carlos benito
Lunes, 2 de febrero 2015, 12:58
En España quizá tengamos un poco olvidado a fray Junípero Serra, el franciscano mallorquín que en el siglo XVIII encabezó la evangelización de California. Pero, en aquella tierra a orillas del Pacífico, el viejo misionero es una presencia constante y cotidiana, con la que uno se topa sin necesidad de repasar los libros de historia: hay, por ejemplo, un Junípero Serra Boulevard, que es un tramo de la Ruta Estatal 1 a través de San Francisco, y también un Museo Junípero Serra en San Diego, y un buen montón de colegios y hoteles y calles y edificios públicos bautizados con su inusual nombre -en realidad se llamaba Miquel Josep, pero eligió su nuevo apelativo en recuerdo de Junípero de Asís, un estrambótico compañero de San Francisco-, y por supuesto se le homenajea con docenas de monumentos en diversas partes del país, incluida una escultura en la mismísima Sala Nacional de las Estatuas del Capitolio. Cuando el actual embajador de Estados Unidos en España tomó posesión del cargo, se las arregló para citar dos veces a Junípero Serra en su vídeo de presentación.
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El religioso balear también cuenta allí, por chocante que pueda parecer en una figura de hace tres siglos, con mucha gente que lo aborrece. Y, estos días, todos esos que le profesan una sincera aversión se están movilizando. El Papa anunció hace diez días su intención de hacer santo a fray Junípero en septiembre, aprovechando que tiene previsto viajar al país norteamericano: será lo que se conoce como una canonización equivalente, impulsada por el Pontífice sin esperar al proceso habitual de reconocimiento de milagros, ya que, según justificó Francisco, este "gran evangelizador" es objeto de devoción desde hace siglos. Juan Pablo II lo beatificó en 1988, después de que se le atribuyese la curación prodigiosa del lupus de una monja, y ya entonces se registraron airadas protestas: incluso llegaron a pintar con espray las paredes de su museo de San Diego.
Porque, para muchos, sobre todo entre los nativos americanos, Junípero Serra es lo más opuesto a un hombre santo que se puede encontrar en este mundo. "Es un racista que cometió crímenes inmorales y genocidas contra nuestra gente", resume la asociación Mexica Movement, que organizó el domingo una marcha en Los Ángeles contra el "proceso criminal" de canonización. Esta organización de defensa de la cultura indígena, que se refiere a las misiones fundadas por el mallorquín como "campos de concentración", representa la facción más radical y menos diplomática de quienes ponen pegas a su figura. Pero, en el fondo, su discurso no difiere gran cosa del que están esgrimiendo voces más moderadas.
A fray Junípero le reprochan que, con su sistema de misiones, iniciase un proceso de exterminio que acabaría eliminando a la mayor parte de la población indígena. Según Elías Castillo, autor de un estudio sobre los asentamientos católicos en la región, los frailes españoles implantaron un régimen de trabajos forzados en el que las infracciones se castigaban con la flagelación: "Niños de solo 10 años podían recibir hasta diez latigazos por violar las reglas", detalla, además de recoger que el trato brindado a los indios escandalizaba a algunos visitantes europeos.
«No esclavizaba a los indios»
Fray Junípero, aseguran sus críticos, aprobaba sin lugar a dudas el empleo del látigo -"los padres espirituales deben castigar a sus hijos", escribió- e impulsó el confinamiento de los indios en las misiones: una vez bautizados, estaban obligados a quedarse allí, apartados de su tierra y de sus costumbres, sometidos a normas extrañas sobre vestimenta y conducta. Estos días, los elogios del Papa se están contraponiendo con lo que dijo hace siete años el obispo emérito de Sacramento, Francis Quinn, que reconoció las "fechorías" cometidas por la Iglesia en la evangelización de los nativos.
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Los defensores de fray Junípero argumentan que no tiene sentido enjuiciar a un hombre del siglo XVIII con criterios del siglo XXI, y recuerdan que, en su tiempo, el franciscano mallorquín destacaba precisamente por su defensa decidida de los indígenas frente a los abusos de los soldados. "En realidad, era mucho más agradable con los indios que con los gobernadores, porque no se llevaba demasiado bien con algunos de los militares. No era una persona que estuviese esclavizando a los indios, ni golpeándolos, eso jamás", ha apuntado la profesora Iris Engstrand. Y evocan, por ejemplo, el episodio del asalto a la misión de San Diego por el pueblo kumiai, en el que murieron tres españoles: cuando llegó la hora de la represalia, Junípero Serra reclamó la liberación de los prisioneros indios. "Su salvación -dijo- es el propósito de nuestra presencia aquí y su única justificación".
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