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Un cristiano copto protesta subido a lo alto de un coche en el Cairo.

Así son los coptos

De bebés les tatúan este símbolo en la muñeca y de mayores no pueden aspirar a mucho más que a recoger basura. Son los últimos cristianos degollados por los islamistas

julia fernández

Lunes, 23 de febrero 2015, 12:01

Una cruz en su muñeca derecha. Es el signo de identidad de los coptos. Se la tatúan cuando son pequeños. A partir de los 40 días, los niños pertenecientes a esta etnia religiosa ya pueden pasar por el trance. La mayoría se retuerce de dolor ajena a lo que significa esta tradición que se instauró durante el Imperio Romano. Entonces era una forma de que los hijos supieran de su origen en caso de que los padres, perseguidos, fueran masacrados.

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Las últimas víctimas conocidas del Estado Islámico (EI) tenían este dibujo en sus brazos. Eran 21 hombres que habían sido secuestrados en la ciudad libia de Sirte. Trabajaban allí, pero procedían de Egipto, "del pueblo de la cruz, seguidores de la iglesia hostil", como los definieron su captores. Eran coptos, la mayor comunidad cristiana de Oriente Medio. Se calcula que en el país que dirige Abdelfatah el-Sisi hay unos ocho millones, el 10% de la población. Pueden pertenecer a la iglesia ortodoxa, la católica e, incluso, la evangélica.

El término que los define, copto, proviene del griego y significa egipcio. Su historia también los dibuja como "descendientes de aquellos que convivieron con los faraones", explica José Luis Villacorta, doctor en Filosofía y Letras y experto en Historia de las Religiones. Toda una ironía teniendo en cuenta que hoy los salafistas (los musulmanes más radicales) no los tienen ni por ciudadanos de primera. Ellos se consideran hijos de San Marcos y se enorgullecen de haber sido el único pueblo visitado por la Sagrada Familia. En la actualidad, esta palabra solo designa a los ciudadanos adscritos al cristianismo.

Los coptos viven en pequeñas comunidades en torno a El Cairo, la capital, Alejandría y Sinaí, y son de extracción humilde. Los triunfadores "son casos excepcionales", apostilla Villacorta, que añade que a lo máximo que pueden aspirar dentro de la Administración es a un puesto de policía y es casi "un sueño". Uno de los mayores asentamientos está en el barrio cairota de Mokattam, al pie de las colinas del mismo nombre. Se le conoce como la Ciudad de la Basura. Casi todos sus vecinos, unos 70.000, hacen negocio con los desperdicios, aunque quizá esta expresión se quede grande. El sueldo medio no sobrepasa los 200 euros al mes.

Los zabalín se hacen cargo de los residuos que se generan en la gran urbe. Recogen 16.000 toneladas al día, de las que aprovechan el 80%, dos terceras partes más de lo que se hace en el mundo occidental. No disponen ni de camiones ultratecnológicos ni de modernas plantas de reciclaje. Recorren la mayor ciudad del mundo árabe en carros tirados por famélicos burros o, en el mejor de los casos, destartaladas camionetas. Van puerta por puerta para hacerse con los desperdicios que cargan en la espalda hasta depositarlos en los remolques y se marchan. En el trayecto de vuelta, se deshacen de la materia orgánica y la dejan allá donde cae.

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Antes también se la llevaban para alimentar a los cerdos. Pero en 2009, el entonces presidente del país, Hosni Mubarak, mandó sacrificar a todos los gorrinos ante la amenaza de la gripe A. Hoy apenas queda alguno y muy bien escondido. La medida solo sirvió para que los pobres se volvieran aún más pobres. Por eso, muchos han decidido hacer las maletas y marchar a otros lugares, como Libia, donde se convierten en mano de obra barata.

Perseguidos

Pero los coptos que se van no solo huyen de la pobreza. También lo hacen de la exclusión y la persecución. La historia de este pueblo está repleta de capítulos de esta naturaleza: en el Imperio Romano, un tiempo que bautizaron como la edad del martirio; tras el concilio de Calcedonia; con la invasión árabe, llamada la era de las grandes tribulaciones... Y así hasta nuestros días.

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En los últimos diez años, los enfrentamientos con la comunidad musulmana se han recrudecido: desde escaramuzas por las calles del El Cairo, hasta un coche bomba a las puertas de la iglesia cristiana copta más importante de Alejandría, que dejó 21 muertos en la misa de Año Nuevo de 2011.

En esa guerra entre religiones hay un nombre propio: el de Kamilia Shehata, la esposa de un pastor cristiano que se fugó de casa para, supuestamente, convertirse al islam. Cuando fue encontrada por las autoridades, volvió al hogar y negó lo ocurrido, pero los islamistas radicales nunca creyeron su declaración ante el juez.

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Y de aquellos polvos, estos lodos porque el Estado Islámico se ha aprovechado de la historia de Shehata para justificar su acción criminal. Quizá lo que no esperaban los terroristas era que Al Sisi respondiera a la decapitación de los coptos bombardeando las posiciones del EI en Libia, pero es que el general egipcio no quiere que el polvorín le explote intramuros.

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