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belén gonzález.
Xàtiva
Miércoles, 10 de junio 2020
La crisis sanitaria ha frenado la vida de los ciudadanos cuyos trabajos no se consideraban esenciales e incluso ha evidenciado lo importante que resultan los quehaceres cotidianos y tener libertad. Todo eso se echa más en falta cuando además de perder esa rutina diaria, convives con una discapacidad. Así lo ponen de manifiesto Andrea Lizarraga y Vicente Llopis, dos invidentes vendedores de la ONCE, una en Xàtiva y otro en Ontinyent. Ambos están deseando que llegue el próximo lunes, 15 de junio, porque es la fecha elegida por la Organización para volver a sus quioscos a trabajar.
Al igual que el resto de ciudadanos han estado confinados, ellos más si cabe, porque les han recomendado no salir ni para comprar siquiera. Han contado con el apoyo de su familia y amigos para estos menesteres. También han formado parte del ERTE al que se acogía la empresa cuando se decretó el estado de alarma y están deseando de volver a trabajar por ellos y por la misma organización, a la que agradecen que les hayan garantizado el puesto.
Vicente Llopis asegura que su confinamiento ha sido, como el de todos, «estresante por momentos, aunque con el añadido de tener una discapacidad visual». Él es ciego de nacimiento. Trabaja en la ONCE desde 1997 como vendedor en la Avenida Daniel Gil de Ontinyent. Asegura que estos meses no se ha sentido en ningún momento desamparado, «con mis limitaciones tengo mi autonomía personal, aparte de que he contado con la ayuda, principalmente de mi pareja, a través de videollamadas».
Como buen aficionado que es a la radio desde muy niño, ésta ha sido una de sus grandes distracciones y compañía en estos días, junto a su afición por la informática y el contacto que ha mantenido también con sus amigos a través de redes sociales y videollamadas.
Andrea Lizarraga lleva menos tiempo como vendedora de la ONCE, concretamente desde julio de 2018, en el quiosco de calle Vicente Boix. Es setabense de adopción, puesto que es mexicana de nacimiento. Ha contado con la ayuda de su hija de 14 años con la que convive y también con la de su madre. Aun así, Andrea es una persona optimista, «no tengo limitaciones», asegura, pero sí es cierto que, aunque tiene un resto visual, «no ha sido fácil, porque yo me apoyo mucho en los sonidos y el silencio que se ha vivido en el exterior ha dificultado a veces que pueda ubicarme».
Otra cosa que ha echado de menos son las actividades en las que participaba, especialmente las rutas de senderismo. Para compensar, ha hecho algo de gimnasia en casa. Tanto por el trabajo, como por la vida social le agradece a la Organización está oportunidad que le han dado profesional y personal porque su vida no ha sido fácil, al ser inmigrante, invidente y estar al frente de una familia monoparental.
Ambos cuentan los días para volver a sus quioscos y atender a sus clientes. Saben que las medidas de seguridad serán mayores. Que tendrán que usar mascarilla y que dispondrán de un kit desinfectante. Lo que no podrán utilizar será guantes, «para nosotros es inviable porque si nos quitan el tacto será más difícil trabajar», subrayan.
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