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Helle Thorning-Schmidt, de 48 años, recuperó para la izquierda el poder en Dinamarca en 2011 cuando nadie lo esperaba.

La presidenta que surgió del frío

Elegante y seductora, la danesa Helle Thorning-Schimdt está muy lejos del perfil clásico de un jefe de gobierno

irma cuesta

Martes, 24 de febrero 2015, 12:14

Es más que probable que Helle Thorning-Schmidt, de 48 años, sea la única jefe de gobierno del planeta que ha logrado que, al menos durante un tiempo, las búsquedas en Google que llevaban su nombre fueran acompañadas de la palabra desnuda. Ocurrió en 2011, en plena campaña electoral, cuando la candidata disputaba a Lars Lokke Rasmussen la presidencia del Gobierno danés. Helle no sólo venció a su contrincante -aunque fuera por poco-: devolvió el poder a la izquierda después de diez años y demostró que, además de despertar el morbo de sus compatriotas, ser guapa y elegante, era una mujer inteligente.

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El ataque yihadista que el pasado fin de semana acabó con la vida de dos personas y dejó cinco agentes heridos en una sinagoga y un café cultural de Copenhague ha vuelto a poner en el punto de mira a Thorning-Schmidt, que, ha resultado ser mucho más que una cara bonita, por más que su trayectoria esté sembrada de controversias y atesore un perfil más propio de una celebrity que de una líder en política. Hace unos días no pudo contener las lágrimas durante el funeral de Dan Uzan, el joven judío de 37 años asesinado de un tiro en la cabeza por el terrorista Omar Abdel Hamid El Hussein.

Nacida en la ciudad de Rødovre en 1966, apuntó maneras desde el principio; y si no, que se lo pregunten a Freddy Blak, su jefe cuando aún era una jovencita que aspiraba a conseguir su primer escaño en el Parlamento Europeo. Fue él quien la bautizó como Gucci-Helle, después de comprobar que jamás se separaba de un bonito bolso de la marca italiana. También quien consiguió que, cuando seis años más tarde regresó a Copenhague para liderar a los socialdemócratas de centro-izquierda, su apodo no la abandonara. Y también el que, no hace tanto, contó al Global Post que por aquella época le censuró su gusto por el lujo, convencido de que esa imagen de mujer de clase alta no la ayudaría a conectar con los votantes. "Le dije: Helle, debes poner los pies en la tierra. No se puede hablar con gente sin recursos y llevar ropa que cuesta más de lo que ganan en un mes entero. Entonces, me miró de arriba abajo, y me contestó: Bueno, no todos podemos presentarnos ante la gente como una mierda, como tú".

Es posible que esa determinación, aliñada con un indiscutible poder de seducción, la llevara a liderar su partido primero y a forjar una coalición inimaginable con los social-liberales y el Partido Socialista Popular después, aunque los daneses estén más que acostumbrados a cerrar alianzas: desde 1909 ningún partido ha obtenido la mayoría en el Parlamento. Pero, aunque haya demostrado ser una negociadora tan dura como eficaz, a la presidenta danesa le llegó la fama durante los funerales de Nelson Mandela, en el estadio de Johannesburgo. Su animada conversación, sus risas y un selfie que dio la vuelta al mundo con sus colegas Obama y Cameron, provocaron el enfado de Michelle e hicieron que medio mundo se preguntara quién era aquella dama.

Es evidente que la señora presidenta, que sin duda alegra la política internacional gracias a su buena percha, unas piernas eternas y sus inseparables tacones -cualquiera puede comprobar en internet las miradas de Berlusconi a su retaguardia durante una cumbre europea-, está muy lejos de la imagen de jefe de gobierno a la que estamos acostumbrados. Y no solo por su aspecto -que también-, sino porque su vida está sembrada de acontecimientos que la colocan a años luz de colegas como la alemana Angela Merkel o la letona Laimdota Straujuma.

