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carlos benito
Domingo, 11 de enero 2015, 21:21
príncipe Andrés nunca ha demostrado mucho tino a la hora de echarse amigos. Desde hace años, el segundo hijo de la reina Isabel arrastra el peso muerto de sus relaciones con una curiosa galería de tipos poco recomendables: un dudoso oligarca kazajo, el yerno de un exdictador tunecino o un traficante de armas libio; por no hablar de su propia exesposa, Sarah Ferguson, que fue grabada cuando apalabraba medio millón de libras «por transferencia bancaria» a cambio de facilitar las cosas a un supuesto hombre de negocios que era en realidad un periodista. Pero, en esa selección casi prodigiosa de camaradas inquietantes, destaca sin duda el nombre de Jeffrey Epstein, el multimillonario neoyorquino que ha salpicado a la casa real británica con sus escándalos de sexo con menores. Este fin de semana, ha habido incluso comunicados oficiales de Buckingham para negar «categóricamente» que el duque de York se acostase con Virginia Roberts, una de las menores que ejercían de esclavas sexuales para su querido compinche yanqui.
Es cierto que, cuando nació la amistad entre ambos, el perfil de Jeffrey Epstein todavía estaba limpio, aunque se caracterizaba ya por mostrar desconcertantes zonas de sombra: eran los tiempos en los que el inversor neoyorquino fascinaba al mundo con su historia de hombre hecho a sí mismo, su inabarcable riqueza, su aparatosa generosidad y también, por qué no, su aire enigmático, que una y otra vez suscitaba comparaciones con el personaje central de El gran Gatsby. Jeffrey era un Gatsby ataviado siempre con vaqueros, que se debatía en un combate interno entre la voluntad de pasar desapercibido y el deseo compulsivo de exhibir su fortuna.
Hijo de un empleado del servicio de parques neoyorquino, se había criado en el periférico barrio de Coney Island y no había llegado a sacarse un título universitario, pero su habilidad con las matemáticas le valió un puesto de profesor en un colegio privado. A través del padre de uno de sus alumnos, saltó a la banca de inversiones y, en 1982, fundó su propia firma, que solo admitía como clientes a ricachones extremos, dispuestos a colocar más de mil millones de dólares. Buena parte de su brusca ascensión a lo más alto del mundo de los negocios se debió a una sola cartera: la del magnate Les Wexner, propietario de un imperio cuya parte más conocida es la firma Victorias Secret.
Jeffrey Epstein emergió de la nada como un fogonazo, deslumbrando a base de contactos y donativos. Su Boeing 727 particular no daba abasto: lo mismo trasladaba a África al actor Kevin Spacey, como parte de una campaña humanitaria, que recogía a Bill Clinton para llevarlo a la isla privada de Little Saint James, donde el expresidente estuvo invitado varias veces. A Epstein le sobraba el dinero y lo empleaba de forma espléndida, sobre todo para ayudar a fines científicos: su fortuna sufragó diversas investigaciones, centradas en asuntos como el cáncer o la inteligencia artificial, en una serie de donaciones que alcanzó un pico con los 30 millones de dólares entregados de una tacada a la Universidad de Harvard. Y estaban las casas, claro, esas propiedades que rozaban lo absurdo. Su domicilio en Nueva York es una antigua escuela reconvertida en el espacio residencial más vasto de Manhattan: 4.600 metros cuadrados repartidos en nueve plantas, con un total de cuarenta habitaciones y una puerta principal de cuatro metros y medio de altura. A eso hay que añadir la villa de color rosa en Palm Beach, el apartamento de París y el rancho de cuarenta kilómetros cuadrados en Nuevo México, además de la isla privada en las Vírgenes, con su plantilla de setenta personas y su colonia de flamencos en la laguna.
Abstemio y aficionado al yoga
Un perfil que publicó en 2003 la revista Vanity Fair da testimonio de la extrañeza que suscitaba el Epstein previo a la caída. La periodista Vicky Ward recorría la casona neoyorquina en compañía del propietario: el recibidor, decorado con varias filas de ojos de cristal enmarcados y una colosal estatua de un guerrero africano; el caniche negro disecado sobre el piano de cola, que al menos Epstein sabe tocar; la alfombra persa que el propio millonario proclamaba «la más grande que verás en un domicilio particular». Y, a la vez, la atónita Ward dejaba constancia del carácter huidizo del personaje, que se negaba a conceder entrevistas propiamente dichas, figuraba con nombre falso en el listín telefónico y raramente salía a cenar, ya que los restaurantes le parecían «como comer en el metro». Abstemio, aficionado al yoga y adicto al té Earl Grey, Epstein era un enigma con una clara debilidad: «Es un hombre al que le gustan las mujeres escribía ya entonces Ward. Montones de mujeres, la mayoría jóvenes». Todos los que trataban con él incluidos científicos sesudos, poco acostumbrados a esas frivolidades se daban cuenta de que alrededor del millonario revoloteaba un número ilógico de muchachas: ¿qué hacían tantas modelos rusas en sus recepciones?
