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ELENA MELÉNDEZ
Valencia
Jueves, 18 de octubre 2018, 01:08
Marisa Jiménez conoció Banyalbufar en el verano de 1994. Lo hizo llamada por la pasión con la que su amigo, el artista Fernando Ros, le había descrito el lugar. Tiempo atrás él había instalado su vivienda y estudio en la pequeña población mallorquina y, haciendo uso de las emociones, consiguió que sus amigos se enamoraran del lugar incluso antes de haberlo conocido. «Todos los amigos de una forma u otra sentíamos que lo conocíamos. Y es que nuestra imaginación había vagado ya subiendo y bajando sus calles y laderas, descansado en los sugerentes paisajes de su escarpada orografía y, a veces, hasta teníamos la sensación de haber nadado en sus calas transparentes», relata la comisaria de arte.
Aquella primera vez desembarcaron en el pueblo una pandilla de quince personas. Un grupo variopinto formado por artistas, incipientes galeristas, biólogos, psicólogos… amigos de siempre y amigos recientes. Se alojaron en una casa preciosa, con unas vistas azules increíbles cuya terraza fue testigo de charlas sin pausa y risas infinitas. «Como éramos tanta gente y dormíamos bastante incómodos, acortábamos las noches allí bajo la luna, con el sonido del mar al fondo. Fue un viaje de iniciación maravilloso, la mayoría teníamos 'veintitantos' y esos días quedarán ligados a la idea que tenemos de esa palabra tan grande y resbaladiza que es felicidad», recuerda.
Desde aquel momento ha vuelto muchas veces, con amigos, sola, acompañada de gente nueva, con novios, parejas…a casa de Fernando Ros, al hotelito lleno de encanto de Penny y Mateo, a casas alquiladas…y siempre ha sentido el cariño de sus habitantes generosos hasta el punto de que Marisa se siente ya parte del pueblo.
Este año escogieron unos días de septiembre para escaparse a ese lugar que, en palabras de la propia Marisa, ya forma parte de su cartografía personal. El objetivo del viaje, además del propio placer de visitar Banyalbufar, era impulsar la exposición de Marisa Casalduero, artista y amiga personal de Marisa fallecida hace cinco años. «Creo que a ella le hubiera encantado mostrar su obra aquí, en Banyalbufar, donde tan feliz fue, compartiendo además espacio con Nando, arropada por su familia y amigos y rodeada de su mar».
A Marisa le gusta involucrarse en la vida del pueblo, ir a las verbenas, hacer excursiones, a Deia, hacer la compra en Esporles o a comer 'torta de trempó' o sobrasada al hotel Son Borguny. Por la mañana desayunan ensaimada y se refrescan en alguna de sus calas. Las tardes las dedican a hacer excursiones. Este año, como ha coincidido que eran las fiestas del pueblo, no se han perdido ni una verbena. «Ha sido refugio de artistas y todas las calles desembocan en una vista al mar impresionante. No ha sido tomado por el turismo y ha conservado su esencia; no hace falta irse muy lejos para encontrar el paraíso».
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