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Con Barak Obama y Michelle Obama en la Casa Blanca.
Presidente por sorpresa

Presidente por sorpresa

De zoólogo a dirigente de la primera potencia africana. Goodluck Jonathan se presenta a la reelección en Nigeria. Ha sido discreto hasta que se casó su hija. En la boda regaló a los invitados iphones bañados en oro

gerardo elorriaga

Domingo, 22 de febrero 2015, 20:56

os caminos del Señor son inescrutables, pero, a veces sus veredas gozan de excelente asfalto. La senda política de Goodluck Ebele Azikiwe Jonathan (Ogbia, 1957) se ha descubierto como una autopista magnífica, a pesar de que las vías terrestres nigerianas poseen generalmente un firme pésimo. Quizás la fortuna del dirigente se deba a un nombre premonitorio Ebele significa deseo de Dios en lengua ijaw o a esa rara habilidad, tan valiosa, que consiste en hallarse en el sitio conveniente en el momento preciso. Tal vez dicha cualidad explique su acceso a la presidencia de la primera potencia africana sin lidiar con las ambiciones internas dentro del Peoples Democratic Party (PDP), la formación gobernante, ni enfrentarse a ningún comicio electoral de relevancia.

Siempre cubierto

  • La fe mueve montañas... y sacude Nigeria, un país plano, pero transido por un intenso sentido de la religiosidad, tanto cristiana como musulmana. El 96% de sus habitantes se considera religioso, un porcentaje tan solo superado por la vecina Ghana. Proliferan los pastores evangélicos y algunos son fundadores de grandes congregaciones. T. B. Joshua es uno de los más importantes y cuenta con un poder excepcional. Ha predicho la postergación de los comicios, el accidente del avión malayo o la muerte de Michael Jackson.

  • País de excesos. El 63% de la población vive con menos de un dólar al día, pero el consumo anual de champán es de 750.000 botellas, el más elevado después de Francia. En los últimos cinco años la élite local se ha gastado 5.700 millones de euros en la compra de jets privados.

Pero nunca fue todo sobre ruedas para el presidente nigeriano. Su infancia fue humilde. Creció en el Delta del Níger, donde su padre fabricaba canoas. Eran malos tiempos para la más modesta de las industrias navales y de ahí que el progenitor pretendiera conjurar la ventura en el bautismo del hijo. Aquel pequeño creció sin zapatos, según confesión propia, pero fascinado por su privilegiado ecosistema natal, lo que le llevó a estudiar Zoología, especializarse en hidrobiología y pesquerías, y comenzar su labor en la Administración como inspector medioambiental.

La primera oportunidad de peso tuvo lugar en 1999, tras haber accedido, sin ruido ni especial significación, al cargo de vicepresidente del Estado de su Bayelsa natal. La suerte apostó fuerte por el gris segundón porque no es habitual que un gobernador nigeriano pierda el favor parlamentario tras ser acusado de lavado de fondos en Reino Unido. Lo extraño no fue hallarse ante un líder regional corrupto, sino que se le llegue a penar, política o judicialmente, por sus delitos.

A veces, los hados se encarnan en un mentor excepcional. El expresidente Olusegun Obasanjo ostentó la jefatura del Estado durante el periodo militar en los años 90 y tras la democratización del régimen con el cambio de siglo. El hecho de que no pueda acceder constitucionalmente a un tercer mandato y su enorme ascendiente dentro del PDP lo han convertido en un hacedor de reyes. En 2007, elaboró un ticket presidencial con dos gobernadores de escaso relieve pero perfil adecuado para el cargo. La nueva autoridad máxima sería el norteño Umaru YarAdua como representante de la mitad septentrional musulmana, mientras que un tal Jonathan atraería el voto cristiano del sur.

La historia de John F. Kennedy y Lyndon Johnson se repitió sin magnicidio de por medio. En 2010, una grave enfermedad condujo a la controvertida decisión del Senado de elegir a Jonathan presidente para evitar un vacío de poder, decisión consolidada tras el fallecimiento del jefe de Estado. Jonathan se encontró con las riendas de la república y el apoyo renovado de Obasanjo le permitió, por primera vez, participar en unas elecciones y vencer a Mohammadu Buhari, el líder de la oposición.

