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j. valera
Miércoles, 25 de febrero 2015, 12:29
Llegaron hace más de tres décadas para abrir unos restaurantes muy raros, con mucho color rojo, mucho dibujo y unos palillos extraños para comer. Ni qué decir que la comida parecía de otro planeta. El arroz no era paella ni a la cubana; metían verduras y carne en unas empanadillas alargadas que luego se descubrió que se llamaban rollitos y la carne la mezclaban con picantes y limones. Una extravagancia culinaria que ahora nos parece lo más normal del mundo. Estos chinos fueron unos pioneros. Ahora, 185.250 los ciudadanos de este país viven legalmente en España (95.490 son hombres y 89.760 son mujeres), según los datos del padrón del Instituto Nacional de Estadística.
Hace unos días celebraron su Año Nuevo. Han dejado al Caballo para inaugurar el de la Cabra, el octavo animal del horóscopo y que representa la creatividad, la inteligencia, la calma y la serenidad. Una fiesta que se ha vivido en todo lugar del planeta donde haya una colonia china con mucha pirotecnia para espantar a los malos espíritus.
En Pekín, por ejemplo, se les fue la mano. A los habitantes de la capital china, más de 12 millones, les gustó tanto los petardos, cohetes y demás parafernalia que dispararon el índice de contaminación. La concentración de partículas PM 2,5 se multiplicó por 25 en apenas siete horas. De los 16 microgramos (una polución normal para los estándares pequineses) se pasó a los 407 microgramos por metro cúbico. Para hacerse una idea, la Organización Mundial de la Salud coloca el umbral de la salubridad en 25 microgramos por metro cúbico solo en un día. Los petardos sustituyeron a las fábricas.
En España, la celebración fue utilizada por el colectivo chino para reivindicarse y eliminar algunos sambenitos. Algunos de estos mitos hablan de carne de perro o de gato en los menús de restaurantes chinos; contratación de niños y escolares para cazar insectos y tener material para los restaurantes; los rumores sobre mafias o triadas que controlan los establecimientos; los Bonsai Kitten (gatos en el interior de botellas como mascotas para los más pequeños); la ausencia de chinos enterrados en España porque prefieren ser incinerados y enviados a su país. "El desconocimiento de la cultura china y el hermetismo que rodea a este colectivo explican el fenómeno de estas leyendas urbanas", señala Francisco Canals, periodista especializado en la comunidad china.
En la actualidad hay toda una generación de chinos de segunda generación (hijos nacidos en España) que son "abogados, economistas, consultores, comerciantes, emprendedores... personas formadas, muchos de ellos han pasado por la universidad y ejercen en muy variadas profesiones", apunta Canals.
El colectivo chino destaca por "su peculiar sistema de marketing colaborativo", ya que son poco amigos de los bancos y se prestan el dinero entre ellos, utilizando la economía colaborativa para abrir negocios y reformarlos en un tiempo récord sin avales ni créditos bancarios.
De hecho, el perfil del chino en España indica que se trata de un emprendedor de entre 30 y 45 años de edad que estudia o regenta su propio negocio. "Los chinos son discretos, silenciosos y trabajadores, además de buenos estudiantes", señala Casals.
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