En el lugar don se sienta Vicente Pons hay a un costado una pantalla gigante para que quienes se sientan alrededor de la mesa puedan ... verla cómodamente. Cuando empezamos la entrevista y toca el teclado, la pantalla se ilumina y se ve la imagen congelada de un cómico en un vídeo de Youtube. «Es que esta mesa es para todo, hasta para comer, porque siempre he querido que en el estudio tuviéramos el mejor ambiente posible», cuenta este arquitecto, que advierte durante la charla que sus métodos son algo distintos a lo habitual en el colectivo. Y empezamos en el momento en que comenzó a trabajar en una promotora, desde antes incluso de salir de la Escuela de Arquitectura.
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Fueron varios años que le enseñaron muchas cosas, pero sobre todo qué no quería en su vida. «Había tal grado de estrés, de exigencia y de competencia entre compañeros que sabía además que aquello que hacíamos iba a provocar unas patologías en las viviendas a largo plazo que no permitían que disfrutara con el trabajo». Se queda, no obstante, con algo que le dijo el jefe que tenía entonces, y que sí le ha ayudado en el momento en que decidió establecerse por su cuenta, en un fatídico año para la profesión como fue 2011, con la crisis inmobiliaria ofreciendo su peor cara. «Calatravas sólo hay uno, y no eres tú». Aquellas palabras le hicieron ver que no sería él quien construyera otra Ciudad de las Artes y las Ciencias. «Es que yo no sé hacerlo, y no pasa nada».
Por ese motivo, cuando le piden que defina su estilo, esa impronta que la mayoría de los arquitectos ambiciosos quieren dejar en sus obras, Vicente Pons asegura que lo que él quiere es hacer felices a quienes van a vivir en esa vivienda, sin querer imponer un estilo o una forma de entender la arquitectura. Utilizar además materiales y calidades que le permitan dormir tranquilo por las noches, sabiendo que nadie le va a reclamar en ese sentido.
Entonces, ¿dónde está la singularidad de Kaleidoscope, que así se llama el estudio de Vicente Pons? «No estandarizamos, porque no hacemos ninguna vivienda igual, pero sí es verdad que hemos adaptado un estándar al diseño y, sobre todo, hemos optimizado al máximo los procesos». Eso permite que este arquitecto pueda garantizar que en cuatro meses desde que comienzan las obras, el proyecto pueda estar terminado. ¿Nunca ha incumplido este plazo? Pueden pasar mil cosas... «Siempre lo hemos cumplido, y no te estoy engañando», contesta rápidamente Vicente Pons, que explica hasta qué punto cree en el modelo que han implementado, y que permite incluso que en una web creada ad hoc entre arquitecto y cliente se pueda ver un diario de obra, y que permite generar la confianza necesaria en clientes que están lejos.
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Ni siquiera recuerda Vicente Pons la primera vez que dijo que él quería ser arquitecto. «Desde niño lo tuve claro, de hecho nunca quise ser futbolista, como dicen la mayoría». Esta vocación tan temprana tiene que ver con una necesidad de arreglar cosas, de desmontarlas y hacerlas funcionar. «Aquí hacemos lo mismo, ordenar lo que está desordenado y que funcione». Y con esta forma de ver la arquitectura ha conseguido que aquel estudio para el que en 2011 se dieron tres meses su mujer y él para hacerlo funcionar haya conseguido superar la peor crisis y esté firmando decenas de proyectos cada año. Fue un día de Fallas cuando se les ocurrió el nombre del estudio, aludiendo a ese instrumento en el que, al rodarlo, las imágenes van cambiando de forma y color. «Veníamos de una comida..», ríe Vicente. Ya más en serio, Kaleidoscope tiene que ver con esa forma de entender la arquitectura de Vicente en el que hay que engranar algo.
Su mujer, Sara, ya no está físicamente en el estudio. «Decidió hacer una oposición para tener un puesto seguro», recuerda Vicente, aunque está más presente de lo que parece. De hecho, toda la metodología que implementa a través del software creado específicamente para el estudio lleva su nombre, Sara, y alude a lo importante que es la organización, pero también el ser empáticos, escuchar al otro.
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Todavía recuerda otra época que podría haber sido complicada para este arquitecto, el confinamiento, pero no lo fue porque «me dediqué a pensar. No sonaba el teléfono, así que me vino muy bien». Le permitió además mirar a futuro más allá del día a día, y darse cuenta de que su modo de trabajar es escalable a otras ciudades. Y en ello está, pensando en una expansión que le tiene muy ilusionado. Mientras, reconoce que su mujer es imprescindible en una ecuación en la que se encarga de la logística familiar.
Vicente Pons reconoce que no puede vender algo en lo que no cree, así que en la charla va mostrando una pasión irrefrenable por la arquitectura y cómo hacer que los clientes puedan convertirse en el mejor boca a boca. «El mejor premio es que me feliciten».
Compartiendo profesión, Vicente reconoce que hablan mucho de arquitectura. «Vamos a algún lugar y pensamos cómo habríamos hecho tal cosa, si hubiera sido diferente y de qué manera». Y entiende que es una maravilla y, a la vez, una desgracia, porque no les permite desconectar, aunque no cree que él lo necesite. «Me gusta tanto mi trabajo...». Sí recuerda que la escalada, una afición que ya no practica, le obligaba a concentrarse y olvidar su día a día, pero no le quita el sueño no hacerlo. Con sus dos hijas comparten los programas de televisión de reformas. «Ellas me preguntan qué haría yo, y es una forma de hacerlas partícipe de mi día a día», aunque este arquitecto no cree que haya que guiar a los hijos a que sigan sus pasos. «Yo tenía claro que no quería ser hornero como mi padre. Solo lo veía el domingo y el resto de días a la hora de la cena». Así que dejará que sus hijas hagan lo que quieran. «Una quiere ser profesora, la otra diseñadora de moda». Cree que es importante que, haga lo que haga cada uno, haya una correlación entre la funcionalidad y la estética.
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¿El mejor proyecto está por llegar? «Por supuesto. Dicho esto, nos pasamos la vida buscando la perfección, que en realidad no existe, y por ello no hay que frustrarse si no la alcanzamos, porque, como dijo mi jefe, Calatravas sólo hay uno».
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