La misión de Goodluck Jonathan parecía trascendental y no solo en el plano económico. Tocado con su habitual sombrero pandora y vestido con túnicas recorridas con cadenas y abotonadas al cuello, parecía un pastor evangelista que pretendía convertir a sus colegas de la Unión Africana o el G20. No resulta tan descabellado. Este piadoso cristiano, presuntamente anglicano, ha peregrinado varias veces a Tierra Santa en viajes realizados con jet privados y un nutrido séquito.

Las opulentas costumbres de la clase política nigeriana expanden una sombra de corrupción que los números avalan. El gobernador del Banco Central de Nigeria advirtió el pasado año que 18.000 millones de euros se habían volatilizado en el engranaje de la Administración y fue destituido.

Nada realmente novedoso, ya que tan solo entre 1960 y 1993, 354.000 millones de euros fueron desviados de las arcas públicas. Tampoco el dirigente escapa de la sospecha. Al vicepresidente, que reconocía bienes por valor de 1,8 millones de euros en 2007, una web le atribuía 88 millones siete años después.

La pasión por las inversiones en Londres, Nueva York y los paraísos fiscales pierde a la elite local. Jonathan, en cambio, se muestra generoso con los suyos. Su esposa Patience goza de cierta notoriedad, pero ha preferido mantener alejada de la atención mediática a la prole. Esa discreción se rompió el pasado mes de abril, cuando dio en matrimonio a su hija adoptiva Faith en dos ceremonias que siguieron tanto el rito tradicional de la comunidad ijaw como el occidental. Existe cierta polémica sobre el número de vehículos de lujo regalados a la pareja por los invitados, muchos de ellos altos burócratas. Algunas fuentes hablan de sesenta, otras de ochenta, pero todas coinciden que los asistentes recibieron un pequeño recuerdo muy especial, un Iphone 5 customizado y bañado en oro.

Su amuleto protector

Más allá de estas pequeñas celebraciones, el grisgrís de Jonathan se ha enfrentado a un trabajo exhaustivo durante estos últimos cinco años. Posiblemente, este amuleto nativo ha permitido que el presidente se mantuviera en el poder a pesar de que los problemas se acumulaban y agravaban, mostrando, por fin, al estadista carente del apoyo de la casualidad dichosa. El secuestro de 200 alumnas por Boko Haram mostró tanto la insensibilidad de Jonathan para responder al drama humano como su incapacidad para enfrentarse a una insurrección que ya se ha hecho un territorio similar al belga y salpica a los iracundos países vecinos.

El presidente mantenía su inmaculada y amplia sonrisa mientras se estrechaba el cerco en torno a su reputación. El antiguo padrino Obasanjo, el Nobel Soyinka y altos mandos retiraban el apoyo al zoólogo reconvertido en estadista y cristiano ejemplar.

En el complejo juego de equilibrios que caracteriza la política nigeriana contaba aún con bazas importantes como el respaldo de las grandes confesiones pentescostalianas y de una clase poderosa que se ha favorecido extraordinariamente con las concesiones estatales y el desarrollo urbano. Pero el desastre bélico en el norte amenazaba con frustrar la reelección, que estaba prevista para el 14 de febrero.

Cuando ni la buena suerte ni el anhelo divino parecían apostar por otorgar mayor crédito a Jonathan, en un golpe de efecto audaz, se ha sacado del sombrero, mudado en chistera, el último conejo posible. La máxima autoridad de la potencia negra ha sacrificado el orgullo patrio para pedir la intervención armada de Chad, el gendarme francés del Sahel, y retrasado las elecciones seis semanas para permitir que la alianza borre a Boko Haram del mapa, permita colocar urnas de pueblos devastados y, sobre todo, restablecer la imagen de un hombre con mucha suerte, gran amor filial y extraordinario sentido de la oportunidad.

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