zigor aldama
Lunes, 2 de febrero 2015, 12:06
La diseñadora Liu Wei ha sido arrestada en Pekín por un desfile en el que ha mostrado su apoyo a la revolución democrática de Hong Kong". La noticia saltó en las redes sociales el pasado 30 de octubre y se extendió como la pólvora entre los medios de comunicación. En su espectáculo Breath (Respira), la diseñadora china hizo desfilar a las modelos vestidas como enfermeras, con el rostro tapado con una mascarilla y sujetando paraguas manchados de sangre. En algunas fotografías, esos paraguas tenían el mismo color amarillo de los que se habían convertido en símbolo del movimiento Occupy Central (Ocupa el distrito Central), que exige al gobierno del Partido Comunista democracia plena para la excolonia británica. El hecho de que nadie respondiera al teléfono en la empresa de Liu, y que la propia diseñadora no publicase nada en Weibo -el Twitter chino- durante varios días, dio alas a la historia.
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Pero era falsa. Alguien había manipulado las fotografías para convertir los paraguas blancos en amarillos. "Se utilizó mi espectáculo con unos fines políticos que no tenía. Además, en ningún momento fui detenida", cuenta Liu, molesta, en una entrevista con este periódico en la que prefiere no ahondar en la polémica. "Fue una coincidencia. Yo quería concienciar sobre la necesidad de preservar el medio ambiente. Quería mostrar en una combinación de moda y de performance que la situación actual, con elevados niveles de contaminación, nos está haciendo enfermar. Porque estoy convencida de que la moda, como el arte, tiene una responsabilidad social".
Puede que el suyo no sea un mensaje político, pero, sin duda, el de Liu no es un discurso aséptico. Y eso sorprende porque su principal cliente es el gobierno chino: la empresa de Liu, Rose W, se ha especializado en el diseño y la fabricación de uniformes, tanto para funcionarios como para empresas estatales de la talla de China Mobile, el principal operador de telecomunicaciones del país. De hecho, una de sus grandes fortalezas a la hora de hacerse con los jugosos contratos para vestir al funcionariado chino reside en la combinación de elementos tradicionales de ese país y tejidos de alta tecnología que fabrica en colaboración con empresas japonesas. "Tenemos 5.000 años de historia a nuestras espaldas, y eso podemos trasladarlo al diseño de nuestra vestimenta. Porque una cosa es la larga tradición artística de China y, otra, la industria de la moda, que, por razones políticas (la llegada del comunismo y la Revolución Cultural), ha comenzado a desarrollarse más tarde que en el resto del mundo. En cualquier caso, incluir elementos propios de nuestra cultura, como el bordado y los colores inspirados en los dibujos de tinta, no está reñido con la innovación en tejidos. Ante todo, la moda ha de ser práctica", sentencia Liu, que nació en 1968 en el seno de una familia de artistas.
Su padre era pintor y su madre, bailarina. Liu estudió Bellas Artes y pronto se interesó por la moda. Se curtió en el sobrio arte de la confección de uniformes en una empresa estatal hasta que, en el año 2000, decidió viajar a Italia para entrar en contacto con las tendencias europeas y aprender de los mecanismos empresariales que mueven la meca de la moda. "Fue una experiencia que me abrió los ojos en muchos sentidos. Por eso, a mi regreso decidí instalarme por mi cuenta".
La pelea de la calidad
Liu trabaja en un enorme estudio en la zona 798 de Pekín, un distrito fabril que fue reconvertido para albergar galerías de arte, y ha ganado un notable reconocimiento con los atrevidos diseños de corte futurista con los que ha salido de los círculos oficiales para saltar a las pasarelas. "El tejido es fundamental, porque la tecnología nos permite crear nuevas telas de características con las que ni soñábamos hace unos años".
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A pesar de todo ello, Liu es consciente de que al diseño chino, "que cada vez está más presente en todo el mundo", todavía le queda mucho camino por delante. De hecho, los modistos como ella tienen en su propio país menos éxito que fuera. "Existe todavía una percepción de que lo hecho en China es de calidad inferior, y nuestras marcas todavía son muy jóvenes si se comparan con empresas europeas que llevan más de cien años en el negocio. Las reformas económicas han permitido que esas marcas lleguen a nuestro país, y la población está ávida de conocer cosas nuevas y de mostrar su recién adquirido estatus económico. Para ello son más apropiados nombres que se identifican inmediatamente con el lujo como Chanel o Louis Vuitton". No obstante, Liu es optimista. "Estamos poniéndonos a la altura de los mejores, y cada vez se reconocerá más nuestro trabajo".
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