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Finca la Fredad, una de las villas solariegas en manos de una de las grandes familias valencianas.

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Finca la Fredad, una de las villas solariegas en manos de una de las grandes familias valencianas. FINCA LA FREDAD

Quién vive en las históricas casas solariegas de Dénia

La capital de la Marina Alta concentra un buen número de fincas centenarias que todavía hoy están en manos de los descendientes de grandes familias valencianas, muchas con títulos nobiliarios, que cultivaban la uva pasa

Sábado, 5 de agosto 2023, 00:37

En el interior de Dénia, en la carretera de Ondara, se esconden unas villas señoriales construidas a finales del siglo XIX. Son casas enormes, palacetes de doce o trece habitaciones, grandes salones e incluso oratorio. Los propietarios -personalidades de apellidos nobles o de la burguesía valenciana muy discretos- las mantienen y cuidan como parte de un patrimonio familiar. El marqués de Cáceres, Juan Noguera; los recientemente fallecidos marqués de Dos Aguas, Pascual de Rojas y Cárdenas o su hermano Rafael de Rojas, vizconde de Bétera, fueron algunos de los herederos de estas casas solariegas que en su origen eran finchas de explotación de secano. La zona es uno de los destinos de verano con más títulos nobiliarios en toda la Comunitat Valenciana, que residen en fincas con nombres como las Tres Torres, la Fredad, Villa Cándida, la Torreta, El Alter, La Moya, Beniadla o la Alquería de San Fernando.

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La mayoría de las fincas tienen su origen en el cultivo de la pasa. «Las casas estaban dentro de explotaciones de secano, de moscatel», explica el marqués de Cáceres, que ha pasado los veranos en su finca las Tres Torres desde que era niño. «La finca Merle la construyó mi tatarabuelo Francisco Merle y era su residencia familiar. La heredó mi abuelo Francisco por ser el mayor de los nietos. En el huerto se cultivaba uva moscatel y se producía la pansa (pasa), que se exportaba a Londres a través del puerto de Dénia. Junto a la finca teníamos un sequer para secar la uva e incluso existió la Banca Merle», cuenta Noguera.

En esa misma finca pasaron algunos veranos Don Juan y Doña Margarita de Borbón. «Él salía a navegar y ella se quedaba para que la visitase el doctor Buygues, un reputado oftalmólogo».

Y es que las casas señoriales de la zona son reflejo de una época de esplendor en la economía de la Marina Alta, enriquecida por la producción y exportación de uva pasa. La 'pansa' se cultivaba y transformaba en esas fincas y se transportaba al puerto con carruajes por caminos sin asfaltar hasta el puerto de Dénia, donde exportaba a medio mundo: Inglaterra, Estados Unidos y Canadá.

«Casi todas las fincas de esta zona tienen huerto, algunas de doscientas y trescientas hanegadas», explica Gonzalo Zarranz, que pasa los veranos en una de esas fincas levantadas a finales de 1800. «Nosotros somos la cuarta generación, mi bisabuelo Federico Domenech compró esta finca en 1932. La familia tiene otra casa colindante que reconvirtió en hotel, Buenavista, cuya finca en origen era de la familia Díez de Rivera, que la levantó en 1898. Entonces esto era secano puro, con cultivo de almendros, olivos y uva moscatel».

El cultivo de la pasa, que tanta riqueza había dado a las familias, atravesó una importante crisis a principios del siglo XX con la plaga de la filoxera, que arrasó campos enteros y amenazó la economía de la Marina Alta. Muchas familias transformaron las fincas en regadíos de naranjo. «Mi abuelo Federico construyó los primeros pozos de agua en los años veinte y fue de los primeros en plantar naranjos. Toda la zona acabó transformada en naranjos, que entonces eran muy rentables», explica Zarranz.

