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borja olaizola
Viernes, 10 de julio 2015, 20:04
En la bajera que Joseba Ostolaza tiene en un barrio a tiro de piedra del casco urbano de Orio hay un desorden de piedras, carteles, trofeos y recuerdos de su época dorada como levantador. El recinto trae a la memoria uno de esos gimnasios que se ven en las películas antiguas de boxeo con juegos de pesas en las esquinas y paredes repletas de fotos. Pero en lugar de guantes para los púgiles, lo que hay aquí son chalecos para proteger el torso cuando el harrijasotzaile se apoya la piedra en el pecho antes de rematar la alzada. De no ser por el cuero, se les quedaría la piel en carne viva debido a los afilados cantos de piezas que superan con holgura los cien kilos.
Ostolaza, de 42 años, es el preparador de Idoia Etxeberria, la reina del herri kirolak. En el deporte rural vasco -force basque, como lo llaman los franceses- se contabilizan hasta 18 especialidades, pero el levantamiento de piedra constituye su santo y seña, la actividad que despierta más expectación. El culto a la fuerza que tanto arraigo tenía en las sociedades previas a la industrialización, donde no había máquinas que sustituyesen el esfuerzo humano, adquiere aquí su máxima expresión. "Los harrijasotzailes son las figuras más reputadas", resume Patxi Jauregi, que ha escrito un libro que repasa los cien últimos años de historia de esta especialidad. La obra, titulada Harria -piedra-, está prologada por Iñaki Perurena, el levantador que más popular se ha hecho gracias a sus apariciones en televisión.
Hasta hace bien poco el deporte rural era un coto reservado en exclusiva a los morroskos. Las mujeres han tenido siempre un papel destacado en los trabajos agrícolas y ganaderos del caserío, que están en el origen de los herri kirolak, pero en cuanto llegaba la hora de la exhibición daban un paso atrás y desaparecían del primer plano. "Nos limitábamos a ser espectadoras", admite la propia Idoia Etxeberria. La levantadora, de 22 años, es la principal figura femenina de este deporte. De talla mediana -mide 1,70- y complexión robusta -88 kilos-, es la campeona de la especialidad y también la que ostenta desde 2012 el récord después de lograr la proeza de alzar una piedra de 150 kilos. Nacida en un caserío del barrio oriotarra de Ortzaika, se desenvuelve al principio con la timidez propia de una adolescente, aunque cuando coge cierta confianza se le adivina una socarronería que actúa como mecanismo de defensa para guardar las distancias.
Idoia se sintió atraída por la piedra desde muy joven. "Siempre que veía de niña a los levantadores en las exhibiciones de las fiestas de Orio me decía que quería ser como ellos". De familia aficionada al deporte -su bisabuelo ganó trece veces la bandera de La Concha como remero y su abuelo otras tres-, su padre pronto se convirtió en su principal aliado frente a la parte femenina de la familia. "Ni a la madre ni a la abuela les hizo mucha gracia", admite. Empezó a entrenar con 14 años y al poco hizo su primera alzada, una piedra de 55 kilos. Fue en una exhibición en la plaza de Aizarnazabal y su progresión desde entonces ha sido espectacular: en 2009 levantó 120 kilos y en 2010 alcanzó los 140. Si todo va bien, el próximo día 19 intentará superar el récord de 150. Son cifras muy alejadas de los marcas masculinas -el listón de los hombres está en 329 kilos-, pero que demuestran que la presencia de la mujer en este deporte va más allá de la simple anécdota.
"A mi cuadrilla no le interesa"
La irrupción de Idoia en un ámbito gobernado durante siglos por códigos estrictamente masculinos ha sido menos traumática de lo que cabría esperar. La joven harrijasotzaile cuenta que tanto el público como sus colegas varones se muestran respetuosos. "Lo más que he escuchado alguna vez son comentarios de espectadores: ¡Ahí va, si tú eres guapa y todo para andar levantando piedras!". En efecto, tiene unos enormes ojos negros que iluminan su rostro y que delatan una coquetería natural ajena a cualquier impostura. Nada que ver, desde luego, con esas levantadoras de pesas de aspecto hombruno que se encaraman a los podios de las competiciones de más alto nivel.
Idoia compatibiliza entrenamiento y estudios. "Hice magisterio infantil y como no me salió trabajo ahora me he metido a estudiar para agente forestal". Criada junto a otros dos hermanos que le echan una mano cuando compite, se ríe cuando se le pregunta si suele comentar con las amigas sus lances con las piedras. "A las de mi cuadrilla el deporte rural no les interesa mucho", admite. Con la llegada del verano las exhibiciones se multiplican: son numerosas las localidades que quieren incorporar a su programa de fiestas una atracción tan poco común como una levantadora de piedras. "Hay veces que tengo hasta cuatro exhibiciones a la semana y acabo derrengada", confiesa.
