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Sábado, 13 de junio 2015, 00:33
De l'estoreta velleta que pedían los niños casa por casa, a la profesionalización de los artistas falleros, que ahora aplican tecnologías láser para conseguir grandes volúmenes, hay un mundo. Aunque las fallas siguen manteniendo un esqueleto de madera, recordando la filosofía de los muebles viejos, los materiales que se han incluido y la proyección que han alcanzado los artesanos hacen que haya un antes y un después en las Fallas.
«Los ninots que ya llevaban las manos y cara de cera ya suponían la presencia de artistas, artesanos o personas con oficio detrás. Ya no era sólo cosa de vecinos», explica Javier Mozas, historiador que junto con Josep Lluis Marín, han diseñado la charla 'Un passeig per les Falles del segle XIX'.
Desde el momento en que la balanza de las fallas se inclinan más por el valor artístico que por el satírico, los falleros empezaron a buscar las mejores estéticas y ya no son los vecinos los que, por lo general, se encargan de construir las fallas, buscan manos expertas. Este nivel de competitividad y de belleza artística sirve de embrión para gestar la profesión de artista fallero, ya que escultores, pintores y carpinteros acabarán dedicándose a hacer fallas.
«Los falleros se especializan en la organización de la fiesta y los actos y contratan a artistas o artesanos para construir la falla. Entran pintores, escultores y artistas de la época», añade Mozas.
Hay casos de pintores muy famosos de la época que también se atrevieron con las fallas. Un caso, por ejemplo, fue el pintor Antonio Cortina. En 1863 hizo tres fallas, entre ellas una de la calle Alta. En el año 1880, por ejemplo, plantó una en el la plaza del Tossal.
En los bocetos en muchos casos no figuraba el nombre del autor, pero se conocen otros nombres como Carlos Cortina. Aunque aprendió el oficio de carpintero en el taller de su padre y realizó obras de envergadura como el pabellón flotante del balneario de las Arenas o un pabellón de la Feria de Julio, también supo dejar huella en las fallas, con más de 100, entre ellas la dedicada a la cupletista Margot (1912) o la de la torre Eiffel (1929).
En 1920 las fallas pasan a ser la fiesta más popular de la ciudad, a pesar que otras como el Corpus llevaban el sobrenombre de la 'festa grossa' y se tratan de impulsar turísticamente. Se contratan a artistas reconocidos como los hermanos Marco Díaz-Pintado; el pintor Vicente Benedito; Ferrer Calatayud, hasta llegar a nombres consagrados como Regino Más, José María Martínez; Modesto González; los hermanos Monleón Briones; Fontelles; José Soriano; Vicente Luna; Juan José Ridaura; Juan Canet, Salvador Debón; Martínez Mollá; Manolo García (padre e hijo) o sagas como la de Santaeulalia -con el referente de Pedro Santaeulalia que ha llegado a plantar una falla hasta en Shanghái- o las tres generaciones de Puche, entre un largo número de profesionales que siguen haciendo historia viva de las Fallas.
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