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Ibarrola ante una de las enorme esculturas metálicas que se levantan en el jardín de su casa.

«Me abrazo a mis árboles»

El artista se queja de sus achaques, recuerda que una de sus obras hechas en la cárcel llegó hasta el Papa Pablo VI y pide tiempo para seguir creando

césar coca

Viernes, 8 de mayo 2015, 20:05

Agustín Ibarrola (Ariz, 1930) trabajó en el campo cultivando la huerta y cuidando animales, fue pinche en una fábrica de zapatillas en Bilbao y pintor de brocha gorda en París, descargó camiones de vacuno en un mercado de la capital francesa, militó en el Partido Comunista y estuvo tres veces en la cárcel, vio cómo unos guardias civiles quemaban su caserío y llevó escolta por las amenazas de ETA. Este artista ha dado color a montes y escolleras, ha convertido viejas traviesas de vía férrea en iconos y uno de sus trabajos, sacado clandestinamente de la cárcel, llegó hasta el Papa Pablo VI como obsequio por su trabajo por la reconciliación en España. Ahora, cuando pasea por el bosque de Oma se abraza a sus árboles y sus piedras y pinta bocas con sonrisa en las grietas de la roca. Sentado en su caserío, sin la txapela que está unida a su imagen pública de forma irremediable, Ibarrola cuenta su vida, se detiene en el relato de algunos achaques de salud y pide tiempo para poder desarrollar algunos grandes proyectos que tiene en la cabeza.

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- En su familia no hay antecedentes artísticos. ¿A qué se dedicaban?

- Vivíamos en una zona de caseríos, pero mi familia residía en una casa que en realidad eran cuatro pisos. Estaba próxima a las industrias de Basauri y la gente trabajaba en las fábricas. Mi padre era obrero metalúrgico de La Basconia. Doblaba chapas en una fragua, en un equipo de unos veinte trabajadores. Murió de enfermedad, sin haber llegado a la edad de la jubilación. Mi madre era ama de casa.

- Usted empezó a trabajar muy pronto, con once años.

- Eran tiempos muy difíciles, en plena postguerra, y mi padre estaba castigado en un batallón de trabajo por haber participado en la Guerra Civil en el bando republicano. Mi madre vendía el azúcar y el aceite del racionamiento para conseguir a cambio harina. Yo era el mayor de los tres hermanos y la acompañaba cuando iba a vender. Un día me quedé a trabajar en un caserío porque así era una boca menos en casa.

- ¿Y qué hacía allí?

- En el caserío vivían dos mujeres. Una era muy mayor, había llegado de Bilbao y no sabía nada del campo. La joven sí sabía trabajar, y además era exigente. Hice de todo allí, las tareas propias de un caserío, con la huerta, los animales. Estuve hasta los 14 años. Luego entré en la fábrica de Cotorruelo, que hacían zapatos y zapatillas. Fui pinche.

- ¿Cómo surgió lo de empezar a pintar?

- Cuando estaba en el caserío, los domingos no trabajaba y aprovechaba para salir a andar por el monte. Descubrí unas paredes de roca y dibujaba en ellas con ladrillos.

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- ¿Qué dibujaba?

- Lo que veía: animales, árboles, hasta algún avión. Supongo que necesitaba comunicarme de alguna manera, porque con las dos mujeres del caserío apenas hablaba. También era una forma de relacionarme con la naturaleza y sus formas. Empezaba por bañarme en el río y seguía con el dibujo.

- ¿Cómo consiguió que le organizaran una exposición cuando solo tenía 18 años?

- Tuve una gran ventaja: un pariente de uno de mis tíos había sido pintor de vanguardia antes de la Guerra Civil aunque luego nadie le hacía caso. Me pusieron en contacto con él, y me llevó al museo de Bellas Artes de Bilbao para ver lo más moderno que tenían: Vázquez Díaz y algunos más. Me explicaba qué eran las vanguardias, me enseñaba revistas...

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- ¿Y la exposición?

- Por esos años, se abrió una sala llamada Studio, que había patrocinado gente rica que entendía de arte. Empecé a ir por allí y un día les dije que quería exponer. Durante un tiempo no me hicieron caso. Supongo que me veían con la txapela y les parecería un aldeano. Hasta que un día, tanto insistí que me dijeron que les llevara algunas obras. Entonces, tuve que explicarles que eran muy grandes y no podía trasladarlas hasta la sala, así que deberían ir ellos al caserío donde vivíamos. Allí tenía piedras de canto rodado, troncos, cuadros... Y enseguida me hicieron una exposición.

