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Venkatesh Gangavaram posa en la parcela donde bebió el pesticida para poner fin a su vida.
Pobres suicidas

Pobres suicidas

Asediados por las deudas y la miseria, más de 270.000 agricultores indios se han quitado la vida en los últimos 25 años

ZIGOR ALDAMA

Domingo, 4 de enero 2015, 21:39

El interminable drama de Varalamma Reddingaru comenzó hace ocho años, cuando su marido enfermó de tuberculosis en el estado indio de Andhra Pradesh. «La sequía comenzó a agudizarse y las cosechas de los últimos años habían sido muy malas, así que no podíamos pagar el tratamiento. Tuvimos que pedir prestadas 50.000 rupias (660 euros), pero no conseguimos que su estado de salud mejorase. Así que, cuando supo que teníamos que volver a llamar a los usureros para continuar con sus cuidados, mi marido decidió quitarse de en medio». La noche anterior a su ingreso en el hospital bebió pesticida. «Cuando llegué ya estaba muerto», recuerda entre lágrimas la mujer, que se encontró con dos hijas, de 1 y 3 años, y sin un medio de vida para hacer frente a la deuda contraída.

No es, ni mucho menos, la única mujer que se encuentra en esta situación en la India. De hecho, desde que se introdujeron las medidas de liberalización del mercado, en la década de 1990, más de 270.000 agricultores se han quitado la vida. Y a pesar del robusto crecimiento económico de los últimos años, que ha convertido al país de Gandhi en una potencia mundial, la tendencia al alza continúa. Al menos 15.000 agricultores se suicidan cada año desde 2001. Uno cada 43 minutos. Es, como afirmó el analista de temas agrícolas Palagummi Sainath, «una tragedia nacional» que se ceba con los estados más pobres. «Entre el 10% y el 20% de las muertes que certificamos en nuestro hospital son provocadas por los propios pacientes, y en su gran mayoría son varones agricultores endeudados», reconoce Rama Kesava, médico del centro sanitario que la Fundación Vicente Ferrer (FVF) opera en la ciudad de Anantapur.

«La mayoría toma pesticida o parafenileno (PPD), que provoca un edema de laringe entre las dos y las seis horas posteriores a la ingesta», añade. «Si ingresan en ese momento, el 100% sobrevive con una traqueotomía. Pero si llegan cuando ya sufren fallos renales, nosotros no podemos hacer nada. Los pulmones se llenan de fluido, se produce una parálisis muscular, caen en coma, y fallecen ahogados. Es una muerte horrible, por eso ahora se ha comenzado a popularizar beber tinte de pelo, que se puede adquirir por unas 10 rupias (14 céntimos de euro) en cualquier parte y provoca la muerte rápido y de forma indolora». No en vano, hasta ahora la efectividad del método para matarse era clave, ya que quienes trataban de suicidarse y no lo conseguían podían incluso ir presos a la cárcel durante un año, una pena a la que se le podía sumar una multa según estipulaba el polémico artículo 309 del Código Penal, que el Gobierno indio decidió retirar la semana pasada. «La despenalización del intento de suicidio puede suponer una medida importante para quienes creen que matarse es su única alternativa pero cambian de opinión en el último momento», escribió el diario Times of India en un artículo.

Es el caso de Venkatesh Gangavaram, que bebió pesticida sobre la tierra en la que había invertido en vano más de 7.000 euros, toda una fortuna en las zonas rurales de la India. «No teníamos agua, así que decidí excavar pozos. Cada uno costaba 200.000 rupias (2.600 euros), pero estaba convencido de que podríamos devolver el dinero con lo que diese una buena cosecha. Desafortunadamente, no tuve suerte y el agua no apareció ni siquiera a cien metros de profundidad», recuerda. Cuando los prestamistas se presentaron en su casa exigiendo el pago del crédito, Gangavaram fue incapaz de aguantar la presión y trató de suicidarse. Pero regresó a casa todavía vivo, y fue entonces cuando, arrepentido, relató ante su familia lo que había hecho. Los médicos lo salvaron in extremis y ahora agradece seguir con vida.

Claro que para las viudas como Reddingaru no hay vuelta atrás. Su existencia es una pesadilla. Sigue trabajando como agricultora, pero no en su propia tierra. Esa queda demasiado alejada del pueblo y no se atreve a recorrer el camino que va hasta la parcela. Además, como nadie vigila el terreno, teme que se repita el drama de hace unos años, cuando una piara se comió gran parte de la producción de cacahuete y causó estragos en las cuentas familiares. «Así que trabajamos para los terratenientes, pero con las 70 u 80 rupias (en torno a un euro) que nos pagan al día nos da justo para vivir y no podemos devolver la deuda a los acreedores, cuyos intereses hacen que la suma crezca mucho», lamenta Reddingaru, que todavía tiene que pagar el préstamo por el que suicidó su marido.

