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«Sólo he guardado este pantalón y una chamarra roja que hicieron para mí»
«He perdido 131 kilos»

«He perdido 131 kilos»

David de Jorge llegó a pesar hace dos años y medio 267. «Ya no tengo que reservar dos plazas de avión, me puedo atar los cordones, me ha bajado el azúcar y encuentro mi talla, la 62, en una tienda normal»

Yolanda veiga

Miércoles, 31 de diciembre 2014, 17:07

No es un día especialmente frío en Hondarribia. Ha amanecido con sol y esperan 12 grados a mediodía, pero David de Jorge agradece los calcetines. «Hace años que no me los ponía. Como no tenía sensación de frío, iba siempre en pantalón corto y alpargatas». Ahora se calza zapatillas con puntera de goma -del 47- porque llega a atarse los cordones y, por fin, ha encontrado su talla de pantalón. «¿Cuál es, Tati?». «¡La 62!», le ayuda su hermana, una mujer menuda al lado de este hombretón de 1,75 de altura. Lo fue mucho más porque llegó a pesar 267 kilos. Ahora está en la mitad: 136 «en ayunas» y bajando.

El chef de Telecinco se ha quitado las lorzas en el quirófano y en la mesa, que sigue siendo un lugar de celebraciones, pero con platos de postre. Esta noche toca sopa de fideos en familia (cocina él) y mañana, tortilla de patata. «Somos cuatro hermanos y de niños nos volvía locos la tortilla, así que mi madre nos la preparaba el día 25. De postre nos ponía una piña rellena horrible». Las navidades en su casa siempre han sido «de muchas risas y de reñir también», pero ya no se pegan «esas cebadas con las que acabas cogiendo asco al turrón y hasta al cuñado», bromea el presentador de "Robin Food: atracón a mano armada", el que grita "¡Viva Prusia!" con el puño en alto. «Antes decía ¡viva Rusia!, que era algo que escuchaba de chaval a los pescadores de mi pueblo cuando estaban "bolingas". Pero mi amigo Mariano, que es frutero, se quedó muy jodido con el bloqueo a los productos frescos de la UE por la bronca de Ucrania y me dijo: "No tienes que decir más eso de ¡viva Rusia!».

Que hiciera caso al consejo de Mariano no entra en conflicto con su «primer mandamiento» (tiene veinte escritos en la pared): «Lo que los demás piensen de ti te la trae floja». Se lo lleva aplicando toda la vida, desde que era aquel crío gordito que echaba mucha mantequilla a las tostadas y aprobaba gimnasia por la caridad del profesor. «Corría con la lengua fuera y no podía hacer el pino». Hace seis años, se subió a la báscula en un matadero de Galicia y se quedó «petrificado»: 215 kilos. «La última vez que me había pesado estaba en 180».

«Un jamacuco»

El susto de la báscula fue la factura a una forma «desordenada y atropellada» de comer. «No desayunaba y a la hora de cenar me zampaba lo de doce comidas. Si uno cena cordero, al día siguiente procura compensar con verduras o ensalada, pero yo me metía otra chuleta». Con 267 se dio cuenta de que tenía todos los boletos «para que me diera un jamacuco» y un día de finales de junio de 2012 le anunció a Eli, con la que lleva cuatro años casado, que había pedido hora con el médico. Aquel verano le colocaron un balón gástrico, un globo de silicona con la capacidad de una lata de Coca-Cola que le frenó el apetito y le ayudó a perder 70 kilos en siete meses -11 la primera semana-.

Un año más tarde, en mayo de 2013, se sometió a una reducción de estómago: «Iba al quirófano y los médicos me gritaban por el pasillo: ¡Viva Rusia! ¡Qué fenómenos!». Salió del hospital y estuvo dos meses sin masticar, pensando en la tortilla de patata de su madre, o en la suya, o en la del bar... ¿A qué sabría después de tanto tiempo? «Lo primero que probé fue un caldo, zumo de naranja y yogur líquido, todo me sabía como si fuera la primera vez que lo comía. Pero la cabeza me pedía algo salado, así que preparé unas patatas a la riojana trituradas, con pimentón y sin chorizo. Comí dos o tres cucharadas y no me entraba más. Luego empecé a hacer pasteles y purés de carne y pescado».