Al mismo tiempo, muchas de esas casas pasaron a usarse como fincas de recreo. Los propietarios -Noguera, De Rojas, Oliver, Díez de Rivera, Barbería, Cañamás, Zarranz, Reyna, Campos, Attard o Villalba-, tenían su vivienda habitual en Valencia y se trasladaban a la finca de Dénia para pasar largos veranos desde junio a septiembre. Allí, entre jardines con árboles centenarios y baños en las balsas de riegos, los jóvenes de estas familias quedaban para bañarse o merendar en alguna de las fincas. «Mi madre, Carmen Merle, y mi tía, Mari Merle, venían cada verano con toda la familia, estábamos juntos todos los primos. Nos bañábamos en las balsas de riego, que estaban heladas porque el agua se cambiaba cada día, íbamos con bicicleta de unas casas a otras o nos llevaban a la playa en tartana y nos cambiábamos en casetas de madera», explica el marqués de Cáceres. «En la casa viven ahora mis hermanos Francisco y Carmen, que está casada con Enrique de Miguel».

En aquel entonces no estaba bien visto tener una casa en primera línea de playa. «Familias de la burguesía valenciana comenzaron a construir chalets en las Rotas, como los Antolí Candela, los Devesa o los Rivera. Un día mi abuela se empeñó en comprarse una casa cerca del mar y mi abuelo le respondió qué cómo iba a veranear allí con toda la humedad. ¿Cómo vas a comparar eso con una casa antigua con muros de tres metros?, dijo mi abuelo». Esa anécdota que cuenta en Marqués de Cáceres refleja el orgullo de los propietarios de estas casas y cómo ha cambiado la percepción del valor de vivir junto al mar. «Antes de los años cuarenta la gente apenas iba a la playa», explica Carlos Gadea, propietario de Casa Santonja en Beniarbeig, una espectacular finca con un torreón cubierto de hiedra y un jardín con árboles centenarios que se puede alquilar para eventos.

De hecho, las tierras de playa se consideraban pobres porque su salinidad no permitía el cultivo y no valían la pena. «Eran menos fértiles por el tipo de agua y el salitre -explica Carlos Gadea- por eso se valoraban más las tierras de interior».

La ruta de Dénia a Ondara

Si comenzamos la ruta desde Dénia, la primera propiedad que aparece es la de Rafael de Rojas, Vizconde de Bétera y descendiente del Marqués de Dos Aguas. Después viene la finca la Fredad, de los hermanos Oliver Rojas, una construcción afrancesada con un precioso torreón central, fachadas teja y contraventanas verde bosque. En la actualidad su propietaria es Rosarito Oliver y desde hace un tiempo el espectacular jardín de pintos y árboles centenarios, con un lago y una pérgola, se alquila para eventos. Allí se celebró la boda de Irene Rubio y Federico García Estrela y la de la hija de Ana Serratosa, María Payá, con Pepe Salama. «Es un lugar idílico -contaba la novia- con una vegetación espectacular. Poder celebrar desde el cóctel hasta el baile en medio de la pinada es una pasada». Y es que muchas de estas fincas tienen jardines centenarios con estanques y una vegetación única.

A continuación de la La Fredad se divisa Villa Cándida, de los hermanos Campos, una villa de estilo francés con fachada ocre que recuerda a los palacetes italianos de la Toscana. A continuación están las Tres Torres -el Huerto de Merle- del marqués de Cáceres y, justo enfrente, la finca de Mariano Girona, que salió en la novela 'El tiempo entre costuras'. La finca era propiedad de Johannesburgo Berhard, que la vendió en 1952 a los Girona. Ahora se llama El ficus de Girona y se alquila para bodas y eventos. «Mariano Girona compró una de las casas y otra Antonio Girona y Maruja Noguera», explica Gonzalo Zarranz. Como curiosidad, la zona se llama el Tossalet porque el término viene de Tros Altet, al igual que en Xàbia.

La finca de los Zarranz, ubicada cerca, es conocida como La Rulla «por el cabello rizado de la mujer que dio origen a esta casa». En su jardín hay encinas centenarias, árboles con más de cien años de antigüedad y variedades desaparecidas en la zona. Más cerca de Ondara está el Alter, propiedad de José Barbería, y la Finca La Moya, de Pilar Barbería, vecinos de los Cañamás.

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