Aprendizaje y política

A los promotores de Studio les debe Ibarrola también su formación junto a Vázquez Díaz, algo de mucha relevancia por cuanto al no tener estudios no había sido admitido en la Escuela de Bellas Artes. Ellos hablaron con Joaquín Zuazagoitia, entonces alcalde de Bilbao -con anterioridad había ejercido de periodista, crítico de arte y director de El Correo- para que le consiguiera una beca para poder trasladarse a Madrid. "Vázquez Díaz me decía que iba a intentar que no me pareciera a él. Estuve un año y cuando se me acabó el dinero me propuso ponerme a trabajar para poder seguir algo más en su taller". Su siguiente etapa formativa fue en París. Pero para entonces, Ibarrola ya se había casado y era padre de un niño de apenas unos meses.

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- Fui haciendo autostop, con un suizo que se manejaba muy bien. Por la noche, dormíamos en albergues. No me acuerdo de cuántos días tardamos en llegar pero debieron de ser bastantes, porque cuando entramos en París había aprendido a decir unas cuantas cosas en francés.

- ¿Por qué se fue a París?

- Mi mujer y yo conocimos en Formentera a un escultor que vivía allí, de manera que cuando llegué me fui directamente a su casa.

- ¿Y qué hacía en Formentera?

- Estuvimos varios meses, de recién casados. Hice varios trabajos, vivíamos casi de lo que recolectábamos en el campo... Los viernes hacíamos una cena un grupo de artistas: pintores, una bailarina, el escultor del que le hablaba. Todos sin un real.

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- ¿De qué vivió mientras estuvo en París?

- El escultor me puso en contacto con un catalán que era pintor de brocha gorda y tenía una pequeña brigada de artistas que se ganaban la vida así, con él. Fue lo primero que hice. Luego, recogí periódicos y libros por las casas para una organización estudiantil que obtenía ingresos con su venta. Unos amigos me dijeron que, cuando tuviera necesidad de dinero, me fuera a un gran mercado que había detrás del Ayuntamiento.

- ¿Para qué?

- Me explicaron cómo funcionaba: te ponías allí de brazos cruzados, sin decir ni palabra. Cuando llegaba un camión cargado de vacas abiertas en canal, te colocaban una pieza encima, te daban un papel con el número de puesto en el que tenías que entregarla, y ya está. Volvías y hasta que te daban otra pieza.

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- ¿Comenzó a adquirir conciencia política en París?

- Claro, fue el resultado de ver un país en el que había libertad para leer a autores clásicos de la izquierda, había sindicatos... A veces, cuando tenía hambre, me iba al comedor de la Universidad porque allí los estudiantes podían llevar a sus amigos, y aprovechaba para hablar con jóvenes comunistas.

- ¿Fue allí donde ingresó en el PCE?

- No. Allí tenía mucha relación de amistad y tertulia con militantes destacados pero ingresé en el partido al regresar a España. En París me relacioné con Fernando Claudín y Jorge Semprún. En mi casa estuvo también una temporada Blas de Otero. Acababa de regresar de sus viajes por China y la URSS y tenía miedo de volver a España.

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- En 1962 fue encarcelado por pertenecer al PCE y, según la versión oficial, por golpear a un policía. ¿Qué sucedió?

- No fue así, claro. Mi hermano pequeño era un sindicalista importante y había empezado a trabajar para conseguir que hubiera representación en las empresas. Un día convocaron una manifestación en Bilbao frente al edificio del sindicato vertical. Yo estaba esperándolo para coger el autobús. La manifestación ya había terminado pero los policías nos tiraron al suelo, nos golpearon y dieron la sensación de que se había formado un tumulto para poder detenernos.

Obras entre rejas

Su paso por la cárcel de Burgos fue muy fructífero, en lo artístico y también en lo humano, por extraño que parezca. "Éramos considerados de manera diferente a los presos comunes. Lo viví todo con mucha intensidad", recuerda. "Era gente muy disciplinada, que hacía tertulias culturales a las que acudían incluso de forma discreta algunos funcionarios". Y trabajó. Muchísimo. Lo dice en el estudio donde se acumulan sus trabajos, algunos ya terminados, otros a medio hacer. Por la ventana se ve un auténtico parque de esculturas que se levanta en lo que en otro tiempo fue la huerta de su caserío. Hay un pasillo de hierba segada. Lo hizo el propio Ibarrola el día antes y le ha costado una reprimenda de su médico, que le ha prohibido cualquier trabajo físico.

