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A Mayweather le encanta publicar fotos suyas rodeado de fajos y más fajos de billetes.
El gran golpe

El gran golpe

El combate de boxeo entre Mayweather y Pacquiao batirá todos los récords: entradas de 3.000 a 20.000 euros, una bolsa de 220 millones y 17.000 VIPS entre el público. La cita, el 2 de mayo en Las Vegas

fernando miñana

Miércoles, 4 de marzo 2015, 13:04

El combate del siglo ha llegado seis años tarde, pero viendo las cifras mareantes que lo adornan parece que no demasiado tarde. El Mayweather-Pacquiao -en ese orden, como exigió el estadounidense en la última de las tensas negociaciones que han mantenido durante este lustro-, que se disputará el 2 de mayo en Las Vegas, destrozará todos los récords con la fuerza de un gancho. La bolsa -el 60% para Mayweather y el 40% para Pacquiao- alcanza los 250 millones de dólares (más de 220 millones de euros), se calcula que se superarán los tres millones de compras de pay-per-view y las entradas oscilan entre los 3.650 dólares, las más baratas, y los 22.800, unos precios inauditos, que no se encuentran ni rebuscando en la final de la Copa del Mundo de fútbol de Brasil (6.000 dólares), el All-Star de la NBA (10.500) o la Super Bowl (12.000). 17.000 privilegiados, entre ellos actores, celebrities, altos ejecutivos, empresarios... el mundo VIP de Estados Unidos, asistirán a la velada.

¿A qué se debe esta locura de precios? A dos motivos. El primero, el encuentro en el ring del número 1 y el número 2 del boxeo actual. Y segundo, porque llevan cinco o seis años intentando ponerse de acuerdo para cruzar sus guantes y no había manera. Al final ha florecido la pelea de los récords cuando Floyd Mayweather (Gran Rapids, Michigan, 1977) tiene ya 38 años y Manny Pacquiao (General Santos, Filipinas, 1978), 36. Ambos acumulan hitos para merecer un hueco entre las leyendas de las 16 cuerdas. Floyd Mayweather, la clase hecha púgil, sigue inmaculado, sin una derrota en 47 combates, a dos del mítico Rocky Marciano, el único que se retiró invicto tras 49 victorias, incluido un KO ante su ídolo Joe Louis. Pacquiao, 54 victorias y cinco derrotas, ostenta otro récord: es el único boxeador de la historia que ha logrado ocho títulos en ocho pesos diferentes: desde mosca (51 kilos) hasta la categoría superwélter (70), 19 kilos de diferencia que hicieron crecer la sospecha del uso de anabolizantes. De ahí, el intento de Mayweather de imponer controles de sangre y orina antes y después del combate.

Sus vidas no tienen nada que ver. Al norteamiercano le llaman Money Mayweather porque adora el dinero por encima de todas las cosas. Su cuenta de Instagram está atiborrada de fotos en las que aparece rodeado de fajos de billetes. O mostrando parte de su deslumbrante colección de coches a los pies de su jet. O enseñando su casa, donde el vestidor (200 metros cuadrados repletos de lujo) es más grande que el apartamento de la mayoría de los mortales.

Pacquiao se lo toma a guasa y responde a su ostentación con una foto calentándose delante de unos leños y una sencilla fogata. Pero, ojo, si Mayweather es un ídolo de masas en Estados Unidos, el filipino es algo así como una deidad en su país. Le adoran no solo por ser un campeón -en Filipinas hay una buena tradición en el boxeo con púgiles como Pancho Villa, el primer campeón mundial filipino, Flash Elorde, Ceferino García, Luisito Espinosa- sino por su historia de superación. Sus orígenes son mucho más que humildes. En casa de los Pacquiao muchos días no se comía porque no había nada que echarse a la boca. "Todo lo que recuerdo es que éramos muy pobres. El tejado y las paredes de nuestra casa estaban hechos de hojas de cocotero", explica Pacquiao en el documental titulado Manny.