Y acabamos de entrar en la temporada alta. "Como lo políticamente correcto es equilibrar la presencia de sexos, a las chicas del herri kirolak nos llaman de todos los ayuntamientos para participar en las exhibiciones, tenemos mucha suerte", se sincera Irati Astondoa, de 24 años, otra de las gladiadoras en este mundillo. Nacida en un caserío de Zeanuri, antes de recalar aquí jugó al fútbol y al rugby. Ha probado varias modalidades, pero donde más a gusto se siente es segando hierba con una guadaña, una habilidad que ha heredado de su padre, un reconocido segalari.
Irati protagonizó el mes pasado otro de los hitos del deporte rural al enfrentarse a Alatzne Etxeburua en la primera apuesta individual femenina de la que se tiene noticia. Era una prueba que combinaba el corte con hacha de cuatro troncos con la siega de la mayor cantidad de hierba posible a lo largo de una hora. Había en juego 4.000 euros que al final fueron a parar a los bolsillos de su contrincante. Al igual que Idoia, Irati ha encontrado más apoyo en su padre, al que acompañaba desde pequeña en sus exhibiciones por la geografía vasca, que entre las mujeres de su familia. "Ni a mi madre ni a mi hermana les entusiasma el deporte rural, incluso a veces me dicen que es una pena que me dedique a eso", sonríe.
- ¿Y alguna vez se ha sentido incómoda por ser mujer en un mundo con tanta testosterona?
- Qué va, siempre me he sentido súperbien, incluso diría que los organizadores nos tratan mejor que a los chicos porque como somos muy pocas...
El deporte rural no da para vivir -no hay profesionales ni siquiera entre los hombres-, pero las exhibiciones representan un suplemento para redondear el mes. "No hay cantidades fijas porque depende del presupuesto que tengan los organizadores", explica la segalari, "pero nunca hemos dicho que no por razones económicas". Hay veces, añade, que la recompensa consiste en una simple comida en una sociedad.
Solo 161 de las 1.298 licencias que expidió el año pasado la Federación de Juegos y Deportes Vascos eran femeninas. La cifra es algo engañosa: casi la mitad de ellas corresponden a modalidades de equipo como la sokatira, un juego tan extendido que llegó a ser olímpico y en el que la mujer tiene presencia desde hae décadas. En especialidades individuales como el levantamiento de piedra (dos licencias), hacha (otras dos ) o siega (cuatro) es donde en realidad se aprecia que la presencia de ellas sigue siendo testimonial.
La energía de Larretxea
"Pues yo diría que las chicas tienen bastante más fundamento que los chicos a la hora de entrenar", proclama Patxi Larretxea, aizkolari, levantador de piedras, segalari y especialista en cuantas modalidades de deporte rural se pongan por delante. Larretxea, de 60 años, tiene una energía desbordante y no para de hablar mientras hace un recuento con la mirada de las hachas, sierras y troncos alineados en el exterior de un pabellón industrial de Oronoz-Mugairi, en el corazón del navarro Valle del Baztán. La nave es la sede de un club que funciona como escuela y que tiene tantos alumnos como alumnas.
El padre corta troncos con el hacha mientras el hijo lee en voz alta algunos de sus poemas. Patxi (el padre) y Hasier Larretxea (el hijo) han encontrado una original fórmula para presentar el último libro del escritor de la familia, titulado Niebla fronteriza. La colaboración entre ambos tiene mucho que ver con la reconciliación de Hasier con el universo donde transcurrió su infancia y su juventud.
Descendiente de una de las figuras más conocidas del deporte rural vasco, se daba por descontado que iba a continuar la tradición. «De mí se esperaba que fuese un aizkolari o un harrijasotzaile, pero sentí necesidad de dejar atrás esas vivencias y me trasladé a la ciudad». En efecto, Hasier rompió amarras con el pasado, abandonó el Baztán y se fue a vivir a Madrid, donde se reafirmó en su condición de poeta y homosexual. «Me hice mi propia cabaña en la ciudad», ha contado.
El padre se sintió al principio desconcertado, aunque poco a poco fue aceptando la situación. «Lo mejor de todos estos años es que mi padre ha pasado de no comprenderme a defenderme contra viento y marea. Me ha comentado que le gustaría que todo esto que estamos viviendo en las presentaciones sirviera para que padres e hijos que tienen una mala relación al menos reflexionen sobre lo que les pasa». Al aizkolari se le ve orgulloso en su nuevo papel. «No conocía el mundo de la poesía, me está gustando mucho», asegura. Cuando hicieron la presentación en Madrid, la emoción le embargó hasta el punto de que le salieron las lágrimas.