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Nadie olvida en Dinamarca la fotografía de Helle Thorning-Schmidt subiéndose a un avión militar con destino a Libia, ataviada con una chaqueta de camuflaje, unos stilettos de vértigo y un increíble bolso rojo firmado -¿cómo no?- por Gucci, mientras los periódicos titulaban: "Helle marcha a la guerra con su bolso". De todas formas, por más que sus detractores insistan en que su atractivo ha sido su mejor -y única- baza política, la primera ministra, que desde que llegó al Gobierno se ha volcado en potenciar las políticas de sanidad, seguridad e igualdad de género, ha demostrado también ser una fantástica fajadora.

Casada con Stephen Kinnock, hijo del mítico exlíder del Partido Laborista Británico Neil Kinnock, director del Foro Económico Mundial hasta 2012 y actual candidato al Parlamento británico por Aberavon, su matrimonio lleva años cuestionado. No solo porque hubo un tiempo en el que la prensa especulaba con la posibilidad de que Stephen fuera gay -"es grotesco y doloroso oír hablar así de nosotros", dijo cuando la campaña estaba desbocada-, sino porque, mientras él dirigía el Foro y residía en Davos (Suiza), aprovechó para deducir impuestos de la hipoteca de su casa de Copenhague alegando que estaba casada con un no residente. Aquello le provocó más de un dolor de cabeza. Descubierta la maniobra, cuando quiso arreglar el desaguisado y compartir con su marido la titularidad de la vivienda, se vio obligada a reconocer que había cometido "errores contables" en su declaración de la renta y echó el resto para acallar los rumores sobre su matrimonio. Contra todo pronóstico, lo consiguió.

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Borgen, su álter ego

Hellen y Stephen se conocieron muy jóvenes. El destino -y su interés por los temas de la UE- la llevó a la Universidad de Brujas (Bélgica) en 1992 después de graduarse en ciencias políticas en Copenhague. "Era una universidad dedicada al estudio de los asuntos europeos. Ese año cambió mi vida. Hice nuevos amigos y me uní a los socialistas. Pero lo mejor de todo fue que Stephen y yo nos conocimos. Llevamos 20 años juntos y tenemos una familia muy unida con dos hijas maravillosas, Johanna y Camilla", contó en plena campaña la primera ministra, que en aquella época acabó por liderar la pequeña secretaría de los socialdemócratas en el Parlamento Europeo. A finales de los 90, la familia se mudó a Dinamarca arrastrada por un contrato de trabajo en una consultora internacional, hasta que en 1999 fue elegida parlamentaria y regresó a Bruselas.

Gucci Helle ha explicado que fue la preocupación por su país la que la convirtió en 2005 en presidenta de los socialdemócratas, una carrera política que seis años después la llevaron ante la reina Margarita a jurar su cargo como primera ministra.

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Nadie en Dinamarca cuestiona que su trayectoria está llena de singularidades. Cuando Hellen llegó a lo más alto, hacía un año del estreno de Borgen, una serie de televisión que desvela las interioridades de la política a través de su protagonista, Birgitte Nyborg. Borgen, el término coloquial con el que se conoce al Palacio de Christiansborg, sede de los tres poderes del Estado y oficina del primer ministro de uno de los países más transparentes, igualitarios, verdes y democráticos del mundo, describe una trayectoria tan similar a la de Throning-Schmidt que el 83% de los daneses la consideran su álter ego. La propia Hellen se ha comparado con el personaje de televisión en varias ocasiones y aseguran que, cuando se emite la serie, los mensajes bloquean su teléfono.

Hace una década, cuando comenzó a vislumbrar la posibilidad de hacer carrera, Hellen decidió subastar su mítico Gucci, el que le valió el mote de Gucci Helle, y ofrecer las ganancias a varias organizaciones de caridad. Todos alabaron su sentido del humor, pero la presidenta no logró zafarse del apodo que, irremediablemente, la acompañará siempre. Al fin y al cabo, le quedan muchos más.

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