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Fidel Castro charla con François Hollande, durante la visita de la pasada semana.

El descanso de Fidel

Enganchado al mundo por Internet, Castro ha vuelto a trabajar en su biografía sin dejar de revisar cada línea que se escribe sobre Obama

irma cuesta

Martes, 19 de mayo 2015, 21:00

Gabriel García Márquez, amigo íntimo del comandante, contó en una ocasión que Fidel Castro (Cuba, 13 de agosto de 1926) cocinaba imbuido por una suerte de fervor científico. Según Gabo, temía tanto a la derrota que, aún en los actos nimios de la vida cotidiana, no se permitía un minuto de sosiego hasta que lograba invertir los términos y obtenía la victoria, en este caso sobre la receta. Lo cierto es que no hacía falta estar tan cerca del comandante para saber que al líder de la revolución nunca le gustó perder. A punto de cumplir 89, Fidel vive su retiro dorado manteniendo intacta su increíble habilidad para parecer invencible.

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Hay quien dice que es precisamente la memoria la que ha mantenido vivo tantos años a ese hombre alto y fuerte, blanco en canas -que dicen los cubanos-, que hoy reparte el tiempo a su antojo entre la familia, sus escritos y sus libros, rodeado de un nutrido grupo de guardaespaldas que velan porque nada enturbie el descanso del guerrillero.

Fidel, que aparcó en 2006 la guerrera de comandante en jefe obligado por una crisis intestinal que a punto estuvo de matarlo, dedica sus días a sembrar el mundo con sus reflexiones sobre los grandes males de la humanidad, el vete y ven del precio de los alimentos y el desarrollo agropecuario, mientras vigila desde su nueva atalaya el camino hacia la liberalización por el que, con su permiso, transita hoy su hermano Raúl.

El soldado de ideas, como a él le gusta que le llamen, vive alejado del Palacio de la Revolución en una casa de dos plantas con cuatro dormitorios, un salón grande y luminoso, y un porche orientado a un jardín en el que una pequeña piscina y un diminuto estanque son todos los lujos. La verdad es que en esa zona que los responsables de su seguridad llaman Punto cero, como si de allí partiera la historia o como un sentido homenaje a Albert Einstein -quién lo sabe-, nada es demasiado lujoso.

Hace poco más de medio siglo que en ese lugar, llamado Jamainitas, se levantaba el aristocrático Havana Biltmore Yacht and Country Club. Para desdicha de quienes pasaron muchas noches con una copa de ron en la mano, asomados a sus ventanas y contemplando el campo de golf, hoy quedan las casas de la familia del expresidente, una guarnición militar y una pequeña granja en la que afanados seguidores del régimen cultivan con esmero las lechugas y los tomates que se comerá el comandante. La cosa no tendría nada de malo si no fuera porque, cincuenta años después de proclamarse la revolución, a los cubanos, que siguen haciendo cola para comprar el pan y utilizando libretas de abastecimiento, hace tiempo que les trae al pairo el desmesurado interés de su mentor por la comida ecológica.

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En cualquier caso, aunque siempre hay quien asegure que es mucho más que rico -Forbes llegó a estimar su fortuna en 900 millones de dólares, lo que provocó su cólera-, la casa del exmandatario no tiene nada de particular. Salvo los recuerdos. Probablemente porque en 88 años uno tiene la oportunidad de hacerse con un carro de reliquias, Punto cero está atiborrada de esculturas de madera, dibujos, cuadros, libros y revistas que, entre sillones de bambú, llenan las estancias y arropan al inquilino.

Donde hoy tiene su cuartel general, Castro se desayuna centenares de páginas, previamente seleccionadas por temas. Una especie de dossier de prensa que incluye noticias sobre todo aquello que, como la producción de alimentos, le interesan.

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Paseos por el jardín

El hombre que dice haber sido capaz de sobrevivir a nada menos que 640 intentos de asesinato -según él, en su mayoría planeados por la CIA- pasa los días acompañado por su mujer, Dalia Soto del Valle, sus hijos y sus nietos, releyendo las biografías de Carlomagno, Lenin y Napoleón, Don Quijote de la Mancha y Guerra y paz, "una de las más fabulosas obras literarias que se hayan escrito nunca". Lector compulsivo, ahora también está enganchado a internet: ha confesado que navegó por primera vez en la red a las cuatro y media de la tarde del 23 de mayo de 2001, "día en que vi la primera luz en el túnel del analfabetismo de la computación". Un túnel controlado y censurado por el Gobierno, tan caro que resulta imposible para gran parte de la población, pero que a él le mantiene al tanto de lo que pasa en el mundo.

Eso sí, hace tiempo que no está para muchas juergas, de modo que quien fue uno de los mejores pitchers de su generación casi no recuerda la última vez que se metió en el mar armado con su fusil, dispuesto a surcar las profundidades del Caribe. La pesca submarina -"una de las más fabulosas formas de distracción"- ha dejado paso al estudio, la escritura a mano y la lectura, que interrumpe solo para dar algún paseo por el jardín ayudado por su bastón.

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Para alguien acostumbrado a derribar un plato de perfil desde 600 metros -eso sí, con mira telescópica- no debe ser fácil acostumbrarse a tanto sosiego; pero lo cierto es que nadie, ni dentro ni fuera de la isla, se le ocurre poner en duda que Castro sigue haciendo y diciendo lo que viene en gana.

Contra Israel

Hace solo unos días que regaló al mundo sus reflexiones sobre los soviéticos que murieron en la II Guerra Mundial: lo hicieron "por el derecho a pensar y a ser socialistas, maxistas-leninistas y comunistas". Y poco más desde que dirigió unas cuantas andanadas al Gobierno israelí: "¿Por qué cree el Gobierno de ese país (Israel) que el mundo será insensible a este macabro genocidio que hoy se está cometiendo contra el pueblo palestino?". Y es que Fidel, que sigue emocionando a los suyos con la misma intensidad con la que enfurece a sus enemigos, no está, ni mucho menos, fuera de combate. Desde que aparcó su uniforme verde olivo para encabezar la legión de los adeptos al chándal -sin duda mucho más cómodo y abrigadito-, aparece de vez en cuando visitando una granja o una cooperativa de arte, reuniéndose con espías excarcelados o recibiendo en el porche de casa a egregios mandatarios. François Hollande, al que en más de una hora de conversación demostró su enorme interés por la Revolución Francesa, acaba de ser testigo de todo ello.

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Muertos sus mejores amigos, aquellos que como Chávez o García Márquez le visitaban periódicamente, se muestra al mundo cuando le conviene para recordar que, por mucho que cueste creerlo, sigue vivo.

Quizá porque la vejez le vuelve a uno más selecto, Fidel elige a sus invitados con esmero y sigue desplegando sus controvertidos encantos cuando le cuadra. De otro modo, no se explicaría que el mismísimo Oliver Stone fuera capaz de rodar su película sobre el líder revolucionario una semana después de que Cuba ejecutara a tres ciudadanos que pretendían huir de la dictadura, por más que justificara las condenas a muerte por "la situación de guerra con Estados Unidos que vive la isla".

Cuentan que el comandante, que de vez en cuando sigue entrando en la cocina para preparar unos buenos garbanzos o una langosta a la piedra, trabaja estos días de nuevo en su biografía sin dejar de revisar cada línea que se escribe sobre Obama. Él, que ha visto pasar a diez presidentes norteamericanos, siente un enorme interés por el que, casi sesenta años después de que ambos países se declararan la guerra, parece dispuesto a abrirle la puerta.

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A estas alturas, ni siquiera los que más le odian son capaces de discutir que el viejo es candela.

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