué hay de cena?». Dudo porque no lo sé y me da la sensación de que todo el mundo ha bajado el volumen esperando la respuesta. Me marco un farol. «Crema de calabaza y salmón al horno», anuncio.
Mi hijo me mira con curiosidad y está a punto de decir algo, pero aprieto su mano y acelero el paso para llegar al semáforo. Cruzamos la calle y respiro sintiéndote a salvo. «Mamá, ¿y la merienda?», pregunta. «Se me ha olvidado, ¿nos tomamos un palo catalán en 'la francesa'?», respondo. Él afirma con una sonrisa y continuamos nuestro camino.
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