Portadoras de mala suerte

Las viudas de la tierra no solo se enfrentan a grandes dificultades para salir adelante sin el cabeza de familia. Además sufren todo tipo de discriminación. «La india es una sociedad patriarcal en la que la mujer está totalmente subordinada al hombre», explica Doreen Reddy, responsable de los proyectos de mujer de la Fundación Vicente Ferrer. «Por eso, la viudedad supone la exclusión de facto de la mujer. Y buen ejemplo de ello es que hace siglos era quemada viva junto al cadáver de su marido. Lógicamente, casos de una barbaridad tal no se dan ahora o son extremadamente raros, pero algo de esa subordinación total queda en la mentalidad de la gente». De hecho, las viudas son consideradas portadoras de mala suerte. Por eso, cuando su marido se suicidó, Reddingaru estuvo meses sin salir de casa. Y todavía hoy se le impide acudir a cualquier tipo de ceremonia. «En mi lugar envío a mi hija», cuenta. Como ella hay muchas más. En su pueblo, de apenas 1.500 habitantes, conoce a cuatro mujeres más cuyos maridos se suicidaron. «Es una epidemia de proporciones impresionantes que afecta a todas las castas», apunta Reddy. La tierra iguala a todos.

Sangría sin precedentes

  • «El problema de los suicidios de los agricultores tiene mucho que ver con su falta de formación. Es fácil aprovecharse de ellos y conseguir que gasten mucho dinero en asuntos que no se traducen en rentabilidad, porque no tienen un buen proyecto detrás», explica el experto en agricultura y ecología de la Fundación Vicente Ferrer, Chalapathy Tiruveedula. «El Gobierno debería dedicar más recursos a la elaboración de planes agrícolas que no tengan en cuenta tanto a las grandes multinacionales como a los campesinos. Y que pongan coto a los elevados precios de las semillas transgénicas que comercializan esas empresas. Porque la India sufre una sangría sin precedentes que no tiene visos de llegar a su fin. Y no es una tragedia sólo por las vidas que se pierden, sino por las que se rompen en el entorno de quienes se suicidan». Además, el campo languidece. Aunque la productividad de los agricultores indios ha crecido un 84% desde 1991, su capacidad adquisitiva se ha desplomado un 22%. Así, más de 15 millones de campesinos han abandonado la tierra. «El suicidio de los agricultores no es la crisis, sino efecto de la crisis», sentenció Palagummi Sainath, especialista en asuntos agrícolas del diario The Hindu. «Teniendo en cuenta que su tasa de suicidio es un 47% más elevada que la del resto de la población, y que en algunos de los estados más castigados por la sequía incluso se duplica, es hora de que se busquen soluciones con urgencia».

Narayanamma Cheemala, por ejemplo, es de casta alta. Pero eso no le ha librado de la tragedia. Como en el caso de Gangavaram, su parcela carecía de agua y no dieron con ella en las perforaciones que hicieron para encontrarla. «Ahí comenzaron las deudas», recuerda en el interior de su pequeña casa de hormigón desnudo. Pero lo peor llegó cuando tuvieron que casar a sus dos hijas. La preceptiva dote de 100.000 rupias (1.315 euros) por cada una de ellas disparó la deuda hasta las 300.000 (casi 4.000 euros). «Con esa suma, las visitas a casa de los cobradores se hicieron cada vez más frecuentes, y caa vez más tensas». El marido encontró la salida en unas tabletas de pesticida, pero ella sigue luchando por sacar adelante a su familia. «Tras su muerte, el Gobierno nos dio una ayuda de 100.000 rupias, pero sólo podemos disponer de 20.000 al año. Así que todavía nos queda por pagar la mitad del préstamo», se lamenta.

El problema añadido de estas viudas es que ninguna consigue casarse de nuevo. «No es que lo tengamos prohibido, es que ningún hombre nos quiere», explica Cheemala. «Buscan mujeres jóvenes, a ser posible vírgenes. Nosotras somos inservibles y usadas», sentencia. Pero ella no se da por vencida. De momento, cuenta con el apoyo de su hijo, que contraerá matrimonio este año y vivirá junto a ella para darle protección. «La nuestra es una sociedad cruel, y las mujeres son quienes más la sufren», afirma Reddy. «Estas viudas no solo tienen el coraje de continuar con vida, sino que se desviven también por sacar a sus hijos adelante».

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