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rafael mañueco
Martes, 9 de junio 2015, 21:17
A sus 41 años, Uliana Lopátkina, es hoy la encarnación del ballet clásico en su forma más pura. Es la transmisora más fiel de la tradiciones academicistas de la danza en la Rusia zarista, que, sorprendentemente, se mantuvieron durante toda la época soviética y constituyen la esencia del ballet clásico en la Rusia actual. Sobre todo en el Teatro Mariinski de San Petersburgo, en donde Lopátkina es la primera bailarina.
A esta pelirroja de cara aniñada se la considera la máxima diva del ballet clásico mundial, pero a diferencia de otras grandes estrellas del ballet ruso, Lopátkina es todo modestia y timidez. Para ella, la disciplina, el tesón y saber soportar el sufrimiento de horas y horas de preparación y ensayos son los elementos insustituibles para forjar a una bailarina. En la cima de su carrera y en plena madurez profesional, esta virtuosa nacida en Crimea, aunque rusa por los cuatros costados, es reverenciada en su país y en el resto del mundo.
Como cualquier otra niña en la época soviética, Lopátkina empezó en el colegio a aprender ballet. Tuvo que dejar su casa, su familia y Kerch (Crimea), su ciudad natal. La trasladaron a San Petersburgo, nada menos que a la escuela Vagánova.
Durante años no conoció otra cosa que el trabajo y el sacrificio para moldear su cuerpo, para transformarse en una artista de ballet. Todo iba bien, pero Lopátkina empezó a dejar de ser una niña. Su transformación en mujer modificó su estatura hasta alcanzar 1,75, demasiado alta para una bailarina. Sus piernas, brazos y manos se alargaron. El primer problema que surgió fue encontrar para ella pareja de baile. Sus compañeros, de complexión más débil, apenas podían levantarla en vilo y parecían niños junto a ella. Al final, tuvieron que admitir en la escuela bailarines más corpulentos.
En 1991 finalizó sus estudios en la escuela Vagánova y fue admitida en el colectivo del Teatro Mariinski. Bastaron cuatro años para convertirse en la primera bailarina. Desde entonces está completamente imbuida en el mundo «romántico» del ballet, como ella lo denomina, un mundo irreal, mágico. Sin dejar de ser la primera bailarina del Mariinski, fue nombrada directora artística de la escuela Vagánova hace dos años. El enorme hueco dejado por Plisétskaya, fallecida el mes pasado, lo ocupa ahora Lopátkina.
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