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irma cuesta
Domingo, 2 de agosto 2015, 20:32
Es casi imposible que, a estas alturas, haya alguien en este país que no sepa que a Miguel Ángel Revilla (Polaciones, 1943) le pierden los micrófonos. Con «el Rey me ha dicho que la actitud de Mas es irreconducible» aún coleando, el recién elegido presidente de Cantabria ha dejado claro que cuatro años en la retaguardia política de la oposición no le han cambiado. El hombre que pasó de ser un dirigente de provincia (pequeña) a un personaje de fama nacional, gracias a sus viajes en taxi cargado de latas de anchoas a La Moncloa y a sus incursiones televisivas, es capaz de levantar simpatías con la misma facilidad con la que gana detractores. Pero nadie, ni siquiera sus más enconados enemigos, se atreven a cuestionar que el joven que fundó el Partido Regionalista de Cantabria (PRC) en 1978, a golpe de entusiasmo, es un animal político.
Cuentan que la noche del pasado 24 de mayo, cuando al PRC empezaban a salirle las cuentas, solo una persona de su círculo más cercano fue incapaz de mostrarse abiertamente entusiasmada. Aurora Díaz, la mujer con la que se casó en segundas nupcias hace casi dos décadas, supo en ese momento que había vuelto a perder a su marido. Un hombre que el próximo enero cumplirá 73 años con más achaques de los que le gustaría y una capacidad de trabajo insufrible para los que le siguen, al que a partir de entonces, con un poco de suerte, vería cada día a la hora de acostarse.
Porque Revilla es un tipo incombustible, con una envidiable capacidad para regenerar su entusiasmo. «Es algo fuera de lo común», describe Francisco Javier López Marcano, vicesecretario general de Política Institucional del PRC. «Posee una inteligencia política tal, que hace tiempo que se hizo evidente que ha nacido para hacer lo que hace».
Algo de eso debe ser. De otra manera no se entiende que lleve dieciséis años en el Gobierno sin haber ganado unas elecciones (ocho como vicepresidente con el PP y otros ocho como presidente con el PSOE) y que esté dispuesto a encarar un otro mandato (de nuevo con los socialistas) a pesar de llevar años enfermo por culpa de unos riñones que no funcionan como deberían.
Burdeos. Sentados a la mesa lo más granado de la sociedad bordelesa y Revilla. Llegado el momento de cantar las excelencias gastronómicas de cada cual, el presidente explica que en realidad fue un monje ( Alcuino de York) quien, en el año 700, robó en Bejes (Cantabria) la fórmula del queso picón que la encontró bajo una roca fuerte y que de aquel descubrimiento deriva su famoso roquefort.
Revilla nació en Polaciones, el valle más alto de Cantabria. Allí se había instalado su padre solo unos años antes, donde conoció a Rosa, la maestra que se convertiría en su esposa. «De esta unión nació este espécimen», suelta cuando le preguntan. Luego llegarían sus años de estudiante en Santander y la licenciatura en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad del País Vasco, un camino que lo colocó al frente de una sucursal del Banco Atlántico en Torrelavega y del Sindicato Vertical franquista, un episodio que sus enemigos sacan a la palestra siempre que tienen ocasión.
Algo debía bullir ya por aquel entonces dentro de este hombre bajito con bigote (nadie le recuerda sin él) porque poco después, en 1976, fundó la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria con el objetivo de impulsar la autonomía de la región y solo dos años más tarde el Partido Regionalista, convencido de la necesidad de batirse en las urnas. «La verdad es que poco ha cambiado desde entonces», asegura Jaime Blanco, un socialista histórico que lo conoce desde aquellos tiempos, cuando cada día se lanzaba a la carretera para convencer a los montañeses de que había razones de sobra para enarbolar su propia bandera. Roja y blanca.
