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ROCÍO ESCRIHUELA
TAVERNES.
Sábado, 26 de mayo 2018, 00:35
Como Don Quijote y Sancho Panza, así recorrieron miles de plazas de toros, el maestro alicantino Luis Francisco Esplá, y el banderillero Domingo Navarro. Hace justo seis años, que este banderillero se marchó en silencio. 20 años después ya nada quedaba de aquel joven, que saltó por primera vez al ruedo en San Antonio de Requena, y que perdió la motivación tras cortarse la coleta el torero alicantino, a quien estuvo 11 años acompañando como si fuese su propia sombra.
Ahora, desde la distancia que le da su puesto de charcutería en el mercado municipal de Tavernes, relata las experiencias y vivencias que le ha dado el mundo taurino, al que un día llegó de casualidad. Y es que como él cuenta, «no tenía afición a los toros, no los veía ni por televisión». Pero la casualidad le llevó a 'ir de bulto', para llenar un autobús e ir a una corrida con la peña taurina de los hermanos Blázquez, a la que sus padres se habían apuntado. Y hasta Requena se fue con sus hermanos Pepe y Mari Carmen. «Lo pasamos tan bien, que nos convencieron para inscribirnos y allá que fuimos todos los fines de semana detrás de nuestro torero. Yo hacía de costalero y lo sacaba a hombros de las plazas», explica.
Al finalizar la temporada taurina, Luis Blázquez se fue a vivir a Simat, y juntos se enrolaron en la recolección de naranjas: «Era como un hijo más de nuestra familia». Esa estrecha amistad fue la que le inició en el mundo taurino, y así se lo hizo saber Blázquez: «Hazte banderillero y te vienes conmigo». Con esta frase empezó todo.
Y así fue como se plantó ante el director de la Escuela de Tauromaquia de Valencia, Francisco Barrios 'El Turia', «un señor serio», para decirle que quería ser banderillero. Ante el asombro de éste, intentaron convencerle de que se apuntara de novillero, pero no lo consiguieron. Y así consta hasta hoy, porque Domingo Navarro es el único banderillero inscrito como tal en la Escuela de Tauromaquia de Valencia.
En su casa no se lo creían. Pensaban que acabaría desistiendo al igual que en todos los deportes en los que se había iniciado. Pero se equivocaron. Y cada día se subía al tren para ir a banderillear ante una cabeza de toro de cartón piedra. Él sólo, mientras los compañeros hacían toreo de salón. Fue entonces cuando tuvo la oportunidad de comprarse un traje de segunda mano. «Me costó 80.000 pesetas, nunca antes me había probado uno. Lo compré, me lo llevé a casa y lo guardé en el armario durante mucho tiempo».
Vino entonces una época de recorrer muchas plazas porque en aquellos años, para ser profesional necesitabas el beneplácito de la Unión Nacional de Picadores, y antes de lograrlo, debías banderillerar más de una veintena de corridas gratis. «Mi padre y yo mirábamos cada día la revista Aplauso y allá donde había corrida, nos íbamos a ver si alguien me dejaba saltar al ruedo».
8 de junio de 1991. San Antonio de Requena. Ese día y en ese lugar, llegó el debut oficial, tras la llamada, como no, de Luis Blázquez. «Allí me fui, sin haberme puesto nunca ni delante de una cabra, sólo ante un carro. Era la segunda vez que me ponía el traje, y cuando estaba en el paseíllo pensé ¡qué hago yo aquí!. El novillo me parecía un miura». La tarde transcurrió con algún susto, tanto que pensó «esto es una locura, yo no vuelvo más». Pero se arrepintió y continuó haciendo kilómetros por todas las plazas de España.
Mientras atendía un negocio familiar de charcutería, «porque el toro no iba a ser para toda la vida», acudía por las noches a un matadero de Sueca «para ensayar con la puntilla». Empezaron a llegar grandes tardes por Castellón, Alicante y Valencia, todas con toreros de la Comunitat Valenciana, hasta que un día llegó la llamada de Santiago López, apoderado del maestro alicantino. López quería que Navarro se unirá a la cuadrilla de Esplá, pero el simatero pensó que «eso eran palabras mayores y yo aún no me veía al 100%». Pero también le convencieron.
Fue entonces cuando este banderillero unió su futuro al del maestro alicantino, durante los últimos 11 años del diestro. Comenzó una amistad más allá de las plazas, y tras la primera temporada, Esplá quiso que ya nunca Navarro le abandonara, y a pesar de alternar con toreros de mayor categoría como El Fandi, nunca dejó al alicantino porque «trataba muy bien a su gente». «Esplá te exhibía a ti también, te daba importancia. Había un ambiente sano y divertido, pero de respeto y sabiduría», cuenta.
Pero llegó la despedida de Esplá y le hirió el corazón. Sabía que tras esa retirada había algo más. Ya nada iba a ser lo mismo. Y así fue. Hace seis años, antes de salir al paseíllo en la plaza de toros de Valencia el día de la Virgen de los Desamparados supo que iba a ser su última vez. Ni tan siquiera sus padres, en el tendido, lo sabían. Ya no disfrutaba como antes, todo había cambiado.
«He saboreado la gloria de las figuras y he aprendido mucho de esa gente». Asegura que no le pasa por la cabeza regresar. Su arte con las banderillas y la puntilla ha recorrido todas las plazas del mundo: Quito, Venezuela, Colombia, Francia, entre otras muchas. Hace dos años, en septiembre de 2016, en el país galo, hubo una despedida final de la cuadrilla. Con Esplá a la cabeza de la expedición reaparecieron en la corrida goyesca de Arles, siete años después del adiós del maestro.
Con el tiempo, ha cambiado las banderillas por los cuchillos jamoneros. Los miuras por los clientes exigentes, y las plazas de toros por un puesto en el mercado de Tavernes. No necesita clases de marketing para ventas. Su simpatía y la calidad de los productos atraen a los clientes. Y lejos de aparentar ser de la Valldigna, muestra un arte torero de señorito andaluz. Ningún nombre de cliente se le resiste, a todos llama por su nombre. Así es Domingo Navarro, genio y figura, dentro y fuera de los ruedos.
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