El viaje inolvidable de... Andrea Marí

La primera vez que Andrea Marí visitó París acababa de leerse la novela El Código Da Vinci, de Dan Brown. A la enfermera e 'influencer' le impactó entonces poder recorrer las localizaciones en las que está ambientado el libro y recrear mentalmente la historia que durante semanas había atrapado su interés y que ahora se desplegaba ante sus ojos. El pasado mes de enero decidió repetir el viaje, esta vez en compañía de su marido, que nunca había estado en la capital francesa. «Tenía un recuerdo buenísimo y me hacía mucha ilusión seguir conociendo la ciudad en pareja. Cuando viajamos nos gusta tenerlo todo planeado pero, a la vez, dejar de lado el rol de turista y perdernos por las calles de los lugares que visitamos», explica.

Llegaron el viernes y, tras dejar las maletas en el hotel, fueron a la zona de Notre Dame, donde pasearon un buen rato y escogieron para cenar uno de los típicos bistró parisinos con una bonita terraza que llamó su atención. Desde allí pudieron contemplar el ir y venir de parisinos y turistas. A la mañana siguiente decidieron comenzar la jornada desayunando en un café acogedor donde degustaron el clásico croissant, con un profundo sabor a mantequilla, y una baguette. Seguidamente, pusieron rumbo al puente Alexandre III donde disfrutaron de las bonitas vistas y aprovecharon para hacer fotografías y empaparse del ambiente. «París es una ciudad bellísima, la arquitectura es muy elegante, al igual que las tiendas que llenan sus calles. La única parte mala es que es una ciudad excesivamente cara, de lo contrario me hubiera vuelto con una maleta entera de compras», sonríe.

Desde el puente fueron hasta los famosos Campos Elíseos, donde Andrea pudo entrar en las tiendas de algunas de sus firmas favoritas. También les dio tiempo para hacer una parada en el Arco del Triunfo y pararon para comer en Ladurée, la pastelería de lujo conocida en todo el mundo por haber inventado el macaron doble. Tras la comida siguieron con su ruta hasta la Plaza Vendome y de allí a Montmartre, donde entraron a la basílica del Sacré Coeur, que, como ya es habitual se encontraba hasta arriba de visitantes. Caía la tarde cuando pararon para tomar un crep de chocolate antes de bajar al Moulin Rouge y terminar en las Galerías Lafayette, donde se maravillaron con la grandiosa cúpula. «Esta vez no entramos en el Louvre porque no teníamos mucho tiempo y preferimos verlo con calma. Sí que paramos en el triángulo de cristal, junto a la entrada antes de volver al hotel, que estaba ubicado muy cerca de la Torre Eiffel». Al final del día aprovecharon para contemplarla, ya que, pese a que por el día pudieron verla desde distintos puntos de la ciudad es por la noche cuando, iluminada, adquiere un magnetismo especial.

El domingo se quedaron por la zona de la torre y lo dedicaron a dejarse llevar por las calles de la ciudad del amor, sin prisas, paseando como si fueran unos parisinos más, comiendo en un restaurante frecuentado por gente del barrio y tomando nota de los detalles de estilo de algunas de las personas con las que se cruzaban. «Estábamos caminando por la acera cuando salió de un horno una mujer con el típico aspecto parisino cargada con unos libros y una barra de pan, parecía de película. Se le cayeron los libros y, cuando le ayudamos a recogerlos, ella nos lo agradeció en francés. Por un momento nos sentimos de allí», explica Andrea Marí.