Se fugó de casa

Pac Man heredó de su madre la capacidad de lucha y su fervor religioso -despertaba a los niños al alba para rezar el rosario-. Siendo un niño intentó llevar algo de alimento a casa prestándose a ayudar a los pescadores o poniéndose a vender donuts en la calle. La familia dejó la cabaña que tenía en lo alto de una montaña después de que Manny, con cinco años, viera cómo el ejército decapitaba a unos rebeldes delante suyo.

A los 12 años se interesó por el boxeo y su tío Sardo le entrenaba con unos guantes muy rudimentarios que aún conserva como una pieza de museo. Un domingo le apuntó a una pelea y ganó. Aquello le gustó: por cada triunfo recibía 100 pesos (1,7 euros). No se le daba mal y aunque estaba enclenque se impuso en el Mindanao Open tras ganar cinco peleas en una semana. Aquellas victorias le animaron a tomar una decisión que cambiaría su vida. Un día, con 13 años, se marchó a Manila. Después de un largo viaje de tres días en barco sin nada que comer ni beber llegó a la gran ciudad y mandó una carta a su madre para tranquilizarla. "Si te lo hubiera dicho antes, no me hubieras dejado", le explicó. Allí no tenía ni donde dormir, así que soñaba tumbado sobre la lona del ring.

Manny era un niño desnutrido, pero se le daban bien los guantes. A los 16 años tuvo que mentir sobre su edad porque le faltaban dos para poder contar con la licencia profesional. Además era una pulga de 44 kilos y el peso mínimo era 49, así que se escondió objetos pesados en los bolsillos para salvar el escollo.

Pacquiao arrollaba a todos en el ring. Llegó un día en el que aquel torbellino se quedó sin rivales y entonces decidió que era el momento de probar suerte en Estados Unidos. Voló hasta Los Ángeles y se puso en manos de Freddie Roach, el entrenador con Parkinson de tanto golpe recibido en su etapa pugilística que ha encumbrado a Pacquiao. En la cresta de la ola llegó a perder el norte: juego, mujeres, alcohol... Hasta que una noche tuvo una revelación: creyó ver a Dios decirle que le había perdido. Al día siguiente se acabaron las infidelidades y la mala vida.

Mayweather no tiene estos problemas morales y va por la vida alardeando de su riqueza. Es el deportista que más gana en el mundo, con la desventaja de no oler ni un patrocinador desde que ingresó en prisión por maltratar a su pareja. Fue condenado a tres meses, pero salió al cumplir los dos primeros por buen comportamiento. Y Money no tiene problema en exhibir su fortuna porque siente que se prepara muy duro para ganar los 105 millones que se llevó, sin ir más lejos, el año pasado.

Por eso no le duele gastarse 7.000 dólares al año en ropa interior -cada mañana tira a la basura los calzoncillos del día anterior-. O dejarse las zapatillas en los hoteles para que se las queden los empleados. Siempre viaja rodeado del The Money Team, que es el nombre de su marca de ropa, varios armarios y un chico con un bolso de Gucci o una maleta blindada con un millón de dólares en el interior por si el campeón tiene un antojo.

Sus fiestas son tan famosas como sus propinas, o sus apuestas literalmente millonarias, pero cuando hay un combate en el horizonte se transforma en un obseso de la preparación. La clase le viene de serie. "Aprendí a boxear antes que a andar", presume. Y nadie se defiende como él. Nadie. De ahí que no tenga miedo a ponerse delante de un ventilador como Pacquiao, un vendaval de golpes.

Hijo y sobrino de boxeadores, Floyd no traga al representante de Pacquiao, el todopoderoso Bob Arum -un octogenario que ha heredado el poder de Don King en el boxeo-, con quien nunca se ponía de acuerdo en estos seis años de negociación. Pero Mayweather sabía que, aunque mejorara el récord de Rocky Marciano, si no afrontaba esta pelea, toda la vida le perseguiría la acusación de que no se atrevió a pegarse con Pacquiao.

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