
ELENA MELÉNDEZ
Lunes, 15 de julio 2019, 01:59
Pasar horas observando paisajes remotos, tomar notar, dibujar esbozos y sacar fotos. Ese es el proceso de trabajo que lleva a cabo Calo Carratalá periódicamente antes de abordar una nueva serie de obras y que le ha llevado hasta lugares como la Amazonia de Perú, la de Ecuador, Noruega, la costa del Adriático o el Cañón del Colorado. El pasado año por estas fechas puso rumbo a Dar es-Salam, la ciudad más poblada de Tanzania ubicada en la costa junto al océano Índico. «Escogí el destino buscando zonas tropicales, iba detrás de la montaña y el bosque húmedo, pero lo primero que he empezado a pintar es figura humana y marina, algo que no estaba previsto. Los viajes los organizo de manera intuitiva y hay muchas cosas que me encuentro por el camino», explica el artista. Para alojarse optó por alquilar habitaciones en casas que encontró a través de Airbnb, lo que le sirvió para entrar en contacto con la gente de allí. Una experiencia que resultó muy gratificante y que le permitió hospedarse en casa de americanos, ingleses o africanos que le ayudaron a conseguir buenos guías y a adaptarse a un estilo de vida que difiere por completo del nuestro. «Mi idea era organizar el viaje fuera de los circuitos comerciales de los viajes a África que solo te ofrecen safaris. Contraté a un guía llamado Kizito que habla varios idiomas y me ayudó mucho durante los primeros días».
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Todo un año descansan los recuerdos, los dibujos, las fotos, que Calo Carratalá se trae de los lugares a los que viaja, y que le sirven de inspiración para su obra.
Tras su llegada pasó cuatro días recorriendo las afueras de la ciudad en autobuses o trenes hasta llegar a los parajes costeros donde pudo visitar marinas y dar forma a sus primeros apuntes. De Dar es-Salam viajó durante seis días por la costa hasta llegar a Tanga, la ciudad portuaria ubicada más al norte de Tanzania. Allí, de nuevo, dejó pasar el día acompañado de sus lápices, sus acuarelas y su libreta de hojas blancas y también de la cámara de fotos, que cuando se mueve en coche o en autobús y no hay tiempo para dibujar la realidad.
Desde Tanga se desplazó hasta Arusa donde estuvo tres días de safari y, tras esta experiencia, voló hasta Zanzíbar. «Me alojé en casa de una chica local y por medio de ella contacté con un taxista que me llevó hasta un resort en la playa donde encuentro a un guía que habla castellano y me lleva de ruta por la isla». Explica Calo que Tanzania es inmenso y que tiene de todo, desde playas vírgenes a enclaves montañosos o el pasaje árido del Serengueti. «Se dan cambios muy brutales de paisaje. Me llamaron mucho los baobab, que son árboles típicos de allí, también la luz, que es mucho más intensa que aquí».
A su vuelta, la costumbre es dejar reposar el material durante casi un año y luego retomar y volver a pintar. En ese momento se empapa de la cultura del lugar, lee libros, busca en internet y empieza a profundizar a partir del cuaderno, de las fotos y de la información que va encontrando y que le ayuda a plasmar en papel esa experiencia que siempre emprende en solitario. «Cuando viajas solo consigues desconectar de manera brutal de tu vida diaria, tiene un punto de introspección que te ayuda a encontrarte contigo mismo. Yo viajo un mes porque me gusta dejar pasar algunos días sin hacer nada, solo paseando». Así es como se conocen los lugares en profundidad, no solamente los más conocidos, o turísticos, sino aquellos que viven sus habitantes día a día, y que la mayor parte de las veces son los más auténticos.
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