¿Por qué ahora?
Jeffrey Epstein fue condenado en 2008, pero dos de las chicas han demandado al Gobierno de Estados Unidos por considerar que el trato al que se llegó con él incumple la Ley sobre los Derechos de las Víctimas. Una de ellas, que la prensa británica ha identificado como Virginia Roberts, asegura que Epstein la forzó a mantener relaciones sexuales con Andrés en Londres, en Nueva York y en una orgía con otras menores celebrada en su isla privada del Caribe. Un comunicado oficial de Buckingham sostiene que se trata de «alegaciones falsas y sin fundamento». Andrés ha interrumpido sus vacaciones en la nieve.
Su 'chica número uno'.
Las víctimas afirman que Epstein mantenía una «red de abuso sexual» que suministraba menores a «políticos estadounidenses, ejecutivos, presidentes extranjeros, un conocido primer ministro y otros líderes mundiales». También afirman que, después, tenían que relatar los encuentros por si servían para hacer chantajes. En declaraciones al Daily Mail, Virginia Roberts ha recordado que, cuando tenía 17 años, le encargaron que diese a Andrés «todo lo que pidiese». Ella estaba entonces totalmente sometida a Epstein «Habría hecho cualquier cosa por tener contento a Jeffrey y por mantener mi lugar como su chica número uno».
Otros amigos.
A Jeffrey Epstein se le ha relacionado con personalidades como Bill Clinton (que se hospedó varias veces en su isla), Kevin Spacey, Naomi Campbell, Woody Allen, Donald Trump o Chris Tucker. Cuando se le reprochó a Andrés que mantuviese el contacto con él, respondió «Ser leal a tus amigos es una virtud».
Las menores a las que pagaba doscientos dólares a cambio de un masaje erótico se acabaron convirtiendo en su perdición. La denuncia de una madre en 2005 desencadenó una investigación de la que Epstein salió con su prestigio por los suelos, pero relativamente bien librado, porque el dinero siempre ayuda en estos trances: aunque le relacionaban con cuarenta chicas, alcanzó acuerdos extrajudiciales con muchas de ellas y negoció un trato por el que se limitaba a admitir un cargo, el de haber pagado por sexo con una sola menor. Fue condenado a año y medio de cárcel y cumplió trece meses. Las hemerotecas se llenaron de relatos sórdidos en los que aparecen sus jovencísimas esclavas sexuales y sus impagables jabones con forma de pene y vagina.
Su desgracia salpicó a su buen amigo Andrés, la guinda coronada de su agenda de contactos. Habían compartido muy buenos ratos, como las fiestas en una de ellas, Andrés fue retratado ciñendo la cintura de Virginia Roberts, la chica que ahora le acusa, lasvacaciones en Tailandia o las numerosas visitas mutuas: Epstein llegó a estar alojado en Craigowan, la casita de piedra del palacio de Balmoral donde a la reina le gusta pasar el arranque de las vacaciones de verano. El millonario también prestó 15.000 libras a Sarah Ferguson una de esas veces en las que ella se vio acuciada por las deudas. Cuando Epstein salió de la cárcel, Andrés decidió no dejarle en la estacada: en febrero de 2011, los fotografiaron paseando juntos por Central Park, durante una de las visitas del príncipe. Fue entonces cuando el Telegraph publicó el titular ¿En qué estaba pensando el duque de York?.
El príncipe renunció a su cargo de representante comercial y, al parecer, rompió los lazos con Epstein, que hoy tiene 61 años, pero la demanda presentada por dos de aquellas muchachas ha devuelto la actualidad a su vínculo, una pesadilla recurrente para la casa real británica. Lo único positivo para la imagen de Andrés es que, según se ha podido comprobar, dejó buen recuerdo en el servicio:un empleado de la villa de Palm Beach ha recordado que «siempre se hacía la cama».
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Patricia Cabezuelo | Valencia
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