Entre ellas, la brasileña Xanta Sousa, de 42 años, que es menuda, fibrosa y negra como el carbón. Natural de Salvador de Bahía, se vino a Lesaka hace 18 años por amor y trabaja en una tienda de la frontera de Ibardin, entre Navarra y Francia, vendiendo tabaco, alcohol y souvenirs a los turistas. Xanta se desenvuelve con soltura con la sierra e incluso con el hacha, pero se ha especializado en una modalidad que más parece una penitencia que un deporte: las txingas, unos plomos que hay que llevar sujetos con las manos la mayor distancia posible. Cada uno pesa 25 kilos en el caso de las mujeres (50 si son hombres) y gana el que camine más tiempo sin soltarlas. "Al principio te duelen las manos, pero luego se te duermen y ya no sientes nada", quita importancia. "Sé que no es un deporte muy estético, pero me lo tomo como un desafío personal y a mí me gustan mucho los desafíos".
-¿Y su marido qué opina de esta afición?
- Que estoy un poco loca.
Los entrenamientos son como un bálsamo para esta brasileña, la más veterana de las pupilas de Larretxea. "Solemos venir tres veces a la semana y el ambiente es fantástico", explica mientras intercambia unas frases en euskera con el aizkolari sobre los ejercicios que va a hacer. "Me cuesta algo hablarlo, pero entiendo casi todo lo que me dicen", proclama con orgullo.
Xanta corretea junto a sus compañeras por el exterior del club para entrar en calor. El verde de las campas y la frondosidad de los bosques próximos mitigan la fealdad de la arquitectura industrial. La naturaleza es tan fecunda en este rincón de la Navarra más húmeda que se diría que en cualquier momento el pabellón va a echar raíces y se va a incorporar a la marea de clorofila que lo cubre todo.
"En lugar de dar clases de zumba o hacer máquinas en un gimnasio nos venimos aquí a que Patxi nos ponga firmes", dice con un deje guasón Itsaso Onsalo, procurando que las palabras lleguen hasta su entrenador. Itsaso tiene 25 años y da clases de religión en un colegio de Ansoain, una población a cuatro kilómetros de Pamplona. "Un día traje a todos los alumnos para que viesen un entrenamiento y se lo pasaron en grande". Empezó medio en broma medio en serio por mediación de una amiga y ahora es campeona de trontza, una modalidad que consiste en cortar troncos por parejas con una sierra de casi dos metros de hoja. "Vivo en Areso porque mi familia tiene allí un bar y me hago 45 minutos de coche de ida y otros 45 de vuelta tres días a la semana para venir a entrenar".
La pareja con la que suele trabajar Itsaso se ha quedado embarazada y Xanta ocupa su lugar. Las dos mujeres empuñan con gesto decidido la tronza y atacan un tronco de haya de medio grosor sujeto a un caballete. Larretxea supervisa el trabajo sin soltar el cronómetro. Riiis, raaas, riis, raas, riis, raas. El ritmo es brutal y el sudor no tarda en llenar de reflejos sus rostros. El entrenador les pide más intensidad con unas voces que restallan como latigazos en las paredes del pabellón. Riis, raas, riis, raas. Van cayendo discos de madera al suelo como si el tronco tuviese la consistencia de una barra de mantequilla. "Es un trabajo explosivo, en unos pocos minutos lo tienes que dar todo", acierta a explicar Itsaso cuando recupera el resuello.
Si la piedra ocupa el trono del deporte rural, el hacha es su lugarteniente más inmediato. También hay quien piensa que la aizkora, como se llama en euskera, es el cetro real porque su manejo exige, además de fuerza, resistencia y destreza. Los aizkolaris son los protagonistas por excelencia de las apuestas, una dimensión estrechamente asociada al herri kirolak, aunque ya no tenga la proyección que alcanzaba décadas atrás, cuando los desafíos movilizaban a poblaciones enteras y había en juego cantidades imposibles.
"Lo más importante es la técnica, aunque también hay que tener fuerza y fondo", ilustra Nerea Sorondo, de 28 años, la más diestra de las aizkolaris a las órdenes de Larretxea. Auxiliar de un psiquiátrico de Elizondo, participa en exhibiciones y también echa una mano en casa cuando llega el invierno. "Mi padre está encantado porque ahora le ayudo con el hacha cortando madera para la chimenea", sonríe. ¿Y la madre? "Ahora ya se ha acostumbrado, pero no le hizo mucha gracia".
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