Blanco le reprocha que haga política criticando a la clase política -«exactamente igual que Podemos ahora»- y «ese talento único para no hacerse responsable» de los fallos de sus gobiernos: «Invariablemente, la culpa de lo que pase la tienen Madrid, Merkel o, incluso, alguno de sus consejeros. Él, jamás». La clave de su éxito, a su juicio, está en ser capaz de decir a la gente exactamente lo que quiere oír, sin dejar de ejercer un control férreo sobre su partido. Y si tiene que definir al personaje en solo una frase, no tiene dudas: «Es un tipo listo».
Pocos ponen en duda que, además de listo, Miguel Ángel Revilla es un adelantado a su tiempo. Lo asegura Teodoro León Gross, analista político y profesor de Comunicación de la Universidad de Málaga. Él cree que el caldo de cultivo de las autonomías es perfecto para alumbrar «este tipo de personajes, que pueden permitirse agradar el oído de sus vecinos y al mismo tiempo hacer inversiones publicitarias» por más que ahora estemos sorprendidos con la llegada de «renombrados populistas a la liga nacional» (en referencia a los líderes de Podemos). León Gross ve en el presidente de Cantabria una suerte de Sancho Panza -y dados los últimos acontecimientos, al Rey le daría el papel de don Quijote-, que ha sido capaz de quitarse la corbata y armar un discurso cercano mucho antes de que naciera Pablo Iglesias.
Hace treinta años, Revilla consiguió que Alberto Bolado, por entonces un chavalín, fuera tratado en Bostón de su ceguera. Hoy se sienta en el Parlamento junto al presidente como diputado de Podemos.
Pero, sin duda, si algo caracteriza a Revilla es esa facilidad con la que combina ese desparpajo tan suyo con una buena dosis de osadía. Es memorable su relato de la boda de los hoy Reyes de España, cuando aseguró que «todo estaba rico pero escaso». O aquel «el violín está bien, pero donde esté un rabel...», que le espetó a Zubin Mehta al terminar un concierto en el santanderino Palacio de Festivales.
Lo cierto es que Revilla va por su tercer periodo presidencial sin haber derrotado nunca al PP en unas elecciones, un flanco por el que le llueven críticas. «Creo que siempre ha lamentado no haber ganado las elecciones. Quizá esa es la espina que tiene clavada», afirma Teresa Díez, jefa de informativos de Onda Cero Cantabria, una periodista que ha seguido los avatares de este político «astuto» durante los últimos 25 años.
La orina del enfermo
No solo en casa saben que el presidente cántabro es un personaje fuera de lo común: también quienes lo han conocido en su periplo televisivo. Si no, que se lo pregunten a Jesús Cintora, que cansado de que le dijeran que iba a ser complicado convencerle para participar en Las mañanas de Cuatro, él mismo consiguió el teléfono y lo llamó. Tuvo que insistirle un poco, pero en cuanto llegaron a un acuerdo ya le estaba invitando a tomar paella. Eso, y que cuando Mediaset le apartó del programa, el hoy presidente le llamó durante días para darle ánimos. «Eso no se olvida», dice el periodista, que en plena gira de presentación de su libro (La hora de la verdad, Espasa) acaba de hacer un alto en Cantabria para comerse un arroz con el presidente.
Sea como sea, frente al aburrimiento al que nos tienen acostumbrados los políticos, nadie como él, capaz de inventar personajes literarios para dar fuerza a sus elatos; de caminar como un funambulista sobre la frágil línea que en ocasiones separa la verdad de la ficción, y de exhibir habilidades extrasensoriales. Como cuando dijo que, mirándole a los ojos, supo que el indio Ali Syed, el que compró el Racing en una operación de la que el club de fútbol aún no se ha repuesto, sabía que era un hombre bueno. Nadie como él para servir un titular allá donde vaya ni para poner el dedo en la llaga. En su tierra nadie olvida que cuando Luis Bárcenas, por entonces senador por Cantabria además de tesorero del Partido Popular, engordó la lista de implicados en el caso Gürtel, el Revilla más clarividente sentenció: «El tema tiene mala pinta. No me gusta la orina del enfermo». Sin duda habrá que tener cuidado: hace tiempo que ha anunciado que hay «un encabronamiento colectivo que pueda dar al traste con la democracia».
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