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íñigo dominguez
Miércoles, 2 de septiembre 2015, 21:23
Este es un viaje al fin del alcohol, no de la noche: en cada país te dejan beber cada vez menos y Kuwait es el cero absoluto. Nada, nunca. Acabaré como un pitufo, bebiendo zarzaparrilla. Parece el país más severo, la sorpresa es que es el más pachanguero del Golfo. De puertas adentro la gente hace lo que quiere. Hay un espléndido mercado negro, aunque una botella de Johny Walker cuesta 300 euros. También me han parecido los más majos. Son los que son ricos desde hace más tiempo y hablan de esos de Dubai con desdén.
Pero se han dejado llevar, tienen el país muy corrupto y descuidado, como una mansión decadente de Dickens y, como en sus novelas donde todo lo mangonea la servidumbre, casi ni lo llevan ellos. Con los palestinos, que eran los que trabajaban, esto funcionaba. Eran 400.000, pero los echaron en 1991 porque Arafat, en uno de sus momentos de ofuscación, apoyó la invasión de Sadam. "Esto se les ha llenado de egipcios que ocupan la administración y se lo roban todo", me cuenta Óscar, abundando en el estereotipo regional de los egipcios como golfos poco de fiar. Óscar es el amigo que me aloja en su casa, que en un alarde de modestia define como "un poco desordenada". Un caos entrañable, como Kuwait.
Los kuwaitíes viven en la nostalgia. De los sesenta, los setenta. Jaber, el kuwaití agnóstico y descreído, me enseña en el móvil vídeos en blanco y negro de aquellos años: chicas en minifalda, gente hippie. Era el país más abierto de Oriente Medio, con una constitución, un parlamento y un 10% de las reservas de petróleo mundiales. El litro de gasolina cuesta 20 céntimos y la moneda es la más fuerte del mundo. Con el euro tienes que multiplicar por tres. Jaber suspira: "¡Ah, era un gran país! Había conciertos, vino James Brown, veías las películas de James Bond sin censura". Fahed, un empresario, también eleva la mirada: "Kuwait exportaba libros y médicos a los Emiratos, hizo estable el Golfo. Ayudó a todos, repartió riquezas. Ahora importamos gente, es triste". Apunta con orgullo que la isla de Dubai con forma de palmera fue una idea de Kuwait, aunque al final no la hicieron. Que las Kuwait Towers, entonces admiradas en el mundo, son de 1974. Y se nota. No deja de subrayar que las famosas fuentes musicales de Dubai ellos ya las tenían en 1977. "¡Hasta jugamos un Mundial en 1982!", exclama como argumento definitivo. Recuerdo bien aquella selección. Por el lío que montaron en un partido contra Francia. El hermano del emir en persona bajó al campo a protestar para que anularan un gol y el caso es que lo consiguió. Creo que fue la primera vez que vi un jeque, majestuoso con su túnica, pasando de los policías nacionales. Alguno tenía más bigotazo que los kuwaitíes. En Kuwait entonces iban muy sobrados. Se movían con un dromedario de mascota que al final dejaron en un zoo y, prueba de que entonces tenían visión de futuro, es la declaración que hizo el jeque antes de irse: "¡La FIFA es una auténtica mafia!". La fiesta en Kuwait empezó a terminarse en 1979. Jaber lo sitúa el día en que Jomeini aterrizó en Teherán, "desde París y con Air France", precisa. Se paró la economía y el país sufrió una reacción religiosa de repliegue suní. Luego siguió la guerra de Irán e Irak, la invasión de Irak en 1990, la crisis de los mercados y la segunda Guerra del Golfo en 2004.
Yo recordaba la invasión de Kuwait como una cosa rápida, pero las tropas de Sadam se tiraron cinco meses en la ciudad. La gente narra saqueos, abusos y torturas. Aún percibes el trauma. Aquel jeque del partido del Mundial fue de los primeros en morir, con 45 años, pegando tiros. "Los primeros dos meses fueron tranquilos. Luego todo degeneró. Los soldados iraquíes tenían de 15 a 70 años, estaban aquí tirados y algunos eran buenas personas, te pedían comida y hasta ropa. Pero otros no. Te secuestraban y si no pagabas te mataban", recuerda Jaber.
Tampoco recordaba bien el desastre de la retirada. La carretera hacia la frontera que hoy puedes recorrer con aburrimiento fue una escabechina de iraquíes, bombardeados por las tropas internacionales. Ellos, por su parte, quemaron 600 pozos de petróleo y asombra recordar otro dato: tardaron ocho meses en apagarlos. Cuando quedaba uno fue el emir a extinguir simbólicamente las últimas llamas, aunque se apagó antes de que llegara y tuvieron que prenderle fuego para la foto.
Yo no me acuerdo bien de casi nada, pero los kuwaitíes sí, y lo llevan fatal. Añoran los buenos tiempos, y más cuando miran el presente. "La gente está harta de los políticos y de la corrupción. Con todo el dinero que tenemos podría ser un país perfecto", lamenta Fahed. Señala el techo del centro comercial donde estamos y me confiesa que su sueño es hacer lo mismo en Kuwait. "¿Cómo lo mismo?", pregunto. "Sí, cubrir el país en una cúpula de aire acondicionado, ¿por qué no?". Eso, por qué no. Aún tienen momentos en los que se sacuden la pereza y demuestran de lo que son capaces. En 2012 festejaron medio siglo de la constitución con unos fuegos artificiales que fueron récord Guinnes, doce millones de euros. Hasta que en Nochevieja de 2014 se lo arrebató Dubai. Les bastó el primer minuto.
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