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julián méndez
Viernes, 13 de febrero 2015, 12:08
El cine jamás ha dejado de ser la linterna mágica de sus comienzos. Todo depende de hacia donde se enfoque su luz. Este año, el cine español ha batido todas sus marcas con 21 millones de espectadores y 123 millones de euros recaudados en taquilla. En esas cifras se amontonan tanto quienes se descoyuntaron con la comedia de Ocho apellidos vascos como quienes se asomaron a las profundidades abismales que propone La isla mínima. Estamos condenados a revisitar nuestro pasado y actores como Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo, los dos policías enviados a las marismas del Guadalquivir para esclarecer los crímenes de un par de chiquillas, cumplen esa desasosegante tarea y ponen el contrapunto de realidad a la edulcorada memoria de Cuéntame.
Ambos compitieron por el Goya al mejor intérprete masculino en la ceremonia conducida por el vasco Dani Rovira, aunque finalmente fue Javier Gutiérrez quien consiguió el galardón. Una gala en la que 'La isla mínima' se alzó como la gran triunfadora con ni más ni menos que 10 premios.
Gutiérrez y Arévalo son las dos caras de esa moneda que se llama impostura. Los actores no son otra cosa que trileros, farsantes sentimentales acostumbrados a jugar con nuestras sensaciones como camaleones de la farándula. ¿Qué tiene que ver el Satur de Águila Roja con el oscuro inspector Juan y sus pantalones de bragueta rápida? ¿O qué hay del Raúl Arévalo que encarnó al lúbrico sacerdote de Los girasoles ciegos en el policía Pedro, cargado con la escopeta de perrillos a la vista confiscada al confidente furtivo? Nada. La respuesta es nada.
Este par de impostores tampoco tienen demasiado en común entre ellos. Aparte, claro está, de esa pulsión de hacerse pasar por lo que no son.
Javier Gutiérrez Álvarez (Luanco, 1971) es un tipo que no tiene carné de conducir, que asegura estar pirrado por el Te amo de Umberto Tozzi y que jugó de "extremo veloz" en un equipo de Regional. También ayuda mucho para perfilar al personaje saber que lleva cuatro inspecciones de Hacienda consecutivas. "Montoro es implacable", dice recordando que está en la lista negra por sus decididos pasos al frente cuando lo del Prestige, el No a la guerra y el IVA del 21% a la cultura.
«Poli mejor que Montoro»
Defensor a ultranza de esa vieja generación de actores que se nos escurren entre los dedos (Fernán Gómez, Alfredo Landa, Paco Rabal, López Vázquez, Ozores: todos tipos como él, que lograron escapar del encasillamiento por la puerta grande), este tímido incorregible, culé, socio de los diablos verdes del Racing Club Ferrol y nostálgico de los Estudio 1, alza la voz para repetir que, por fin, "el público ha perdido el miedo a ver cine español". Gutiérrez tiene la convicción de que, de forma inconsciente, se ha estado preparando toda la vida para recibir el "regalo" de La isla mínima, para encarnar un papel de ese calibre. Un 9 milímetros Parabellum, para ser exactos. "Ese inspector putero, torturador y alcohólico, fruto del sistema, es mejor que Montoro. Él es un trabajador. Sus métodos te pueden gustar más o menos, pero es humano. Es un hombre que se redime en ese viaje hacia la muerte que narra la película", asegura Gutiérrez a este periódico.
En un país donde los actores viven a salto de mata, tener el sustento asegurado durante las seis temporadas que lleva en antena Águila Roja no es moco de pavo. Y en los huecos del rodaje, Javier Gutiérrez se apunta al teatro (la pasada temporada con Los Mácbez del Centro Dramático Nacional) y espera, como agazapado, para meterse en la piel de un madero franquista y resabiado. "En este país pueden elegir muy poquitos, y yo no estoy entre los elegidos para elegir", dice. Tras el galimatías disfrazado de modestia se esconde ese perpetuo temor de los cómicos hispanos a levantar la cabeza... porque siempre hay alguien dispuesto a cortársela de un tajo certero. Que se lo digan a este corredor de fondo, colega de Santiago Segura y Álex de la Iglesia, que viene de los tiempos inciertos de Cristóbal Colón, de oficio descubridor, su primera película, con Andrés Pajares, y que ha transitado por Los Serrano con Antonio Resines o por Un franco, 14 pesetas, de Carlos Iglesias.
Hijo de una funcionaria y de un marino mercante, ya fallecido, Gutiérrez asegura que le gusta llevar la contraria y decir que no, que gasta barba "por exigencias del guion" y que en casa guarda una maquinilla eléctrica a estrenar, un regalo del que no quiere desprenderse. Por lo que pueda pasar. Él no se calla y aquí a la gente así la afeitan en seco. "Lo que hace este Gobierno contra la cultura clama al cielo. Cientos de familias, no solo los actores, vivimos del cine. Wert dijo que la gente no iba a las salas porque el cine español era malo. Las cifras les han demostrado lo contrario, pero, y a pesar de que se llevan el 21% de todo lo que recaudan, no les he oído rectificar esos comentarios", sostiene.
El mismo pediatra que Iker
Raúl Arévalo (Madrid, 1979) dice que es un tipo "muy flamenco", que lo mismo se pone a Lou Reed que a Pepe Pinto o a Rocío Jurado. Serán las horas que ha pasado este chico criado en Móstoles y que compartía pediatra con Iker Casillas tras la barra del Krug, la cervecería de sus padres en el barrio de Chamberí, famosa por su comida casera. Cebollero como su padre (así llaman a los naturales de Martín Muñoz de las Posadas, el pueblo de hortelanos segovianos donde pasaba los veranos), fue también su progenitor quien le inoculó el veneno del cine. Con tres años se aupó a una butaca para ver Superman II, aunque su primer recuerdo de celuloide tenga que ver con ET. Aún no sabe bien por qué se apuntó a un curso de teatro con 15 años, pero el caso es que no ha parado desde entonces. Las adolescentes le recuerdan por su papel en Compañeros y los más crecidos como el sacerdote merecedor del pelotón de fusilamiento en Los girasoles ciegos. Entre tanto, hasta le tocó trabajar sirviendo banquetes de boda en un cátering.
"Los actores vivimos en la cuerda floja", reconoce. Pero cuando les toca una perita en dulce, los tipos como Raúl se engolosinan como chiquillos. "Yo nací en el 79, un año antes de la fecha en que se desarrolla la película. Así que tuve que prepararme para conocer la época. Hubo un gran trabajo de investigación con el director Alberto Rodríguez . Vimos unos documentales, Atado y bien atado: no se os puede dejar solos de los hermanos Bartolomé, un trabajo maravilloso al que se le ha dado poca luz y que muestra aquella época tan confusa".
Reconoce Arévalo poseer cierto poso pesimista, ser un tanto ansioso en ocasiones y soñar de forma perpetua con dirigir cine. Su amigo Javier Cámara dice, muy seguro, que Raúl Arévalo "será director". Al tiempo. Atentos al socio número 131 del videoclub Iris de Móstoles, un chico que se ha visto todo el cine posible y ahora anda enfrascado en empollarse las biografías de los grandes hombres de la industria.
Tiene una hermana, Tamara, que trabaja como sonidista en el gremio, una compañera actriz y un par de gatos (Vito, por Corleone, más que por el monovolumen de Mercedes; y Uma, se supone que por la Thurman). Así que todo en la vida de Raúl es cine. Puro cine.
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