Ahora come sólido y saludable, empezando por el desayuno: un café pequeño con leche, pan tostado con aceite, jamón cocido, tres cucharadas de compota de manzana y un trozo de queso «del que tenga más grasa, nada de alimentos desgrasados ni mierdas de esas». El pan, solo el de la mañana, que le sabe «a ambrosía pura». Y a mediodía han caído unas lentejas: «He hecho como que no añadía chorizo, pero han caído cuatro trozos», se ríe De Jorge. Gloria bendita, que el único infierno al que quiere descender es al de la "Divina Comedia" de Dante. En la biblioteca con 151 libros que tiene en el plató, ubicado en el bajo del restaurante de Martín Berasategui en Lasarte-Oria, asoman los tres volúmenes de la obra del poeta italiano ("Inferno", "Purgatorio" y "Paraíso") ilustrados por Miquel Barceló, entre recetarios de Santi Santamaría y de comida peruana. Al lado, los cuadros de los Kennedy y Mandela, en otra esquina un futbolín con los muñecos vestidos del Athletic y la Real Sociedad, una silueta de cartón de Michael Jackson, fotos de Labordeta, Buenafuente y Berto, cajones con cucharas a modo de tiradores y una nevera con tres botellas de infusión de té con jengibre y miel «para hidratar la garganta».

El chorizo de las lentejas de hoy es uno de esos premios que se da alguna vez por semana: «Le pego un mordisco a algo prohibido, cuatro onzas de chocolate, un bocadillo de chorizo de Pamplona que es lo más, tres cubatas...». A diario no perdona uno o dos vinos antes de cenar y dos o tres puros a la semana. Esas "recompensas" se las ha permitido siempre, pero ahora se ha encontrado con otras inesperadas. «Me monto en un avión y es un festival porque ya no tengo que reservar dos plazas, las sillas de las terrazas no me miran amenazantes, levanto la pata y me puedo atar los zapatos, duermo seis horas con calidad y me levanto de un salto, como una zarigüeya, las rodillas no me duelen, no me quedo adormilado en el sofá... y paso desapercibido por la calle, porque antes la gente te miraba y pensaba: "¡Vaya diplodocus!».

Y no será porque ahora no pasee, que camina dos horas por la mañana y va tres días al gimnasio para reforzar los músculos, que los tiene «analfabetos». Se hace análisis cuatro veces al año y en los últimos ya no hay rastro del azúcar que amenazaba con diabetes. «¡Tengo los parámetros como un adolescente!». Pero que no se despida del médico, que todavía le queda otra visita al quirófano, una operación estética para quitarse «los colgajos de la barriga». «Es un trabajo de charcutería fina porque la zona del abdomen es complicada. Esa piel igual pesa quince kilos, vamos a mandarla a Ubrique para que nos hagan mochilas y monederos (risas)».

Los embutidos de la Esteban

Con esos 131 kilos menos y el entrenamiento de seis años cocinando en Euskal Telebista, llegó la hora de «correr la maratón de Nueva York»... y fichó este verano por Telecinco. «Los comienzos fueron más difíciles en ETB porque la gente decía: "¿Pero de dónde ha salido esta bestia parda?"», confiesa el chef.

A la cadena de Vasile le faltaba un cocinero y ahora tiene dos, porque Martín Berasategui, "padrino" y amigo íntimo de De Jorge, también sale los jueves. «Es un titán, revienta los audímetros. Vas con él a un restaurante en Hong Kong y le hacen la ola. Yo soy el jabalí y él, el siete estrellas Michelin. Me ha ayudado mucho, en la tele y con la operación. También su mujer Oneka, es una casta. ¡Ay! Que ahora no se puede decir casta, ni levantar el puño, ni decir "copón", ni echar puerro a la paella porque te llaman terrorista... ¡Somos un país de cainitas!».

Martín y De Jorge cocinan hoy a medias en "Robin Food" (a las 14.30 horas) carrilladas en salsa y crema suave de ajos. Y con Belén Esteban preparó churros y chocolate el lunes. «Los dos nos enfrentamos muy verdes el uno al otro, sin juicios previos. Yo no sé con quién ha estado casada ni me interesa. Belén estuvo muy atenta, educada y agradecida, se hizo fotos con todo "pichichi" y me trajo unos embutidos de su madre». Ella le dijo que sí sin conocerle, a Jesús Vázquez lo tiene «casi pillado», pero Jon Kortajarena se resiste. Y no será porque la tele le "engorde"... A David tampoco, que ha perdido delante de las cámaras 131 kilos. «A veces reponen programas antiguos y mi madre me llama toda preocupada por si he vuelto a engordar. Por cierto, la mujer tiene 81 años y va hecha un pincel».

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