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- ¿Qué materiales usaba en la cárcel para trabajar?

- Algunas obras las hice con miga de pan y los hilillos de la manta. Otras, con una pieza de seda de varios metros. Esas piezas eran para regalar a personas que habían sido franquistas pero estaban trabajando para facilitar la reconciliación nacional de la que había hablado el PCE poco antes. Le hablo de Castiella, que había sido ministro, y el obispo Tarancón y otros. También para enviar a los Papas. Esos regalos los hacía el partido en nombre de los presos de Burgos y otras cárceles.

- ¿Cómo sacaban las obras de la prisión?

- Nunca lo supe. Había una especie de equipo de seguridad que guardaba todo en cuanto se daban cuenta de que iba a haber un registro. Pero no sé cómo las sacaban de allí.

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- Después de aquello volvió a la cárcel, pero a la de Basauri.

- Sí, en Basauri estuve dos veces. En Burgos, una, y anteriormente, un tiempo en Carabanchel, hasta el juicio. Mientras yo estaba preso, a mi mujer a veces la invitaban a grandes encuentros internacionales por la paz. Era muy difícil para ella, pero lo hacía por facilitar la llegada de una España democrática y una transición pacífica (su esposa muestra con orgullo en ese momento una fotografía tomada en uno de esos viajes. En ella aparece junto a la cosmonauta soviética Valentina Tereshkova). Uno de los que iban en aquellas delegaciones, porque también estaba en las reuniones de aproximación con la oposición, era Martín Villa.

- En las elecciones de 1977, fue en la lista del PCE, aunque en un puesto no relevante. ¿Le habría gustado figurar más arriba, incluso haber sido elegido y estar en esas Cortes constituyentes?

- No concedí ninguna importancia a esa presencia en las listas. Lo hice por favorecer al partido. ¿Ilusión? No, ninguna. Mi vida estaba en función de la creatividad. Para entonces ya había tenido discusiones con gente que creía que mi pintura era militante. No era así, yo no seguía consignas de nadie en el trabajo. Es más, para entonces ya pensaba que Stalin se había cargado a los mejores artistas de su tiempo. Fui y soy muy crítico con el PCUS, que hizo mucho daño a la creatividad. Stalin era una especie de cura comunista.

- ¿Qué reformas habría impulsado, de haber sido elegido?

- Las que hubiera propuesto el PCE. Buena parte del mundo intelectual de entonces era del partido. No todos, claro, pero sí muchos.

Sueños y tendencias

Agustín Ibarrola se trasladó a vivir al caserío que ahora ocupa, en un valle bastante alejado del tráfico y de núcleos de población importantes, en plena Transición. No lejos de allí está el bosque de Oma (Kortezubi), donde realizó una intervención que ha terminado por convertirse en un atractivo turístico de la zona y en una de sus obras más conocidas. Eso no ha evitado que haya sido objeto de ataques: algunos árboles fueron talados; la pintura de otros, borrada. "Para hacer eso es preciso que intervenga mucha gente. Lo hacían de noche, pero de día marcaban el bosque para poder moverse. Una actuación muy planificada", se lamenta, mientras recorre lo que él llama su laboratorio, una dependencia iluminada por la luz que entra directamente por unas claraboyas. Una actuación planificada y un daño grande a sus queridos árboles.

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- Yo me abrazo a mis árboles y a mis piedras cuando voy por el bosque. Y si veo una grieta en la roca, le pongo una boca, con sus labios, y me sonríe.

- ¿Qué sueños artísticos no ha cumplido aún? ¿Exponer en qué sala, estar presente en qué museo o que le haga algún encargo qué institución o mecenas?

- Mi obra es muy extensa y está hecha en materiales muy diversos y en tamaños muy distintos. A estas alturas, lo de exponer me importa menos. Lo que quiero es seguir trabajando, poder tener la vida que me proporciona la creatividad, disfrutar haciendo bocetos... Me interesan más las grandes tendencias que los grandes artistas. En el momento en que uno se copia mucho a sí mismo, es que está muerto. Y en cuanto a encargos, hay muchas instituciones que nunca me han encargado nada.

- ¿Y sueños personales?

- Solo quiero conocer cosas que me den motivos para avanzar, aunque sean senderitos. Luego, esos caminos estrechos pueden convertirse en autopistas si les añades la suficiente creatividad.

- ¿Cómo le gustaría ser recordado?

- No me importa cómo. Ni siquiera me importa ser recordado. A veces, a los grandes creadores se les recuerda por las cosas más nimias.

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