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Y Fidel tomó el Hilton

Rebautizado como Habana Libre, el hotel se convirtió en el símbolo de la batalla de Castro contra EE UU. Aquel edificio de lujo con casino albergó la sede provisional del gobierno revolucionario y la embajada de la URSS

irma cuesta

Jueves, 6 de agosto 2015, 21:03

Cuando el 8 de enero de 1959 Fidel Castro y los barbudos de Sierra Maestra hicieron su entrada triunfal en La Habana, el comandante mandó parar en la parte alta de La Rampa, una calle en pendiente del distrito de Vedado que baja hasta el mar. Sabía que no habría mejor forma de exhibir ante el mundo su victoria que instalando a su ejército en aquel enorme edificio, coronado por gigantescas letras azules que formaban la palabra Hilton.

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Tomar el hotel "más alto y grande de América Latina", el lugar que había servido como patio de recreo para cientos de estadounidenses y se había convertido en uno de los mayores logros de Fulgencio Batista, fue uno de esos fantásticos golpes de efecto que tanto le gustan al líder revolucionario: en solo unos meses, el Habana Hilton se convirtió en el Habana Libre y en un símbolo del cambio de lealtades políticas.

Fue aquel día, en el lobby del hotel, donde Castro, ante una multitud borracha de éxito, gritó: "Si a los americanos no les gusta lo que está sucediendo en Cuba, pueden hacer aterrizar sobre la azotea a sus marines... Habrá 200.000 gringos muertos".

También fue allí, en la habitación 2324, Suite Continental, donde instaló el puesto de mando del nuevo régimen, abrió la embajada soviética y se celebraron durante meses anuncios y conferencias de prensa. Eso, mientras los soldados, con los crucifijos, los collares de Santa Juana y los machetes aún bien atados a la cintura, descansaban tirados sobre los elegantes suelos de mármol del imponente vestíbulo.

Gestión española

  • El Habana Libre sigue funcionando como uno de los hoteles principales de la ciudad. En 1996, el Gobierno cubano decidió compartir la dirección con el grupo español Sol Meliá, que se encargó de restaurarlo. Hoy sigue siendo el edificio más alto de la ciudad y uno de los más emblemáticos. Tiene cuatro estrellas.

Nadie, ni siquiera sus más despiadados enemigos, pueden negarle al comandante un envidiable don para lograr la mejor puesta en escena.

La historia del Habana Hilton comenzó a escribirse mucho antes de la revolución comunista. De hecho, el hotel era el símbolo de las buenas relaciones que hasta entonces imperaron entre Cuba y Estados Unidos. Acabada la guerra contra España por la independencia, los americanos se encargaron de echar una mano en la reconstrucción de una isla devastada por el conflicto, cobrándose a cambio el privilegio de convertir aquel pedazo de paraíso en su particular parque de atracciones.

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Con el dinero, los casinos y los night clubs, llegaron a Cuba los turistas, los mafiosos y los dictadores, como el coronel Batista, todo ello bendecido por los hermanos gringos. Quizá por eso, para Batista se convirtió en un proyecto de inmenso valor simbólico. Construido como bandera de aquella amistad, el edificio fue financiado a través del plan de pensiones del Sindicato de Trabajadores de Catering cubano, dirigido por la compañía Hilton Hotel Internacional y diseñado por la firma de Los Ángeles Welton Becket&Asociates y la cubana Arroyo y Menéndez.

Cuando se terminó, los periódicos publicaron enormes anuncios que presentaban un lujoso inmueble de 30 pisos con 630 habitaciones, un casino, un Tradec Vic (uno de eso lugares increíbles para tomar los cóctel más sofisticados) y un bar con terraza.

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Visita de Paris Hilton

Para el acto de inauguración, en marzo de 1958, Batista y su séquito echaron el resto y organizaron una fiesta que se recordaría durante meses. Los mismísimos Becket y Conrad Hilton hicieron de anfitriones para recibir a las decenas de personalidades y periodistas que, en vuelo directo desde Estados Unidos, llegaron aquella noche al aeropuerto José Martí.

Peter Moruzi, arquitecto y autor de La Habana antes de Castro, cuenta en su libro que Batista siempre consideró el Hilton uno de sus más destacados logros, y que aquella azotea iluminada con letras azules era su particular forma de dirigirse al mundo: si el eminente Conrad Hilton tenía confianza en el futuro de Cuba, nadie cuestionaría que aquella isla del Caribe era el mejor lugar del planeta para invertir.

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Pero el destino no estaba dispuesto a permitir que Batista saboreara su éxito más allá de unos meses. La nochevieja de 1959, con el ejército revolucionario prácticamente a las puertas de la ciudad, el dictador y su familia abandonaron la lujosa fiesta que se celebraba en el Hilton para coger el avión que lo llevaría al exilio. Una semana después, el imponente edificio fue testigo de excepción de la entrada triunfal de Fidel. Hasta hoy.

Ahora que los viejos enemigos han comenzado a hacer las paces, proliferan los guiños por ambas partes: hace unos meses, Paris Hilton visitó en La Habana el hotel que inauguró su abuelo hace casi sesenta años. Antes de volver, colgó en Instagram una foto suya con Fidel Castro Díaz-Balart, uno de los hijos del dictador. Sin duda, ya nada es lo mismo.

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