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Morir por todo lo alto

Apenas quedan 80.000 jirafas en África, después de que en sólo quince años hayan desaparecido más de 60.000 | Las cazan para comer y dicen que su tuétano cura el sida

JULIÁN MÉNDEZ

Sábado, 13 de diciembre 2014, 16:37

En tensión. Las jirafas, esas grúas que comen hierba, como las retrató en corto Ramón Gómez de la Serna, viven siempre en estado de máxima tensión. De hecho, son los animales con mayor presión arterial, el doble que cualquier otro mamífero. Y no puede ser de otro modo si su corazón, un gigante que pesa 12 kilos y mide 60 centímetros, debe enviar la sangre allá arriba, hasta el cerebro, que puede estar cinco metros y medio por encima del suelo. Su oscura lengua prensil mide medio metro.

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Pero hoy toca hablar de otra clase de presión. Un nerviosismo que tiene que ver con la desaparición inexorable de este gigantesco animal, ese «caballo alargado por la curiosidad» según otra acertada definición del maestro de las greguerías. Según datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), en 1999 el número de jirafas que vivían libremente en África rondaba los 140.000 ejemplares. Hoy apenas llegan a los 80.000. Han sufrido un descenso de su población del 40%, una tragedia para este singular mamífero, que paradójicamente ha sido calificada como «una preocupación menor» por la IUCN. Para que nos hagamos una idea, el elefante africano, una especie «vulnerable» para este mismo organismo por los estragos de la caza furtiva, cuenta aún con una población en África de medio millón de ejemplares; bien es verdad que, hace menos de un siglo, su cifra rebasaba los cinco millones.

Su nombre científico Giraffa camelopardalis une el vocablo girafa (de origen árabe) con un apellido que alude a una antigua leyenda, cuando los hombres creían que aquel animal disparatado que se alimentaba de las altas hojas de la acacia provenía de un cruce entre camello y leopardo.

Pero ni ese supuesto origen fabuloso ha impedido a la jirafa ser tratada con la prosaica dureza que el ser humano reserva a todos y cada uno de los seres que le acompañan en el planeta. La pérdida y fragmentación del hábitat colonizado por las jirafas, y que ahora se emplea con fines agrícolas, está en el origen del descenso de población. A día de hoy aún hay jirafas en 21 países de África, especialmente en Camerún, Chad, Uganda, Zambia, Namibia, Kenia, Tanzania, Zimbabue, Bostuana y Sudáfrica. Ocupa sabanas, pastizales y bosques abiertos.

Cerebro frente a condón

También, claro, la caza furtiva supone una amenaza para la especie. Pese al auge de los safaris fotográficos (quien haya podido disfrutar de la estampa de una manada de plácidas jirafas alimentándose y ramoneando o trotando a su paso único por la sabana conservará mientras viva esas escenas en el fondo de su retina), cada vez se paga más por la foto de un cazador junto al cadáver de uno de estos animales con patas de compás.

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Por si fuera poco, la epidemia de VIH en África, a la que tratan de poner freno con campañas a favor del uso del preservativo, se ha convertido en un nuevo factor de riesgo. En las comunidades rurales piensan que comer el cerebro y el tuétano de estos animales cura el sida, una creencia infundada que, sin embargo, ha disparado el precio de cada ejemplar por encima de los cien euros. En estas zonas la jirafa ha sido cazada desde siempre. Por la facilidad de su captura y porque cada pieza, que puede llegar a medir cerca de 6 metros, representa de 750 a 1.200 kilos de carne fresca. Mientras engrosan la dieta local, su piel se emplea para fabricar ropa e instrumentos musicales.

Los biólogos distinguen entre nueve subespecies de jirafa. Dos de ellas, la llamada Rothschild y la nigerina, se encuentran en peligro de extinción. De la primera apenas sobreviven un millar de ejemplares. De la segunda, solo quedan unas 300. Al okapi (emparentado con la jirafa y que vive en bosques tupidos) tampoco le van demasiado bien las cosas: resisten unos 50.000 en libertad.

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«Algunas subespecies de jirafa están disminuyendo. Otras, simplemente se desvanecen», resalta el zoólogo Jordan Schaul. Manifestaciones de este cariz han logrado concitar el interés de algunos gobiernos, como el de Níger, que ha adoptado duras medidas de protección: matar una está penado con hasta cinco años de cárcel y multas elevadas. Se puede decir que son animales populares. Su estampa está presente, por ejemplo, hasta en la etiqueta de una de las cervezas más vendidas del país, la Kure Beer, bautizada como el lugar donde se encuentra la colonia más occidental de jirafas africanas.

Numerosas voces alertan ya del peligro. No es, airean, una de esas especies objeto de brillantes campañas internacionales como el oso panda, el elefante africano o el león. Pero la jirafa y su lenta pero implacable decadencia ejemplifica lo que los biólogos han dado en llamar la sexta extinción. La última.

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